miércoles, diciembre 27, 2006

Cartera










Hace días que no me atendés el teléfono, le reprochó una que era amiga de Muv hasta una semana atrás. No sé qué te pasa, si estás enojada, ni si hice algo que te haya caído mal, prosiguió después de haber entrado al departamento, arrojando la cartera sobre la mesa, con cara de disgusto y exagerando el tono.
-¿Por qué creés que podría estar enojada? - dijo Muv - ¿Acaso tengo algún motivo? Quizás no me pase nada más que no tener nada que decirte. Digo, es algo que podría pasar.
-Pero conmigo no te pasó nunca hasta ahora - retrucó la otra, bajando el tono y poniendo la mano en la cintura, esperando una explicación que no recibía.
Muv la miró detenidamente, caminando alrededor de ella.
-Ah, mirá! Tenes puestos unos aros iguales a los míos. Estas usando el mismo perfume que yo. Te encaprichaste con mi peluquero. Tambien con mi ginecologo. Tu cartera es igual a la mía pero de otro color. Tu remera es exactamente igual a la que me puse el sábado.
-¿Sí? - dijo la otra - Ni me di cuenta. Agarré lo primero que encontré. Pero hablemos del sábado porque creo que fue ahí donde te pasó algo conmigo.
- Con vos. A mí me pasó algo con vos. A mí.
-Sí, quedaste celosa. Muy celosa porque al final, ese chico, el que estaba hablando con vos y que después cuando llegué donde estabas, terminó hablandome a mí, te puso de mal humor. Ay, Muv, todos sabemos lo frágil que es tu autoestima cuándo se trata de un hombre pero no seas tonta, ese chico no valía la pena.
-Ajá - dijo Muv mientras estiraba el brazo para alcanzarle la cartera a la otra y caminaba hacia la puerta - Me dí cuenta. Nadie que acepte una mala copia de mí, merece la pena.


jueves, diciembre 14, 2006

El ojo de Leni



Desde que puede recordar, Elena alias Leni para todos los que la conocen, escuchó hablar de sus ojos. No puntualmente del órgano visual en cuánto a tamaño y color, sino de la forma en que miraba, de la manera en que su mirada recorría cosas y personas y de las elecciones que hacía al mirar. Quizás por eso, porque siempre decían: pero qué cosas tan raras ve Leni, mirá como mira Leni, comenzó a registrar todo aquello que le llama la atención en fotografías que guarda, junto con unas recetas de cocina pasadas de generación en generación dentro de su familia y un dibujo que hizo uno de sus bisabuelos, en carpetas organizadas por años.
La primera vez que fotografió lo que veía, tenía once años y estaba en el velatorio de su abuela. Miró a través del visor de una cámara pocket, se acercó todo lo que pudo al par de manos rígidas de su Oma y obturó. Había mirado durante un rato las arrugas en los dedos y las uñas amarillentas y pensó en cómo no había sacado esa foto antes, antes de que tuvieran esa rigidez y ese color.
El flash rebotó en todas las esquinas de la habitación de la casa en la que vivía toda la familia y que en aquel momento, usaron como salón velatorio. Los que fueron a dar el pésame movieron la cabeza de aquí para allá en gesto de desaprobación. Fue su madre la encargada de darle un cachetazo educativo por maleducada.
Cuando, con parte del dinero le había dejado la abuela como herencia – alrededor de 1200 australes- pagó el primer revelado, se encontró con un montón de imágenes que representaban su mundo. En el rollo dónde estaba la foto de las manos de la Oma convivían: el ojo del perro, el escarpín agujereado de su hermana menor, la oreja con piel seca de su papá y la cara del chico que le gustaba. Año 1984, escribió en una carpeta fuelle de las que su papá se robaba del trabajo y la guardó debajo del colchón. Y después de insistir un poco, consiguió que sus padres le financiaran la mitad del precio de una máquina semiautomática Nikon F90 que no llegaba a cubrir con los australes que le quedaban. A regañadientes, aceptaron. Quizás porque ya no aguantaban más que todos los días, en cada almuerzo y en cada cena, Leni dijera que por no ayudarla se había perdido de fotografiar la miga del pan que quedó hecha un bollo al costado del plato o la mancha de aceite de la ensalada sobre el mantel. Y la lista de pérdidas era tan pormenorizada que sus padres ya no soportaban escucharla porque creían que en aquel detalle, los enfrentaba con su incapacidad para ser mejores de lo que eran. Pero eso solo lo creían ellos.
Con el tiempo, Leni se especializó en sacar fotos de objetos o personas de tan cerca o tan recortados o de forma tan poco convencional, que a los pocos privilegiados que les permitía verlas, les costaba reconocer qué o quiénes eran los fotografiados. Y se convirtió en una especie de juego: Adiviná qué es esto.
Encuentro cosas increíbles
, decía Leni mientras señalaba con el dedo la forma en que el blanco y negro de la fotografía descubría en los pelos del pecho de su primer novio una especie de árbol de tronco fino y copa castaña.
Alentada por sus hermanas, Leni decidió instruirse un poco, aprendió las velocidades y los granos de las películas, las intensidades de la luz, el uso de la distancia y los filtros. Aprendió las diferentes técnicas del lenguaje visual.
Sin embargo, siguió prefiriendo la fotografía casera, sacada casi con desesperación por no perder la imagen de la línea más clara que sube en la media corrida de su mamá, o la huella de un dedo en la superficie laqueada de la uña del pulgar del pie izquierdo de su hermana hasta los pelos blancos que, sin que nadie se de cuenta, salen de la nariz del abuelo.
Leni sabe que nadie aceptaría posar para sus fotos por eso. A nadie le gustan las tazas sin asas, los vasos cachados, los muñecos sin cabeza, mostrar cicatrices o lunares o defectos de nacimiento. Nadie disfruta mostrando el agujero en la axila de la remera, la bragueta abierta, la mancha de salsa en la camisa. Todos prefieren esconder eso y la obligan a mentir. Mientras dice que limpia su cámara, mientras inventa que hay una pelusa en el lente y se arma de su ojo fotográfico, obtura y qué felicidad, todo es mejor mirando desde la cámara que a ojo desnudo.
A veces, le preguntan por qué no se dedica a fotografiar eventos. Armate dos o tres carpetas con fotos que sirvan: sociales, simposios, congresos, le aconsejan pero ella se niega.
Le sugieren contactarse con los médicos: los protocolos clínicos usan fotógrafos para evaluar el resultado de una dosis medicinal en pieles, miembros, órganos pero Leni vuelve a negarse.
A Leni le gusta lo que pasa dentro de una casa, lo chiquito, lo escondido, lo que está ahí, la pelusa de los rincones, los bollos de carilina de cuando alguien estuvo llorando, la mezcla de pelos en la rejilla del baño, la forma en que se desprende la piel quemada por el sol, en partículas minúsculas que se pegan al borde de la bañera y el mapa colorado que deja en la piel nueva delimitando islotes colorados.
A mí me sirve, reflexiona Leni cuándo ve que su madre ya no tiene la misma fuerza en las manos para darle un cachetazo y pedirle que no sea contestadora, me sirve para no perder la memoria, para saber que la Oma tenía, por ejemplo, cuatro pecas en la mano izquierda que formaban un cuadrado perfecto e invisible. Me sirve para que sepan que estuve acá y que esta era mi manera de mirar porque un día no voy a estar. Un día cualquiera no voy a estar más acá y alguien tiene que saber que estuve.
Aunque no lo dice, Leni sueña con, algún día, aunque tenga ochenta años, ver sus fotografías colgadas en una muestra. Secretamente, espera ese momento y no se lo dice a nadie. Mientras tanto, sigue registrando todo: el cuello de su sobrina nueva, la forma del chupete, la baba que cae sobre el hombro de su padre que, ahora, se convirtió en abuelo.

martes, diciembre 12, 2006

Pánico

De repente empezó a sentir que los latidos del corazón se le aceleraban. Pensó: no puede estar pasandome esto de nuevo. No otra vez.
Necesitó respirar más rápido cómo si le faltara el aire, pero no le faltaba. Yo no quiero que me pase esto, dijo.
Se sentó en el suelo. Se abrazó las rodillas. Otra vez, no. Otra vez, no.
Salvador se acomodó cerca.
¿Y ahora quién fue? preguntó. ¿Ahora quién fue el que te dejó en este estado?
A Muv se le había endurecido la lengua, no quería hablar, no podía.
Salvador le apoyo una mano en la espalda y le pidió que se calmara, que no pasaba nada, que estaba todo bien.
Le propuso contar en escala de dos, de cien hacía atrás.
A medida que pasaban los números, Muv comenzaba a relajarse. Primero aflojó los brazos. No levantó la cabeza porque había llorado y nunca le gustó llorar en público, ni siquiera delante de Salvador.
Y ahora qué pasó, repitió Salva cuándo la vio más tranquila.
No pasó nada, dijo Muv, tapándose los ojos con las manos, vos sabés: siempre me enamoro en verano.

jueves, diciembre 07, 2006

Encuesta

¿Qué lleva generalmente en sus bolsillos?

Mis manos


¿Qué haría si se encontrara a solas en un ascensor con Videla?

No me encontraría a solas con Videla en ninguna parte.


¿Donó sus órganos?

No puedo donarlos. Los necesito.


¿Usted tiene apodos?

Sí, la mayoría de las veces me dicen “Vení” o "Disculpame"


¿Tiene animales?

No, sólo ex novios.


¿Es fiel?

Sí, cuando puedo.


¿Qué hace inmediatamente después de hacer el amor?

Llamo al radio taxi.


¿A quién quiso y no pudo?

¿A quién quise qué? ¿Quién dijo que no pude?


¿Cómo seduce?

Me hago la linda y la inteligente. Cuando se dan cuenta de que no lo soy, es demasiado tarde.


¿Qué quería ser de pequeño/a?

Grande. Después me di cuenta que estaba equivocado/a

Cantero


Pero qué pasa -dice la Oma arrodillada cerca del cantero con el batón verde que la hace verse como un repollito de bruselas- Nena, ¿cuándo, cuándo vas a encontrar un novio?
Muv se arrodilla a su lado, le corre de la cara un mechón de pelo blanco que no alcanza a quedarse quieto detrás de la oreja y se sorprende de si misma, se sorprende de esa actitud cariñosa.
Piensa: antes, cuando tenía que agarrarme de la mano de papá para subirme al cantero, la Oma era muy alta. ¿En que momento, Oma, te hiciste tan chiquita?
No se lo dice, sólo lo piensa y sonríe como no le sonríe nunca a nadie, como no quiere sonreirle a otra persona.
Basta, regalona -la reta la Oma y a Muv le causa risa esa palabra- contestame de una vez, ¿crees que antes de que me muera vas a encontrar un novio? No voy a poder ser bisabuela por tu culpa, culo inquieto.
Después de decir culo, la Oma hace media sonrisa, se ríe para el costado, como queriendo esconderse de Muv. Y vuelve arremeter con lo del novio.
Ufa, Oma, qué querés. A mis novios mejor perderlos que encontrarlos. Pero el bisnieto, te lo puedo traer en cualquier momento. Modernizate - le contesta Muv, sosteniendo desde el piso el brazo tembloroso de la abuela que se levanta- Vos leíste la nota en la revista. No hace falta que yo encuentre un novio para que vos veas a tus bisnietos.
Nunca hizo falta, ¿me oís? Nunca -le responde limpiándose la tierra de las manos en la falda del batón, dispuesta a darle un nudillazo débil en el flequillo-. Pero si le decís a tu padre que te lo dije, te mato. Pobre hijo mío. Se escandaliza por cualquier cosa. Todavía cree que lo trajo la cigüeña.
Muv se tapa los oídos mientras la Oma sigue hablando. Cuando se calla, Muv se para y la mira desde arriba.
Decime una cosa, vos -con tonito amenazador- ¿alguna vez te vas a portar como una abuela normal?
¿Normal? ¿Estás loca?-responde la Oma mientras camina hacia la cocina.

martes, diciembre 05, 2006

Paseo

Muv vió este video y pensó que le hubiese gustado volver a tener veinte años para seguir a todas partes a Rosal.
Después rezó para que la banda no se convierta en Miranda!

Así habla Salvador


No voy solo al cine porque temo que me guste tanto ir solo que no pueda volver a ir acompañado.
Intento no cerrar los ojos cuando camino por la calle.
La experiencia de no utilizar la vista y permitir el avance del resto de los sentidos a los olores, las temperaturas y texturas podría enviciarme.
No dejo de bailar en fiestas.
Salto y transpiro como cuando era adolescente por el simple hecho de que no quiero olvidarme que durante un tiempo, hasta no hace mucho, podía ir a dos fiestas seguidas sin siquiera dormir una siesta.
Le soy fiel a mis músicos favoritos porque a algo hay que serle fiel y son pocas cosas las que se prestan para serlo.
Sigo detestando mi trabajo pero por ahora sirve. Me gusta verme como un mercenario al que no le importa lo que tiene que hacer para ganarse su dinero. A mi no me importa hacer números y cuentas durante todo el día si después, la moneda va a relucir dentro de mi bolsillo.
Fui new romantic, fui dark, fui punk, fui grunge.
Ahora soy una mezcla de todo eso y mantengo mi postura Joy Division de la vida.
Tengo una familia, tuve algunas novias.
No soy una gaviota, ni un pavo, ni un picaflor.
Soy un tipo que se da cuenta que cada día que pasa está un poco más viejo.
Soy el amigo de Muv.

lunes, diciembre 04, 2006

Empatía



Fueron a una fiesta. Fueron juntos, claro, como van a todos lados. Entraron y sonrieron y saludaron y fueron todo lo amables que pudieron ser con los que no conocían pero les costó.
La incomodidad inicial se fue superando a fuerza de entregarse a pasar un rato, el rato suficiente como para no quedar mal. Intercambiaron unas frases políticamente correctas, festejaron algunos chistes. Por turnos, se dedicaban a examinar a los otros invitados, a radiografiarlos, a mirarlos minuciosamente intentando registrar cada uno de los detalles de esos desconocidos para poder comentar sobre ellos, luego, cuando estuvieran solos. A eso se va a una fiesta: a mirar a los demás. A buscar material para más tarde. Los demás hacían exactamente lo mismo con ellos. Los escudriñaban con la mirada. Miradas impiadosas, castigadoras de los dos lados, de esas que no permiten nada más que eso, mirarse, mirarse y nada más.
Una chica que se apoyaba contra una pared cada dos por tres fijaba la vista en Salva. Lo miraba fijamente y después, la miraba a Muv pero la miraba distinto. La miraba pensando, diciendo algo que dicen casi todas las mujeres cuando se miran: yo soy más linda que vos, sabelo, o su expresión inversamente propocional: no sos tan linda como yo creía. Cosas que no pasan entre hombres porque entre hombres pasan otras cosas, cosas que las mujeres no ven y no entienden.
Era de día cuándo volvieron, el sol les hacía doler la vista. Mientras esperaban el colectivo hablaron de las vaciones, de ir al mar, de tirarse al agua. Y de olvidarse de todo lo que había pasado esa noche. Y de todas las situaciones como las de aquella noche, en donde, por sólo mirarlos, la gente creía que sabía algo de ellos. Que por haberlos cruzado un rato, intercambiado unas palabras, tenían información de primera.
Mejor, pensar en la arena metiéndose dentro de las zapatillas, el ardor en los ojos por el agua salada, la piel caliente por el sol, sin necesidad de decirse nada porque no se les da la gana, porque no hay nada que explicar, ni que comentar, ni que reflexionar. En eso pensaba Muv mientras esperaban el colectivo: en el extraño pase de magia que hizo que Salvador y ella se convirtieran en amigos y en la cantidad de veces que la magia no ocurre con otros, ni aunque se le ponga mucha voluntad. Y en que no es culpa de nadie que no suceda, que no tiene que ver con el grado de bondad que cualquiera manifieste, es algo que no sucede, quién sabe por qué.
-Ya sé lo que vas a decir- le dijo Salvador mientras se sentaba en el segundo asiento de dos del lado del pasillo del colectivo- La gente es un bicho horrible.
-No voy a decir nada- dijo Muv - Playa, agua, sueño. Despertame cuando lleguemos.
Y cerró los ojos.

viernes, diciembre 01, 2006

La vida secreta de las palabras


Muv va a llorar cuando escuche el siguiente diálogo:

Josef: I thought um, you and I, maybe we could go away somewhere. Together. One of these days. Today. Right now. Come with me.
Hanna: No, I don't think that's going to be possible.
Josef: Why not?
Hanna: Um, because I think that if we go away to someplace together, I'm afraid that, ah, one day, maybe not today, maybe, maybe not tomorrow either, but one day suddenly, I may begin to cry and cry so very much that nothing or nobody can stop me and the tears will fill the room and I won't be able to breath and I will pull you down with me and we'll both drown.
Josef: I'll learn how to swim, Hanna. I swear, I'll learn how to swim.