Salió media hora antes del trabajo. Llegó hasta un edificio de categoría y apretó el 3B.
Salvador Prats, dijo y esperó a que bajara alguien a abrirle.
El que bajó fue un hombre. Le llegaba al hombro, tenía el pelo un poco largo y anteojos. Estiró la mano. Se saludaron.
Subieron un piso por escalera. El departamento era un poco oscuro. Salvador siguió al hombre por un pasillo lleno de puertas cerradas.
Lo hizo entrar en la última y le pidió que lo esperara un minuto.
Salvador se sentó. Intentó repasar con la vista cada objeto, cada mueble. No había demasiadas cosas. Un sillón de tres cuerpos, un sillón de un cuerpo, una mesa con un velador. Pipas. Un escritorio, dos sillas. La entrada del hombre a la habitación le interrumpió la recorrida.
Vos dirás que te trae por acá, dijo.
Salvador se aclaró la garganta. Te puedo tratar de vos, no, preguntó y el hombre le respondió que si con la cabeza.
Salvador se cruzó de brazos.
Bueno... vengo, básicamente, porque no tengo con quién hablar, dijo. Te puedo decir José, no?
Claro, dijo el hombre. Hiciste algún tratamiento, alguna vez?
Nunca, respondió Salvador. Y no creo demasiado en los psicólogos, para ser sincero. Pero tampoco creo en los carniceros o en los curas o en los plomeros. Así me lo hizo ver mi novia, bah.
Ajá. Te animaste porque tu novia insistió?
No. Ni siquiera sabe que vine. Me animé porque no tengo con quién hablar sobre ella. Esas fueron las últimas palabras de Salvador antes de empezar con la historia de cómo y cuándo conoció a Muv, el momento en que se hicieron amigos, los años que fueron amigos, la forma en que empezaron a salir como novios, la separación, la muerte de Oma, la reconciliación y la convivencia.
Estás en pareja con tu mejor amiga, entonces, dijo José. Por lo que contás, todo suena bastante idílico.
Bueno, es la vida real. Idílico no hay nada. Ya no es mi mejor amiga. Ya no tengo mejor amiga. Y me di cuenta que no tengo otros amigos para hablar lo que hablaba con ella. Y no puedo hablar de ella con ella.
Entiendo. Se conocen de toda la vida, saben mucho el uno del otro...
Tengo miedo de que se vaya.
Están en una etapa de crisis?
No. O sí. Una crisis permanente desde que nos pusimos de novios. Cuando no es ella, soy yo. Cuando no soy yo, es ella. Tengo miedo de no alcanzarle. La mayoría del tiempo me siento un estúpido. Me parece que hago todo mal o peor, que hago una cosa bien y setenta mal que borran la que hice bien.
Por qué hacés setenta cosas mal? Digo, es un número considerable como para no saber por qué, no te parece?
Mmm. Que sé yo. Cuando me agarra el miedo a que me deje, hago cualquier cosa. A veces queriendo, otras veces sin querer. La cosa es que...antes de vivir juntos, ehm... tuve una relación ocasional con otra mujer. Ya estabamos de novios. No pensaba decirselo pero ella lo descubrió y por eso se fue de viaje a Europa. De un día para el otro.
Ajá, dijo José mirando a Salvador y alentándolo a seguir.
Bueno, estoy siempre en deuda por eso. Nunca termino de pagarlo y presiento que algún día, más tarde o más temprano, ella me va devolver la gentileza. Cuando lo pienso, me siento mal. Ella no es así. Nunca fue vengativa, al contrario. Es más bien de ignorarte, de hacer de cuenta que no existís. Nunca se portó así conmigo pero lo hizo con otros, dijo Salvador y sintió que le temblaba la voz.
Los otros también vivieron con ella?
No. Sólo uno que la dejó y ella tuvo una especie de depresión. Dejó de comer, se quedó en la cama, esas cosas. Lloraba. Siempre lloró mucho. Desde hace un tiempo no llora delante mío pero todavía llora, aunque se contiene más que antes.
Vos me venís a ver por tu novia o por vos, preguntó José.
Por mí. Porque yo quiero, suena cursi, ya sé, amanerado, dijo Salvador, pero yo quiero hacerla feliz. Quiero que se quede conmigo y que tengamos hijos y todo eso. El problema es que, últimamente, cualquier cosa genera un quilombo, un desbarajuste exagerado, quiero decir y es como estar todo el tiempo empezando de nuevo y hablando de que la cagué, la engañé, quiero decir. No sé. A veces creo que si ella me engañara, estaríamos a mano. Pero nada más pensarlo, me dan unos celos que no puedo explicar. La mataría si pudiera, dijo Salvador y miró a José, agachando la cabeza. Pero no la voy a matar. Me muero si la mato. O me mato yo, después. Salvador hizo una pausa. Estoy exagerando un poco, igual, me parece.
Salvador puso los brazos sobre el escritorio.
Hace unos días me puse un poco agresivo. Me da vergüenza. Me zarpé. Y pensé que no estaba bien. Que no puedo reaccionar así. Que tenía que hablar con alguien. Por eso te llame. Por eso vine.
Ok, dijo José. Podés venir todos los miércoles a esta hora?
Sí. ¿Ya está? dijo Salvador. Cómo es el tema de los honorarios?
Yo cobro sesenta pesos por sesión.
Salvador levantó las cejas. Hizo un cálculo rápido. Doscientos cuarenta por mes. Casi tres lucas en un año. Más vale que arregle algo por esa guita, pensó.
Te parece bien, preguntó José.
Sí. Tendría que ver un poco.
Cuánto podés pagar?
Llego a cincuenta más cómodo.
Perfecto. Entonces, el miércoles a la misma hora de hoy.
Buenísimo. Gracias, dijo Salvador.
Bajaron la escalera en silencio. Antes de salir se dieron la mano. Hasta la próxima, dijo José.
Salvador salió a la calle. Se sintió un poco más liviano.
No le voy a contar nada a Muv, pensó. Por ahora, no.
La llamó al celular. La invitó al cine. Ella aceptó.
Salvador Prats, dijo y esperó a que bajara alguien a abrirle.
El que bajó fue un hombre. Le llegaba al hombro, tenía el pelo un poco largo y anteojos. Estiró la mano. Se saludaron.
Subieron un piso por escalera. El departamento era un poco oscuro. Salvador siguió al hombre por un pasillo lleno de puertas cerradas.
Lo hizo entrar en la última y le pidió que lo esperara un minuto.
Salvador se sentó. Intentó repasar con la vista cada objeto, cada mueble. No había demasiadas cosas. Un sillón de tres cuerpos, un sillón de un cuerpo, una mesa con un velador. Pipas. Un escritorio, dos sillas. La entrada del hombre a la habitación le interrumpió la recorrida.
Vos dirás que te trae por acá, dijo.
Salvador se aclaró la garganta. Te puedo tratar de vos, no, preguntó y el hombre le respondió que si con la cabeza.
Salvador se cruzó de brazos.
Bueno... vengo, básicamente, porque no tengo con quién hablar, dijo. Te puedo decir José, no?
Claro, dijo el hombre. Hiciste algún tratamiento, alguna vez?
Nunca, respondió Salvador. Y no creo demasiado en los psicólogos, para ser sincero. Pero tampoco creo en los carniceros o en los curas o en los plomeros. Así me lo hizo ver mi novia, bah.
Ajá. Te animaste porque tu novia insistió?
No. Ni siquiera sabe que vine. Me animé porque no tengo con quién hablar sobre ella. Esas fueron las últimas palabras de Salvador antes de empezar con la historia de cómo y cuándo conoció a Muv, el momento en que se hicieron amigos, los años que fueron amigos, la forma en que empezaron a salir como novios, la separación, la muerte de Oma, la reconciliación y la convivencia.
Estás en pareja con tu mejor amiga, entonces, dijo José. Por lo que contás, todo suena bastante idílico.
Bueno, es la vida real. Idílico no hay nada. Ya no es mi mejor amiga. Ya no tengo mejor amiga. Y me di cuenta que no tengo otros amigos para hablar lo que hablaba con ella. Y no puedo hablar de ella con ella.
Entiendo. Se conocen de toda la vida, saben mucho el uno del otro...
Tengo miedo de que se vaya.
Están en una etapa de crisis?
No. O sí. Una crisis permanente desde que nos pusimos de novios. Cuando no es ella, soy yo. Cuando no soy yo, es ella. Tengo miedo de no alcanzarle. La mayoría del tiempo me siento un estúpido. Me parece que hago todo mal o peor, que hago una cosa bien y setenta mal que borran la que hice bien.
Por qué hacés setenta cosas mal? Digo, es un número considerable como para no saber por qué, no te parece?
Mmm. Que sé yo. Cuando me agarra el miedo a que me deje, hago cualquier cosa. A veces queriendo, otras veces sin querer. La cosa es que...antes de vivir juntos, ehm... tuve una relación ocasional con otra mujer. Ya estabamos de novios. No pensaba decirselo pero ella lo descubrió y por eso se fue de viaje a Europa. De un día para el otro.
Ajá, dijo José mirando a Salvador y alentándolo a seguir.
Bueno, estoy siempre en deuda por eso. Nunca termino de pagarlo y presiento que algún día, más tarde o más temprano, ella me va devolver la gentileza. Cuando lo pienso, me siento mal. Ella no es así. Nunca fue vengativa, al contrario. Es más bien de ignorarte, de hacer de cuenta que no existís. Nunca se portó así conmigo pero lo hizo con otros, dijo Salvador y sintió que le temblaba la voz.
Los otros también vivieron con ella?
No. Sólo uno que la dejó y ella tuvo una especie de depresión. Dejó de comer, se quedó en la cama, esas cosas. Lloraba. Siempre lloró mucho. Desde hace un tiempo no llora delante mío pero todavía llora, aunque se contiene más que antes.
Vos me venís a ver por tu novia o por vos, preguntó José.
Por mí. Porque yo quiero, suena cursi, ya sé, amanerado, dijo Salvador, pero yo quiero hacerla feliz. Quiero que se quede conmigo y que tengamos hijos y todo eso. El problema es que, últimamente, cualquier cosa genera un quilombo, un desbarajuste exagerado, quiero decir y es como estar todo el tiempo empezando de nuevo y hablando de que la cagué, la engañé, quiero decir. No sé. A veces creo que si ella me engañara, estaríamos a mano. Pero nada más pensarlo, me dan unos celos que no puedo explicar. La mataría si pudiera, dijo Salvador y miró a José, agachando la cabeza. Pero no la voy a matar. Me muero si la mato. O me mato yo, después. Salvador hizo una pausa. Estoy exagerando un poco, igual, me parece.
Salvador puso los brazos sobre el escritorio.
Hace unos días me puse un poco agresivo. Me da vergüenza. Me zarpé. Y pensé que no estaba bien. Que no puedo reaccionar así. Que tenía que hablar con alguien. Por eso te llame. Por eso vine.
Ok, dijo José. Podés venir todos los miércoles a esta hora?
Sí. ¿Ya está? dijo Salvador. Cómo es el tema de los honorarios?
Yo cobro sesenta pesos por sesión.
Salvador levantó las cejas. Hizo un cálculo rápido. Doscientos cuarenta por mes. Casi tres lucas en un año. Más vale que arregle algo por esa guita, pensó.
Te parece bien, preguntó José.
Sí. Tendría que ver un poco.
Cuánto podés pagar?
Llego a cincuenta más cómodo.
Perfecto. Entonces, el miércoles a la misma hora de hoy.
Buenísimo. Gracias, dijo Salvador.
Bajaron la escalera en silencio. Antes de salir se dieron la mano. Hasta la próxima, dijo José.
Salvador salió a la calle. Se sintió un poco más liviano.
No le voy a contar nada a Muv, pensó. Por ahora, no.
La llamó al celular. La invitó al cine. Ella aceptó.