lunes, julio 30, 2007

Bollo

Era de madrugada y Salvador seguía guardando cosas en los canastos. Muv se había retirado del operativo mudanza dos horas antes, protestando.
Pero cuándo te volviste tan maniático del orden, Salvador! Mah sí, me voy a dormir, hacé todo solo.
No soy maniático. Pero tu daletitismo no da para más.
Qué mi qué?
Tu daletitismo. Dale Tito, mandá. No se hace así una mudanza. O no sabés que los tipos del camión no se fijan si las cosas se rompen?
Uff, en algún momento del último tiempo te pusiste igual a mi papá. Me voy a dormir.
Y lo dejó solo, rodeado de canastos y cajas y bolsas.
Salvador se sentó apoyando la espalda contra la pared. Algo le molestó en el culo, al chocar con todo el peso del cuerpo contra el piso. Metió la mano en el bolsillo del jean. El estuche del anillo, ahora un poco abollado, apareció entre sus dedos.
Esta ni me mira. No se dio cuenta que yo tenía esto en el bolsillo. Qué mina.
Miró alrededor. No quedaba nada de la casa que había habitado los últimos diez años. Marcas, nada más: el lugar en donde siempre se apoyaba la silla, el rayón de la punta de la mesa sobre la pared, un pelotazo perdido que nunca quiso salir, el contorno de la estufa.
No hay vuelta atrás, se dijo. Ahora es todo para adelante y si esto no sale bien, ahí sí; ahí sí que no sé qué voy a hacer de mi vida.
No quedaba nada por hacer pero Salvador seguía mirando todo, escudriñando cada rincón, antes de irse a dormir vestido, sobre el colchón y tapado con el acolchado por el tiempo que quedara antes de que llegara el camión de mudanza.
Hizo bailar el estuche del anillo entre los dedos.
Lo voy a perder. Dónde mierda lo pongo para no perderlo. Ya sé. Se lo doy a Pedro, cuando venga con el auto a llevarse la ropa. No, mejor no. Lo guardo en la campera. Me tengo que acordar de no revolearla sobre ningún lado. Qué estúpido, podría haber escondido en anillo en la casa, cuando nadie me veía. Sí, soy un boludo.
Miraba reconcentrado el estuche cuando escuchó: ¿Vos te vas a pasar nuestra última noche acá, sentado contra esa pared? Se sobresaltó y escondió a las apuradas el estuche en el ángulo que su cuerpo dejaba libre entre el zócalo y el suelo.
La miró desde abajo: los pies planos, las medias hasta las rodillas, la remera que decía Disco, yo te conozco y el flequillo parado y aún a pesar del atuendo, le pareció preciosa.
¿Qué es lo que estás haciendo que no venís a dormir? le preguntó Muv con los ojos entrecerrados.
Me despido, dijo él. Vení.
Muv caminó hasta donde Salvador estaba sentado. Se paró entre sus piernas y con un pie lo pateó despacio para que abriera las piernas. En ese hueco, tomó asiento, haciéndose un bollo.
Me cago de frío, Salva. No te podés despedir desde el acolchado?
Callate un poco.
Muv se calló, cerró los ojos y se recostó sobre el pecho de Salvador que ya le había pasado las piernas por encima y la abrazaba con un solo brazo.
Tenemos la vida que siempre quisiste? le preguntó Salvador.
Ella dijo que sí con la cabeza.
Soy lo que esperabas? repreguntó.
Ay, Salvador, claro! Por qué siempre tenemos estas conversaciones de drama romántico. Claro que sos lo que esperaba y sos más también.
Ponele onda, tarada, dijo Salvador.
Uh, bueno. A ver: Sos todo lo que quise y al que más quise en toda mi vida. Mejoró?
Si, bastante.
Y yo?
Sí ya sabés que sí. Que sos lo que esperé toda mi vida y esto es literal, dijo Salvador.
Pará, dijo Muv y salió corriendo. Volvió al rato, después de revolver algo en la habitación y arrastrando el acolchado.
Ya está, avisó cuando volvió a sentarse.
Tanto frío tenés?
Sh, ponele onda. Qué más? Algo más me vas a decir, exigió haciendo sonar el cuello.
Sí. Que sepas que pase lo que pase yo estoy poniendo todo acá. Salga como salga, no me guardo nada y por el tiempo que sea, es todo para vos.
Ay, dijo Muv y sintió que se ponía muy colorada.
Sí. Y que me da miedo que te aburras de vivir conmigo o que un día te des cuenta de que te equivocaste y te quieras ir, pero que a pesar de eso, a pesar de todo lo que me asusta que un día te despiertes y tengas plena certeza de que esto no es lo mejor que te pasó en la vida, yo no me voy a arrepentir nunca de haber llegado hasta acá y de tomar esta decisión.
Muv metió las manos dentro del acolchado y apretó fuerte los ojos.
Salvador la abrazó a la altura de los hombros, pero esta vez, con los dos brazos.
Yo sé que no necesitamos esto, dijo, pero le prometí a tu abuela que lo iba a hacer. Tomá.
Muv espió entre las pestañas y lo vio. Lo vio plateado y brillante sobre la felpa azul del estuche. Ay, pensó, ay y movió las manos dentro del acolchado como intentando abrir algo. Cuando sacó las manos dijo: Yo también tengo algo para vos. Y ella también, sostenía un anillo plateado y brillante, igual al que le mostraba Salvador, entre el índice y el pulgar.
Muv estiró los dedos. Salvador le puso el anillo. Después, estiró los dedos él y Muv repitió el gesto.
Se quedaron callados, mirando cada uno su mano y después, entrelazando los dedos.
Cuánto hace que sabés que existe este anillo, preguntó Salvador.
Casi un año, respondió Muv.
Já. Y yo queriéndolo esconder.
Perdón, dijo Muv.
Está bien, dijo Salvador. Estoy acostumbrado a que estés siempre un paso delante mío.
Muv se movió, giró hasta quedar de frente a Salvador. Lo miró a los ojos, con esas miradas que se meten dentro del otro hasta esos lugares que el otro se niega a mostrar y hubiese querido decirle que sí, que siempre lo mismo con ella, que lo arruinaba todo en el último minuto, que era así, que tenía el don de cagarla siempre pero que nunca, nunca, nunca, nunca en toda la vida, había estado tan segura de que él era el que estuvo esperando toda la vida, pero no le dijo nada. Sólo acomodó la frente sobre el hueco del cuello de Salvador y se quedó ahí, hecha un bollo, pero esta vez, feliz.
Se quedaron ahí hasta que por la persiana empezó a notarse la claridad del día.


martes, julio 24, 2007

Calendario

Desde hacía días, andaba con la sensación de haber olvidado algo. Se sentía rara. A ver, dijo.
Sacó la agenda. 9 de junio, asterisco. Fue hasta la página del calendario. Contó. Treinta y nueve días. Raro. Yo, un relojito, pensó. Raro. Uh!, dijo. Uh! Ay! Uh!
Caminó en círculos por el comedor. Hizo memoria. No. No se rompió ningún forro. No. No hicimos macanas, salvo esa vez. Mirá si vamos a tener tanta suerte, por una vez. Bueno, son once días. Once días, nada más. No pasa nada. Un atraso lo tiene cualquiera. Pero, uh! ay! uh! ¿Será? Salvador y la puta que te parió. Vos y tu obsesión con las pastillas.
Pensó en salir corriendo a comprar un test.
No. Voy a esperar. Sí. Voy a esperar un par de días más y si no pasa nada, médico. Y que me haga el análisis. Uh!
Se asustó un poco pero al mismo tiempo se imaginó un chiquito con los rulos de Salvador, corriendo por la casa nueva.
Pero qué estoy pensando! se dijo. Desde cuándo me atacó el susanismo a mí. Si yo nunca fui así. Además, primero escribir el libro, después plantar el árbol y después, cuando estemos bien afianzados, el chico.
Tic, tac, escuchó. Tic, tac. Tic, tac.
Se acercó el reloj al oído. El reloj no era. Tic, tac.
No es como en tu época, Oma, le dijo al aire. Deja de amenazarme con el reloj biológico.
Levantó el tubo y marcó el número de Salvador pero colgó.
Voy a esperar. Voy a esperar. A lo mejor es un desarreglo hormonal. Igual, nos vendría bien o no? Por todo eso de la concreción del amor y no sé qué, que siempre dicen. Bah, yo qué sé. Mejor no. Voy a esperar. Estamos bien así. Hay que esperar un poco más.
No quiso volver a pensar en el asunto en todo el día ni en toda la noche pero en todos lados veía bebés y madres y embarazadas y pañales.
Y por momentos, se preguntaba, si un niño de ellos dos tendría en iguales cantidades cosas de ella y de Salvador; o si sería tan opuesto, tan él, tan nuevo individuo, tan diferente a ellos dos.
Podría pasar, se dijo. No va a ser el primero que parece dejado por un ovni.
Después de pensarlo, se retaba: No, Muv, no. Qué estás diciendo. No es el momento, por favor.
No dijo nada. No habló con Salvador del tema, y evitó acercarse al teléfono para comentar de su atraso. Y aunque cada tanto, sobre todo durante la cena, se quedaba mirando a Salvador y la forma de su nariz o la forma en que se distribuían los pelos del brazo, simuló estar como siempre.
Pasa algo, preguntó Salvador.
Nada, nada. Absolutamente nada, contestó Muv.
A la madrugada, con los ojos cerrados, llegó hasta al baño para hacer pis. Con la luz del aplique cegándola, se sentó en el inodoro.
La mancha roja en su bombacha, la entristeció.
Volvió a la cama, después de un rato largo, con los ojos hinchados y la nariz tapada.
¿Cuándo vamos a tener un bebé, Salvador? le preguntó en voz baja, mientras se acomodaba.
Mañana, mañana, contestó Salvador que estaba profundamente dormido.






Invasión

A las dieciseis, entró una pareja de jovencitos al departamento, acompañados por el de la inmobiliaria.
Muv los siguió desde atrás, mientras pasaban de una habitación a otra. El chico, que debería tener veinticuatro o por ahí y venía vestido de traje, miraba el cielorraso de las habitaciones, abría las canillas y golpeaba azulejos.
La chica miraba por las ventanas, recorría el piso con la vista y sonreía.
Se acercó a Muv.
Qué linda tu casa, le dijo.
Gracias, dijo Muv, devolviendo la sonrisa, en realidad, es de mi... ,y buscó la palabra que se adecuara: novio, chico, pareja, concubino, marido y no supo por cuál decidirse, de mi novio, completó y se sintió tremendamente rídicula llamando novio a Salvador.
¿Por qué se mudan? preguntó el chico, acercándose.
Porque compramos una casa, respondió Muv.
Qué lindo, dijo la chica.
Sí, dijo Muv y vió como el chico se metía en la cocina y tocaba la llave del gas y examinaba el calefón.
Fuiste feliz acá, preguntó la chica.
Aún lo soy, contestó Muv. Y de repente, se sintió mal. Invadida, viendo como esos extraños analizaban sus cosas, caminaban entre sus recuerdos pero contuvo la angustia - era todo lo que había aprendido, después de meses, a contener la angustia- y se comportó como si aquí no hubiese pasado nada.
Después de recorrer el departamento por última vez, el de la inmobiliaria y los chicos, salieron hacia la calle.
Y a Muv le quedó la sensación de que ya no pertenecía a ese lugar.

domingo, julio 15, 2007

Evaluación

Ya sé, ya sé. Ya sé que hablo de Salvador como si no hiciera pis pero qué querés. Yo lo veo y me hace una cosa acá, dice Muv tocándose el esternón. Y cuando no lo veo y pienso en él, no sé, tuerzo la cabeza como Forrest Gump y me sonrío. No lo puedo evitar. Es lo que me pasa. Y no me salgas con qué por qué pienso que me pasa. Me pasa porque lo quiero, porque no pensé que me iba a sentir así nunca más después de los diecisiete. Porque me puedo pasar horas mirándolo y porque podemos estar muchos ratos sin hablar y porque nadie en todo este mundo me conoce como me conoce él. Y porque él me vio llorar a los gritos, emborracharme, vomitar, enfermarme, casi morir, resucitar y volver a llorar, emborracharme, vomitar, ser feliz un ratito y nunca, nunca, nunca me dijo lo que tenía que hacer. Siempre estuvo conmigo. Como fuera.
Y porque si ahora me acuerdo que la primera vez que dormimos juntos, se acostó vestido y me abrazó y no me tocó un pelo porque yo estaba borracha y fumada y decía pavadas, se me saltan las lágrimas.
Y me pueden decir lo que quieran: que es medio nabo, que vive en una nube de pedos, que me queda corto, que no sabe hacer más que meter la pata, que siempre dice algo incoveniente. No sé. Me pueden decir todo lo que quieran. Y pueden repetir hasta cansarse, todos los días, que no es el tipo para mí que a mí no me va a importar. Y si me equivoco, me equivoco y a la mierda. Es mi vida y yo la vivo como quiero. Y me enamoré de este tipo, después de muchísimos años. De un tipo que no es una bengala en la oscuridad, que no pretende ser premio nobel ni millonario pero que compró una casa para vivir conmigo y tiene un anillo escondido para mí.
Que se mandó una cagada? Sí, se mandó una cagada. Pero quién no se la mandó alguna vez. Ninguno, ni uno solo de los que dicen que Salvador no sirve para nada tiene la conciencia tan limpia como para hacer juicios de valor. Nadie.
Y si yo lo quiero como nunca quise, cosa mía. O ahora me van a decir que uno elige de quién enamorarse. Por favor, que me dejen de joder. Si la vida fuera una cosa tan exacta, tan predecible, no se hubiesen escrito tantas novelas de amor.
Y punto. No voy a seguir dándole vueltas a este asunto. No voy a contestar nunca más por qué elegí a Salvador y no a otro. Porque la respuesta es una sola: Porque sí.
Muv se levantó de un salto.
Y dejamos acá, dijo mirando a la licenciada que también se levantó de su lugar después de un minuto de perplejidad.
Caminaron unos pasos.
No sé si quiero seguir viniendo, dijo Muv.

Pausa

Se despertó sonriendo. Estaba hecha un bollo. Apoyaba las rodillas sobre el costado de Salvador. Exhaló el aire con fuerza y sonrió más.
M. Por qué sonreís, preguntó Salvador.
No sé. Me desperté contenta. Se viene el diluvio, dijo y escondió la cabeza debajo de la frazada después de suspirar.
Se volvió a asomar con el pelo tapándole la cara. Corrió las mechas que le molestaban en los ojos con las dos manos y pestañeó cuatro o cinco veces seguidas.
Hola, ojitos, dijo Salvador. Buen día, cómo andás? y le dió un beso en la frente.
Muv se estiró todo lo que pudo mientras arrastraba una eme ahogada con la voz. Volvió a acurrucarse.
No te parece que cuando es feliz o más o menos feliz o ponele, no sé, cuando está bien, la vida parece detenida, le preguntó a Salvador.
Detenida?
Sí, como que no pasa nada. Como que está quieta. En pausa.
M. Por qué decís, preguntó Salvador.
No sé. Me desperté con la sensación de que si uno tiene problemas o se siente mal o solo o se está sacrificando por algo, el tiempo pasa más rápido. En cambio, cuando uno está contento o conforme o bien, es como si milagrosamente la vida se pusiera en pausa.
No, yo siento que cada vez hay menos tiempo, contestó Salvador.
Tiempo para qué, preguntó Muv enroscando sus piernas en las de Salva.
Para todo. Me parece que un día voy a abrir los ojos y voy a tener ochenta años y las cosas van a estar igual que ahora.
Tenés una crisis! dijo Muv incorporándose. Salva, tenés una crisis de edad! Te das cuenta?!
Nah, dijo Salvador y se puso el antebrazo sobre la frente. Qué crisis. Me asusta un poco el hecho de que los días pasen tan rápido. Que la casa no se termine. Que estemos igual que hace un año atrás.
No estamos igual que un año atrás. Estamos mejor. Mucho mejor, o no?
Sí, nosotros sí. Pero yo hablo de las cosas. Si medimos el tiempo en cosas, estamos igual.
Muv se acostó de espaldas sobre el colchón. Llevó la frazada hacia su mentón.
Yo no necesito más cosas. Es más, creo que nos sobran muchas cosas.
Vos no querés irte a vivir a la casa, no?
Ay, dijo Muv. Yo sabía. Si que quiero. Pero si no tuvieramos la casa, no cambiaría nada. Porque justo eso te estoy diciendo, estamos en pausa, de regalo.
Eh? Qué decís?
Salvador apoyó el codo sobre la almohada y sostuvo su cabeza con la mano, intrigado.
Claro, mirá: estamos bien nosotros dos. La gente que nos quiere está bien. Tenemos lo necesario para vivir y hasta un poco más. Qué más se puede pedir? No sé. Tenemos mucha suerte. Si nos quejamos somos dos tilingos más que se quejan de llenos. Yo no quiero ser así. Yo quiero estar bien con lo que hay. Mucho o poco. No sé. Si estamos bien nosotros, está todo bien.
Qué optimista estás hoy.
Sí, es el amor, dijo Muv y se escondió otra vez abajo de la ropa de la cama, ya se me va a pasar.
Y después de decirlo lanzó una carcajada maldita.
Qué rara te despertaste, dijo Salva y él también se metió debajo de la sabana y la frazada. La buscó, la abrazó y la acarició. La amenazó: Si se te pasa pronto, te mato.
Tenemos mucha suerte, dijo ella.
Sí, yo sé.
Antes estabamos peor, Salva. Acordate cuando nadie nos quería.
Me acuerdo.
Acordate cuando nos queríamos matar porque habíamos dormido toda la noche en una casa que no era la nuestra, en una cama que no conocíamos y con alguien que no nos importaba, que no nos importaba para nada, sólo por no dormir solos.
Me acuerdo, me acuerdo. Me acuerdo de todo.
Bueno, no te olvides. Porque todo eso le da sentido a esto. Y porque estamos en pausa para disfrutarlo, entendés.
Sí, entiendo, dijo Salvador y comenzó a preocuparse. ¿Pasa algo, Muv?
No, no pasa nada.
Seguro?
Seguro.
De verdad?
De verdad. No te preocupes. Estamos en pausa. Disfrutá.



viernes, julio 06, 2007

Nombre

No se preguntó cómo fue que lo vio entre la multitud que estaba cruzando Córdoba, a la altura de Florida. Solía pensar que en alguna parte de su cuerpo se escondía una antena que captaba las señales de todo conocido que rondase diez cuadras a la redonda.
Suspiró.
Uh. No. No quiero hablar con este salame. A lo mejor no me ve, pensó mientras cruzaba, pero en cuanto quedaron a una distancia de dos metros, escuchó que le gritaba.
¡Muv! ¡Ey, Muv!
¡Hola! respondió ella y sonrió mostrando los dientes como si la hubiesen pisado y el pisotón le doliese mucho.
Vení, vení, dijo él.
Muv lo siguió con la sonrisa puesta hasta la vereda. Recordó cuando lo conoció, un fin de año, en una fiesta. Y recordó que lo vió durante cuatro o cinco meses, durante los días de semana, entre las ocho y las diez de la noche.
¡Qué decís! ¡Tanto tiempo! ¿Cuántos años hace que no nos vemos? ¿Cinco? ¡Seis! ¡Sí, seis! La edad de Malena. ¿Cómo andás? ¿Qué es de tu vida?
Muv siguió sonriendo. Todo bien, respondió. Todo bien.
¿Tenés tiempo? Tomemos algo, le ofreció.
Estoy un poco apurada.
Dale, diez minutos. Tomamos algo.
Se sentaron en un bar que quedaba justo en la esquina, cerca de una ventana.
Contame, le dijo él.
Bueno, dijo Muv, todo bien. Estoy de novia, busco laburo, se murió la Oma.
Uh. Che, lo siento mucho. Falleció hace mucho, preguntó y el uso de la palabra "falleció" le sonó tan mal a Muv que solo dijo "unos meses" y prefirió cambiar de tema.
¿Seguís casado? le preguntó.
Sí, como siempre. Vamos y venimos. Las nenas, viste, respondió y soltó un larguísimo blableo de por qué las cosas no funcionaban con la mujer.
Muv no lo escuchaba. Seguía recordando. Recordó como se aburrió con él, los últimos dos meses que lo vió y la forma en que, espaciando los encuentros, finalmente, dejó de verlo.
Sí, dijo Muv. Claro. Las nenas.
Te llamé un par de veces, dijo él. Te mudaste?
Sí. Ahora vivo con Salvador.
¡Salvador! ¿Cómo anda?
Bien, re bien, dijo Muv y esta vez, sonrió sinceramente.
Qué estaba pensando cuando decidí tener una historia con vos, pensó Muv. En qué mierda me había puesto a pensar. Carajo, sí que me daba lo mismo cualquier cosa.
¿Se lleva bien con tu novio?
Es mi novio, dijo Muv, sin dejar de sonreír.
Cierto, cierto que era medio nabo. Pobre. Sigue siendo un buen tipo.
Uh!! Mirá! Yo siempre supe que iban a terminar así.
Jé.
Claro, ahora lo sabe todo el mundo.
Muv miró el reloj. Tomó el café que el hombre pidió para ella, de un solo sorbo.
Se me está haciendo un poco tarde, mintió.
Ah, qué lástima, dijo él. Yo siempre tuve ganas de tener una conversación larga con vos.
¿Larga? ¿sobre qué?
Y... sobre por qué nos dejamos de ver.
Ah.Sí, bueno, contestó Muv levantándose de la silla. Me alegro de verte bien.
No nos dejamos de ver. Yo te dejé de ver porque vos seguías casado y la jugabas de novio.
¿Te puedo ubicar en algún lado? preguntó él.
¿Para?
No sé, para charlar un rato. Ir a tomar algo, otro día con más tiempo.
No, mejor no, dijo Muv y se acercó a darle un beso.
Se alejó sin darse vuelta.
El hombre se quedó sentado y Muv apostó que la siguió con la vista a través de la ventana.
Qué increíble, pensó Muv cuando casi llegaba a Corrientes. No pude recordar como se llamaba.
Pero cuando subió al subte, repitió: Fabián. Así se llamaba: Fabián.

miércoles, julio 04, 2007

Poder

Salva, los platos, dale, dijo Muv con las manos abajo del agua de la canilla. Le había pedido dos veces que levantara la mesa. Desde la cocina se escuchaban los gritos de un conductor de televisión y una música mersa que intentaba a duras penas, parecer sensual.
Salvador! Dale!
Ahí va, ahí va. Pará.
No le quedaba nada por lavar. Secó lo que había lavado, mientras volvía a llamarlo pero se cansó de esperar. Se secó las manos y caminó hasta el comedor.
Che, nene, dijo, pegándole en el brazo, me parece que se te metió un culo en el ojo.
Salvador dijo "ay" y se sonrió pero no despegó la mirada de la tele.
No es increíble que pasen esto en televisión, le preguntó a Muv.
Increíble es que vos lo estés mirando, le respondió pero Salvador había dejado de prestarle atención.
Cruzado de brazos, con una rodilla apoyada en la silla, Salvador miraba a una mujer muy rubia bailar alrededor de un caño.
Pescado! A vos te digo, dijo Muv, pegándole con el repasador en una pierna. Parece que nunca hubieses visto una mina.
Bueno, che, dijo Salvador. Todos mis compañeros de laburo hablan de esto durante el almuerzo.
Ay, no puede hablar con los amiguitos, pobrecito. No tiene tema, dijo Muv.
No, estúpida. Pero quería saber qué era lo que les llamaba tanto la atención. Ahora ya sé.
Entonces, dale que me traes los platos, dijo Muv poniéndose entre Salvador y el televisor.
Salvador se río. Una carcajada detrás de otra.
De qué te reís, nabo for export?
Te ponés celosa de una mina de la tele, Muv. Sos muy graciosa.
Qué me voy a poner celosa de esa mina, por favor. Grasa como ella sola. Tiene culo para siete. Traeme los platos.
Salvador se siguió riendo un rato más. Como casi siempre, como cada vez que a Muv le molestaba algo, insistió con la mina que bailaba.
Qué lomazo. Qué bien que baila. Qué patas. Que culo. Fuá.
Lo peor que le puede pasar a uno, le dijo Muv antes de volver a la cocina, es volverse viejo y verde. Qué triste destino el tuyo, Salvador.
Chota, dijo él, todavía sonriendo.
Muv volvió a la cocina. Terminó de lavar lo que quedaba. Salvador fue y vino algunas veces, retrasandose un poco en cada vuelta. Después de cerrar la canilla, pensó un poco.
Ahora vas a ver, dijo.
Caminó hasta el cajón de las bombachas. Revolvió. Con florcitas, de algodón, altas hasta más allá del ombligo para esos días, cortas decentes para ir al médico y atrás de todo, arrinconada contra la madera del cajón, la única bombacha que le regaló Leni, para conquistar a Salvador.
La desdobló y la miró. Ni ahí, dijo y volvió a guardarla. Se decidió por un boxer de Salvador y una de sus musculosas Tres Ases.
Ahora vas a ver.
Prendió el equipo de música y subió el volumen. Salvador se asomó y la encontró bailando con movimientos gatunos. Cuando quiso acercarse, Muv lo empujó. Bailó sola todo el tema y lo bailó como si estuviera sola o peor, como si en realidad, hubiese un millón de extraños viéndola bailar y no sintió vergüenza, ni se puso tímida sino más bien lo contrario, se sentía envalentonada, hermosa y única.
Cuándo terminó la música, le preguntó: ¿Qué tiene esa que no tenga yo?
Nada, dijo Salvador entre sorprendido y entregado. Nada, repitió.
No le importó la respuesta de Salvador.
Por primera vez, en mucho tiempo, se sintió poderosa.