Salva, los platos, dale, dijo Muv con las manos abajo del agua de la canilla. Le había pedido dos veces que levantara la mesa. Desde la cocina se escuchaban los gritos de un conductor de televisión y una música mersa que intentaba a duras penas, parecer sensual.
Salvador! Dale!
Ahí va, ahí va. Pará.
No le quedaba nada por lavar. Secó lo que había lavado, mientras volvía a llamarlo pero se cansó de esperar. Se secó las manos y caminó hasta el comedor.
Che, nene, dijo, pegándole en el brazo, me parece que se te metió un culo en el ojo.
Salvador dijo "ay" y se sonrió pero no despegó la mirada de la tele.
No es increíble que pasen esto en televisión, le preguntó a Muv.
Increíble es que vos lo estés mirando, le respondió pero Salvador había dejado de prestarle atención.
Che, nene, dijo, pegándole en el brazo, me parece que se te metió un culo en el ojo.
Salvador dijo "ay" y se sonrió pero no despegó la mirada de la tele.
No es increíble que pasen esto en televisión, le preguntó a Muv.
Increíble es que vos lo estés mirando, le respondió pero Salvador había dejado de prestarle atención.
Cruzado de brazos, con una rodilla apoyada en la silla, Salvador miraba a una mujer muy rubia bailar alrededor de un caño.
Pescado! A vos te digo, dijo Muv, pegándole con el repasador en una pierna. Parece que nunca hubieses visto una mina.
Bueno, che, dijo Salvador. Todos mis compañeros de laburo hablan de esto durante el almuerzo.
Ay, no puede hablar con los amiguitos, pobrecito. No tiene tema, dijo Muv.
No, estúpida. Pero quería saber qué era lo que les llamaba tanto la atención. Ahora ya sé.
Entonces, dale que me traes los platos, dijo Muv poniéndose entre Salvador y el televisor.
Salvador se río. Una carcajada detrás de otra.
De qué te reís, nabo for export?
Te ponés celosa de una mina de la tele, Muv. Sos muy graciosa.
Qué me voy a poner celosa de esa mina, por favor. Grasa como ella sola. Tiene culo para siete. Traeme los platos.
Salvador se siguió riendo un rato más. Como casi siempre, como cada vez que a Muv le molestaba algo, insistió con la mina que bailaba.
Pescado! A vos te digo, dijo Muv, pegándole con el repasador en una pierna. Parece que nunca hubieses visto una mina.
Bueno, che, dijo Salvador. Todos mis compañeros de laburo hablan de esto durante el almuerzo.
Ay, no puede hablar con los amiguitos, pobrecito. No tiene tema, dijo Muv.
No, estúpida. Pero quería saber qué era lo que les llamaba tanto la atención. Ahora ya sé.
Entonces, dale que me traes los platos, dijo Muv poniéndose entre Salvador y el televisor.
Salvador se río. Una carcajada detrás de otra.
De qué te reís, nabo for export?
Te ponés celosa de una mina de la tele, Muv. Sos muy graciosa.
Qué me voy a poner celosa de esa mina, por favor. Grasa como ella sola. Tiene culo para siete. Traeme los platos.
Salvador se siguió riendo un rato más. Como casi siempre, como cada vez que a Muv le molestaba algo, insistió con la mina que bailaba.
Qué lomazo. Qué bien que baila. Qué patas. Que culo. Fuá.
Lo peor que le puede pasar a uno, le dijo Muv antes de volver a la cocina, es volverse viejo y verde. Qué triste destino el tuyo, Salvador.
Chota, dijo él, todavía sonriendo.
Muv volvió a la cocina. Terminó de lavar lo que quedaba. Salvador fue y vino algunas veces, retrasandose un poco en cada vuelta. Después de cerrar la canilla, pensó un poco.
Ahora vas a ver, dijo.
Caminó hasta el cajón de las bombachas. Revolvió. Con florcitas, de algodón, altas hasta más allá del ombligo para esos días, cortas decentes para ir al médico y atrás de todo, arrinconada contra la madera del cajón, la única bombacha que le regaló Leni, para conquistar a Salvador.
La desdobló y la miró. Ni ahí, dijo y volvió a guardarla. Se decidió por un boxer de Salvador y una de sus musculosas Tres Ases.
Ahora vas a ver.
Prendió el equipo de música y subió el volumen. Salvador se asomó y la encontró bailando con movimientos gatunos. Cuando quiso acercarse, Muv lo empujó. Bailó sola todo el tema y lo bailó como si estuviera sola o peor, como si en realidad, hubiese un millón de extraños viéndola bailar y no sintió vergüenza, ni se puso tímida sino más bien lo contrario, se sentía envalentonada, hermosa y única.
Muv volvió a la cocina. Terminó de lavar lo que quedaba. Salvador fue y vino algunas veces, retrasandose un poco en cada vuelta. Después de cerrar la canilla, pensó un poco.
Ahora vas a ver, dijo.
Caminó hasta el cajón de las bombachas. Revolvió. Con florcitas, de algodón, altas hasta más allá del ombligo para esos días, cortas decentes para ir al médico y atrás de todo, arrinconada contra la madera del cajón, la única bombacha que le regaló Leni, para conquistar a Salvador.
La desdobló y la miró. Ni ahí, dijo y volvió a guardarla. Se decidió por un boxer de Salvador y una de sus musculosas Tres Ases.
Ahora vas a ver.
Prendió el equipo de música y subió el volumen. Salvador se asomó y la encontró bailando con movimientos gatunos. Cuando quiso acercarse, Muv lo empujó. Bailó sola todo el tema y lo bailó como si estuviera sola o peor, como si en realidad, hubiese un millón de extraños viéndola bailar y no sintió vergüenza, ni se puso tímida sino más bien lo contrario, se sentía envalentonada, hermosa y única.
Cuándo terminó la música, le preguntó: ¿Qué tiene esa que no tenga yo?
Nada, dijo Salvador entre sorprendido y entregado. Nada, repitió.
No le importó la respuesta de Salvador.
No le importó la respuesta de Salvador.
Por primera vez, en mucho tiempo, se sintió poderosa.