lunes, septiembre 17, 2007

Veterana

Subió bufando al subte. Eran las seis de la tarde y había caminado todo el día repartiendo curriculums por cuanta editorial había logrado ubicar.
Entró, con dificultad, entre el brazo de un hombre de traje y una chica de mochila que se agarraba del pasamanos, medio dormida.
Había llamado a Salvador al celular pero estaba apagado. Le reventaba hablar con el contestador. Más de una vez le había preguntado para qué tenía contestador en el celular si iba a tener el teléfono apagado. Además, dónde se había metido y por qué tenía el teléfono apagado, eh. Por qué.
Pensaba en eso cuando se dio cuenta que, sobre la puerta del vagón, alguien la miraba. Le cruzó los ojos y lo enganchó justo, mirándola. Le dio vergüenza descubrirlo y bajó la vista.
Los viajes en subte son tan aburridos, pensó, qué más se puede hacer que mirar gente.
Subió el volumen del reproductor. Se preguntó si no habría dicho algo en voz alta y por eso se ganó la mirada pero después creyó que si lo hubiese hecho, todos la mirarían y no sólo el que se apoyaba contra la puerta.
En cada estación, revisaba que no la siguiese mirando pero entre los que subían y bajaban, lo perdía de vista.
Se olvidó del asunto. Se concentró en el techo del vagón.
Faltan cuatro estaciones, pensó. Paciencia.
Se bajó a codazo limpio después de gritar permiso y que nadie se moviera. Salió del andén transpirada, de mal humor y con bronca. Caminó rápido, pasó el molinete. Se paró en la escalera mecánica del lado en que la gente se queda parada. Le iba llegando el aire frío de la calle.
Sintió que le tocaban el brazo. El que la miraba le hablaba pero ella no lo escuchaba.
Se sacó un auricular.
Se te cayó esto, dijo el que la miraba, que era un chico de unos veintipocos y le extendía un paquete de pañuelos de papel.
Muv tocó el morral. Después los bolsillos de la campera. Se sacó el otro auricular. Sonrió.
No, dijo. No son míos. Gracias, igual.
Se te cayeron, eh. Yo ví cuando se te cayeron.
Muv metió la mano en el bolsillo. Sacó su paquete de pañuelos.
No, dijo sonriéndo aún, acá los tengo.
Ah, dijo el chico.
Llegaron a la vereda.
Muv siguió caminando. El chico caminó al lado de ella.
Sabés dónde queda Dorrego, le preguntó.
Te bajaste una estación antes, respondió Muv. Seguí por acá derecho. Después de Juan B. Justo es la tercera o cuarta.
Ah, qué boludo. No conozco por acá.
Bueno, no te vas a perder. Tenés que seguir por Corrientes hasta que la cruces. Son como diez cuadras, más o menos.
Te molesta si voy con vos un par de cuadras, preguntó el pibe.
No, dijo Muv y vio que del hombro le colgaba una guitarra enfundada. Igual, yo doblo un poco más allá.
Bueno, dos cuadras, dijo el chico y la miró como diciéndole tranquila, no te voy a robar.
Por qué siempre se me pegan los pendejos, pensó Muv. Qué horror. Una imagen patética. La veterana que camina al lado del pibito de la banda. Dioses.
Siempre tomás el subte de las seis, preguntó el chico.
No. Casi nunca, dijo Muv.
Ah. Te morís de calor adentro del subte, viste.
Sí, una porquería.
El chico se rió.
Já! Porquería!
Jé, dijo Muv y pensó que ya ni siquiera sabía como hablaban los jóvenes.
Y... vivís por acá?
Sí.
Hace mucho?
Unos meses.
Qué estudiás, preguntó el chico y a Muv le causó la misma ternura que siempre le causaban los pendejos que se le pegaban, que el pibe supusiera que ella todavía estudiaba.
Hace rato que no estudio.
Tuvieron que esperar hasta que cortara el semáforo.
En serio? No quisiste ir a la facu? Yo tampoco quise. Igual, me busqué un laburo. Ahora vengo a ensayar.
Tenés una banda.
Sí.
Cómo se llama.
Desastres en miniatura.
Buen nombre, dijo Muv. Acá tengo que cruzar.
Cruzo con vos, dijo el chico pero Muv lo miró con desconfianza. La calle estaba llena de gente. Si no te molesta, agregó.
Todo bien.
Me dijiste que siga derecho por acá?
Sí, todo derecho.
Caminaron esquivando gente, mujeres con chicos y bolsas de supermercado, chicos del secundario.
Bueno, acá doblo, dijo Muv. Que llegues bien.
Ni ahí que te puedo acompañar hasta tu casa, no?
Muv dijo que no con la cabeza y se río de costado.
Ni hablar de que me des tu telefono.
Tampoco.
Lástima. Sos linda.
Gracias, dijo Muv, vos también. Suerte con la música.
Gracias. Ojalá nos crucemos de nuevo, dijo el chico.
Muv levantó la mano y le hizo chau. Lo dejó parado en la esquina. Se fue riendo. Se reía de ella y del chico. Y decidió que cuando Salvador llegara a casa, se lo contaría.
Le daba más risa, todavía, adivinar lo que Salvador iba a decir.
"Será posible que no te pueda dejar sola"
Se volvió a poner los auriculares. El chico le había alegrado la tarde.