lunes, agosto 27, 2007

Contacto

El jueves fue un día extraño. Muv se despertó tempranísimo y se encerró en el cuarto de escribir. Estaba impaciente o desesperada o las dos cosas.
Tilinga, se dijo. Tenés este lugar y no lo usas. Internate acá hasta que se te ocurra algo.
Se conectó a Internet. Salvador todavía dormía, ni siquiera era de día.
Muv puso música suave y abrió un cuaderno. Escribió CONTACTOS y debajo hizo una lista de todas las personas que conocía que pudiesen ayudarla con su búsqueda laboral.
De repente, se acordó. Silvana López Beccar, dijo y fue a google. Encontró, después de toparse con decenas de López Beccar equivocados, el nombre en la página de un colegio secundario. Sin dudarlo, buscó una dirección de mail y acto seguido escribió el siguiente mensaje:

Estimados,
mi nombre es Mabel Holm, soy ex alumna de la profesora López Beccar. Agradeceré me indiquen de qué manera puedo contactarme con ella.
Muchas gracias.
Saludos.
MH

López Beccar fue su profesora de literatura. La primera que leyó los cuentos que Muv escribía durante los recreos mientras Salvador se ponía de novio con una y otra chica de la división. Fue, también, la primera en impulsarla a escribir con seriedad y la que, sin anestesia, le dijo, al terminar la entrega de diplomas: Quizás tardes muchos años, quizás se te haga difícil pero no vas a poder escapar de tu vocación.
Vocación, repitió Muv. Se nota que soy producto de un colegio católico. Siempre rezando por las vocaciones. Dios.
Salvador se asomó.
Qué hacés, le dijo refregándose un ojo.
Muv le dirigió una mirada cortante.
Busco trabajo. Intento contactarme con López Beccar.
Con quién.
Con la de literatura del colegio.
Ah, esa vieja.
Sí, esa vieja.
Y qué va a hacer por vos López Beccar, preguntó Salvador.
En principio, no generarte un ataque de celos, diijo Muv. Eso ya es bastante.
Uh, dijo Salvador como si le hubiesen pegado una patada en los huevos.
Quizás tenga algún contacto. Trabajaba para una editorial.
Sí? No sabía.
Y cómo ibas a saber si nunca le prestaste atención. Te la pasabas dormido o haciendote la paja mientras le mirabas las tetas a Sandra Castro.
Bueno, dijo Salvador respirando profundamente, te dejo sola. Voy a desayunar. Tomaste algo?
No.
Te aviso cuando esté el café?
Dale, respondió Muv y la respuesta también fue cortante. Cerrá la puerta cuando salís.
Salvador se metió en la cocina recordando a Sandra Castro. Hacía años que no pensaba en ella. De hecho, si Muv no la hubiera nombrado, tampoco la hubiese recordado esa mañana.
Sandra Castro, las mejores tetas de la promoción 92. La más fácil de la división y la que aceptaba a Salvador de vuelta, cada vez que alguna de las noviecitas de turno se negaban a dejarse tocar por dentro de la bombacha.
Sandrita Castro. La primera que se la chupó en el pasillo de su casa a la vuelta de un cumpleaños, la que no salía con boludeces o simulacros y la que nunca dijo que no, que por ahí no, sacá la mano de ahí.
La misma que a los diecisiete decía, con la seguridad de una de veinticinco, que le gustaba coger y que no pensaba en otra cosa en todo el día. La que le contestó a la madre superiora que si Dios le había dado semejante cuerpo era para que lo disfrutara.
Esa era Sandra Castro. La que le había vuelto a la memoria a Salvador y le había provocado una erección diferente a la de cada mañana.
Y Muv la odiaba, además. No la podía ver, pensó.
El olor del café y la ausencia del ruido de la cafetera lo devolvieron al tiempo real.
Volvió a la habitación de Muv; golpeó y dijo ya está el café.
Ya voy, le escuchó decir desde adentro.
Sandra Castro. Se le había metido en el cuerpo como se le metía antes, cuando el sólo roce de su pierna con la de ella lo ponía al palo.
Muv entró a la cocina y se sirvió café. Instintivamente, Salvador se le pegó a la espalda.
Ni se te ocurra, le dijo Muv y se separó de él de un empujón.
Desayunaron en silencio y rápido.
Me voy a bañar, dijo Salvador.
Muv puso su taza en la pileta y volvió a su habitación.
Salvador se metió en el baño. Se miró al espejo. Se quedó un rato mirándose. Abrió la ducha. Mientras preparaba la toalla, le volvió la sensación al cuerpo. La sensación de sentir a Sandra Castro, que aprovechando que la última compañera del curso se había negado a meterle la mano en la bragueta, se le sentaba encima, delante de toda la división en cualquier hora libre, levantando un poco el jumper para que él pudiera sentirla mejor.
De mí, no te vas a olvidar, le había asegurado Sandra Castro en la fiesta de egresados mientras se metían mano mutuamente como desesperados en el reservado del boliche en el que se hizo la fiesta.
Aunque pasen muchos años, no te vas a olvidar.
Salvador se empezó a masturbar.

A las diez de la mañana, Muv recibió un mail de López Beccar.