lunes, diciembre 04, 2006

Empatía



Fueron a una fiesta. Fueron juntos, claro, como van a todos lados. Entraron y sonrieron y saludaron y fueron todo lo amables que pudieron ser con los que no conocían pero les costó.
La incomodidad inicial se fue superando a fuerza de entregarse a pasar un rato, el rato suficiente como para no quedar mal. Intercambiaron unas frases políticamente correctas, festejaron algunos chistes. Por turnos, se dedicaban a examinar a los otros invitados, a radiografiarlos, a mirarlos minuciosamente intentando registrar cada uno de los detalles de esos desconocidos para poder comentar sobre ellos, luego, cuando estuvieran solos. A eso se va a una fiesta: a mirar a los demás. A buscar material para más tarde. Los demás hacían exactamente lo mismo con ellos. Los escudriñaban con la mirada. Miradas impiadosas, castigadoras de los dos lados, de esas que no permiten nada más que eso, mirarse, mirarse y nada más.
Una chica que se apoyaba contra una pared cada dos por tres fijaba la vista en Salva. Lo miraba fijamente y después, la miraba a Muv pero la miraba distinto. La miraba pensando, diciendo algo que dicen casi todas las mujeres cuando se miran: yo soy más linda que vos, sabelo, o su expresión inversamente propocional: no sos tan linda como yo creía. Cosas que no pasan entre hombres porque entre hombres pasan otras cosas, cosas que las mujeres no ven y no entienden.
Era de día cuándo volvieron, el sol les hacía doler la vista. Mientras esperaban el colectivo hablaron de las vaciones, de ir al mar, de tirarse al agua. Y de olvidarse de todo lo que había pasado esa noche. Y de todas las situaciones como las de aquella noche, en donde, por sólo mirarlos, la gente creía que sabía algo de ellos. Que por haberlos cruzado un rato, intercambiado unas palabras, tenían información de primera.
Mejor, pensar en la arena metiéndose dentro de las zapatillas, el ardor en los ojos por el agua salada, la piel caliente por el sol, sin necesidad de decirse nada porque no se les da la gana, porque no hay nada que explicar, ni que comentar, ni que reflexionar. En eso pensaba Muv mientras esperaban el colectivo: en el extraño pase de magia que hizo que Salvador y ella se convirtieran en amigos y en la cantidad de veces que la magia no ocurre con otros, ni aunque se le ponga mucha voluntad. Y en que no es culpa de nadie que no suceda, que no tiene que ver con el grado de bondad que cualquiera manifieste, es algo que no sucede, quién sabe por qué.
-Ya sé lo que vas a decir- le dijo Salvador mientras se sentaba en el segundo asiento de dos del lado del pasillo del colectivo- La gente es un bicho horrible.
-No voy a decir nada- dijo Muv - Playa, agua, sueño. Despertame cuando lleguemos.
Y cerró los ojos.