jueves, noviembre 30, 2006

Hambre


Harta, harta. Me tienen harta, decía elevando el tono de voz la madre de Salvador. O no vienen nunca o caen a comer todos los días como si esto fuera una fonda. Ya son grandes, qué se creen, que uno vive para ustedes, que no tiene vida propia. Malcriados. Hasta cuándo van a estar viviendo como adolescentes, por qué no sientan cabeza, será posible. Espero que estés escuchando Salvador. Un día de estos te cambio la cerradura y no entrás más. Vas a tener que llamar antes de venir, a ver si así, por lo menos, te acordás de llamar a tu pobre madre de la que sólo te acordás cuando tenés la heladera pelada. Podrida, podrida me tienen.
Bueno, má, intentaba calmarla Salva, mientras doblaba un boleto de colectivo. No digas así, si yo te llamo siempre.
Bueno, Isabel, si querés te llamo yo, decía Muv. No te enojes.
Siempre. Siempre dice mi hijo, dice la madre de Salva. Siempre que necesitás algo de plata o que estás muerto de hambre. Por qué no lo mantenes vos, nena. Tanto que se la pasan juntos. Hace veinte años que andan pegados, es hora de que se empiecen a buscar la vida.
La madre de Salvador caminaba taconeando de acá para allá mientras levantaba el tono. Cada tanto, se detenía y miraba con furia a su hijo. Sobre la mesa del teléfono se apelotonaban las fotos de Salvador a los dos meses tomando la mamadera; a los cuatro, soplando velitas; a los once, haciendo un globo con el chicle mientras Muv hace vicera con la mano y deja chorrear un helado; a los 19, comiendo un asado.
Y qué, les gritó antes de entrar al baño a maquillarse para salir a trabajar, no piensan contestarme nada, ustedes?
Muv arqueó las cejas. Contestale vos. Es tu mamá, después de todo.
Salvador rompió el boleto de colectivo. Levantó la vista, movió la silla, se paró y camino hasta dónde estaba su madre parada.
Se apoyó contra el marco de la puerta del baño y le sonrió.
Tengo hambre, le dijo.