martes, agosto 07, 2007

Ataque

Cuando Salvador se despertó, se encontró solo en la cama. Miró el reloj. 7.16 am. Se estiró, se sentó en la cama, arqueó la columna y se desperezó.
Caminó hasta la cocina. La cafetera estaba encendida. Retrocedió hasta el baño pero ni bien abrió la puerta, notó que Muv no estaba ahí.
Salió a la galería. Estaba amaneciendo y helaba, pero igual, caminó, semi desnudo, hasta la habitación de escribir de Muv. La encontró vestida y sentada frente a la computadora, con los auriculares puestos, bailando sentada, cantando el tema haciendo mímica y frunciendo toda la cara.
Qué hacés acá a esta hora, preguntó.
Hola, mi amor, le dijo Muv sonriendo y se desconectó de los auriculares.
"Mi amor" pensó Salvador. Nunca me dice "mi amor". Qué estás haciendo, dijo.
Imprimía el CV, respondió. Tengo una entrevista hoy a las 9. Nos podemos ir juntos, no?
Qué linda que estás, dijo Salvador. Estas muy... colorida.
Me queda mal? preguntó Muv. Nene! Viniste en calzones por el patio, te vas a enfermar.
No, te queda bien, contestó Salvador.
Vamos a desayunar. Después vengo por esto, dijo Muv levantándose de la silla y antes de darle un beso, decirle "buenos días" y sonreirle otra vez.
Qué le pasa a esta, pensó Salvador mientras la seguía hasta la cocina y se detuvo a mirarla cuando ella, dándole la espalda se ponía en puntas de pie para alcanzar las tazas en la alacena. Se le acercó por atrás, se le pegó a la espalda y la apoyó. Le metió las manos por la cintura del pantalón.
Salvador, estás helado! dijo Muv.
Sh. Dónde es tu entrevista, preguntó, desabrochándole el botón del pantalón.
En el bajo, respondió Muv dejando las tazas sobre la mesada y recostando su cabeza sobre el hombro de Salvador.
No me contaste nada, dijo Salvador.
Es que estoy harta de contar cosas que después no pasan. Me doy pena cuando hago eso.
Bué, a mi no me das pena nunca.
Ya sé, Salva pero me doy pena a mi misma cuando espero que todo salga bien y no sale.
No te hagas tantas expectativas esta vez, le recomendó Salvador.
Es probable que vaya todo bien. Ya me conocen. ¿Vamos en taxi? No tengo ganas de viajar asfixiada en el subte.
Salvador le acarició las manos.
Te sacaste el anillo, le dijo.
Ah, sí. A veces me molesta un poco. Es la falta de costumbre.
Yo no me lo saco nunca.
Me lo saqué para lavar no sé qué. Después me olvidé de ponermelo.
No te lo habrás sacado para ir a la entrevista, no? dijo Salvador, mordiéndole el cuello.
Qué tarado, dijo Muv y se rió.
Se quedaron en silencio, abrazados, mientras Muv servía el café.
Me parece que te estás haciendo la soltera, vos, dijo Salvador.
Soy soltera, dijo Muv de un sospechoso buen humor mañanero.
Pero comprometida.
Pero soltera. Tomamos el café?
Salvador no la soltó. Ahora va, dijo y siguió inmóvil pegado a su cuerpo.
Cómo es que ya te conocen dónde tenés la entrevista. Si ya te conocen para qué te entrevistan?
Hace un tiempo que no me ven, no sé qué me van a proponer. Cuando llamé, lo único que dije fue que quería volver a trabajar y me pidieron que fuera a conversar.
Salvador se quedó pensativo durante un momento. Y de repente, como si las cosas se ordenaran mágicamente, dijo:
Vas a ver al boludo ese, no?
Qué boludo.
El boludo ese. El de la otra vez. No te hagas.
Ah, sí. A Joaquín.
¿Es el único tipo que te puede dar laburo?
Y... me pudrí de dejar carpetas y más carpetas. Nadie me llamó.
No hay otros lugares para trabajar entonces, concluyó Salvador mientras empezó a deslizar las manos por la cintura de Muv.
Sí, hay otros pero ahí seguro consigo algo.
Salvador forcejeó con el pantalón y la bombacha de Muv hasta que consiguió que ella lo ayudara. Dijo algo entre dientes que ella no llegó a escuchar.
Qué, dijo Muv, Salvador, me vas a arrugar toda. Pará.
Contestame, le dijo encorvándola hacia adelante y separándole las piernas.
No sé qué decís, no te escuché, respondió entre quejidos. Despacio. Me lastimás, Salva.
Si me vas a cagar con ese. Ahora me escuchás, dijo Salvador acercándole la boca a la oreja.
Qué te pasa, boludo, despacio. Así no. Soltame.
No te voy a soltar.
Me estás lastimando. Me hacés doler. Pará.
Cagame con uno mejor que yo, dijo Salvador mientras empezó a bombearla. Uno más joven, más inteligente, uno mejor que ese imbécil.
Me estás lastimando, gritó Muv. Soltame. ¿Qué te pasa? ¿Por qué te levantaste así?
Salvador no la soltó. Hizo todavía más presión sobre las muñecas de Muv con sus manos.
Yo no te la voy a hacer fácil, le dijo unos segundos después, cuando cambió la muñeca izquierda por el pelo.
No sé qué estás diciendo. Por favor, soltame. Me estás lastimando y me asustás. Dejame, Salvador.
Pero Salvador estaba transfigurado. Ni siquiera le contestaba.
Dejame, Salvador. Soltame. Qué te pasa. Me estás dando mucho miedo. Dejame.
Yo, dijo Salvador clavándose dentro de Muv, no te voy a dejar, escuchaste?
Muv no respondió y solamente dejó oir un quejido que no tenía nada de placentero.
Yo-no-te-voy-a-dejar. No me vas a cagar, yo no te la voy a hacer tan fácil, yo no soy como vos, no regalo espacio para que los otros avancen. Vos no me vas a cagar. No te voy a dejar.
Salvador acabó, esta vez sin emitir un solo sonido, después de decir esa última frase. Por un par de segundos, descansó todo el peso de su cuerpo sobre Muv. Una vez que recuperó el aliento, se separó de ella con violencia y volvió al dormitorio, sin decir una palabra.
Muv se quedó con las manos apoyadas sobre la mesada, el pantalón y la bombacha, un poco más abajo de las rodillas, inmóvil, desorientada y miedosa.
Salvador volvió vestido a la cocina. Le subió la ropa. Le prendió el pantalón.
Cuando estés lista, avisame, le dijo, como si aquí no hubiese pasado nada.
Con vos no voy a ningún lado, dijo Muv y se metió en el baño. Se desnudó y abrió la ducha.
Se sentía sucia. Lloraba.