A las dieciseis, entró una pareja de jovencitos al departamento, acompañados por el de la inmobiliaria.
Muv los siguió desde atrás, mientras pasaban de una habitación a otra. El chico, que debería tener veinticuatro o por ahí y venía vestido de traje, miraba el cielorraso de las habitaciones, abría las canillas y golpeaba azulejos.
La chica miraba por las ventanas, recorría el piso con la vista y sonreía.
Se acercó a Muv.
Qué linda tu casa, le dijo.
Gracias, dijo Muv, devolviendo la sonrisa, en realidad, es de mi... ,y buscó la palabra que se adecuara: novio, chico, pareja, concubino, marido y no supo por cuál decidirse, de mi novio, completó y se sintió tremendamente rídicula llamando novio a Salvador.
¿Por qué se mudan? preguntó el chico, acercándose.
Porque compramos una casa, respondió Muv.
Qué lindo, dijo la chica.
Sí, dijo Muv y vió como el chico se metía en la cocina y tocaba la llave del gas y examinaba el calefón.
Fuiste feliz acá, preguntó la chica.
Aún lo soy, contestó Muv. Y de repente, se sintió mal. Invadida, viendo como esos extraños analizaban sus cosas, caminaban entre sus recuerdos pero contuvo la angustia - era todo lo que había aprendido, después de meses, a contener la angustia- y se comportó como si aquí no hubiese pasado nada.
Después de recorrer el departamento por última vez, el de la inmobiliaria y los chicos, salieron hacia la calle.
Y a Muv le quedó la sensación de que ya no pertenecía a ese lugar.