miércoles, abril 18, 2007

Reflejo

El mail hablaba claro:

Hola Muv,
no tenía intenciones de volver a escribirte pero hasta dónde sé, nadie en tu familia quiere preocuparte. Tu abuela no anda bien. Anda muy triste, es como si se hubiese entregado a quién sabe qué. No te pido que vuelvas pero te pido que la llames.

S.



Muv se recostó sobre el respaldo de la silla del ciber. Respiró profundo. Salvador nunca utilizaría a Oma para pedirle que volviese a Buenos Aires. Oma nunca le permitiría a Salvador que le escribiese para pedirle un llamado. Algo andaba mal. Comenzó a asustarse.
Y si se muere, pensó. Si la Oma se muere y yo estoy acá y no llego ni siquiera a darle un beso.
Pensó en volver a llamar a su casa paterna, como había hecho el día anterior para dar el parte de situación: Estoy bien, mamá, cómo anda todo por ahí. Esta vez, exigiría que alguien le dijera exactamente cómo estaban las cosas.
Conociendolos, pensó, no me van a decir nada. A veces, me violenta que me sobreprotejan tanto. Qué se creen. No tengo diez años.
Salvador, pensó. Tengo que hablar con Salvador. Es el único que me va a contar lo que le pasa.
Se enojó. Se enojó con Salvador por escribirle, con su madre por no decirle nada, con sí misma por haberse ido tan lejos, con el mundo por torcerle tantas veces el brazo y no dejarla en paz.
Por qué, se preguntó, por qué siempre tiene que pasar algo. Por qué no se puede estar tranquilamente en babia, sin que pase nada. Absolutamente nada.
Sintió un nudo en la garganta.
Ni siquiera puedo salir corriendo y llegar a lo de la Oma y ver si está bien. Qué idiota. Soy una idiota. Qué idiota que soy.
Por un momento, mientras pasaba por el frente de uan vidriera, reparó en su reflejo. Su imagen desentonaba con el paisaje. No pertenecía a ese lugar. Se notaba a leguas que era turista, que pertenecía a otro lado.
A qué vine. A qué vine hasta acá. Por más que miro y miro todo, por más que esta ciudad me deslumbra, no dejo de pensar en todo lo que quedó en casa. Hace semanas que no hablo con nadie, salvo las sonrisas de rigor que hago cuando alguien me habla y yo no entiendo. Estoy cansada. Estoy harta. Qué vine a buscar acá. Por qué pensé que acá lo encontraría. Por qué.
Se sentía agitada, asustada y sola, pero sola de verdad. Repleta de soledad.
Y no era esto lo que querías, se dijo. Que te dejaran sola, que nadie te conociera, empezar de nuevo. Empezar, qué. Nadie empieza de nuevo, Muv. Nadie.
Volvió al hostel antes de anochecer.
Llamó por teléfono desde la sala de usos múltiples. Salvador atendió el teléfono y no habló con alegría.
No se sabe que tiene, le contó. Dice que está cansada. No quiere levantarse de la cama. Habla de que está vieja y de que ya estuvo bien. Tendrías que haberla llamado a ella, Muv. No a mí.
Pero..., dijo Muv.
Pero nada, contestó Salvador. Yo paso a verla todos los días. Me quedo un rato y le hablo o vemos tele. Pero no soy su nieto. Y más de lo que hago no puedo hacer. Dejá de gastar hablando conmigo y hablá con ella. Te tengo que dejar. Tengo cosas que hacer.
Salvador cortó la comunicación. No le mandó un beso, no le preguntó cómo estaba. Lo escuchó triste y enojado, quizás, más triste y más enojado de lo que ella misma se sentía.
Y de repente, entendió todo.
Egoísta, exagerada, se dijo. Saliste corriendo de Buenos Aires y creiste que todo lo que dejabas se iba a quedar ahí, que te iba a esperar hasta que a vos se te ocurriera volver. Ya sabés lo que tenés que hacer. Y es mejor que te apures porque parece que no sólo vas a llegar tarde a ver a tu abuela.
Tragó el café con leche que se preparó como cena y se durmió llorando.
Al otro día, volvió a armar la valija.