jueves, abril 26, 2007

Infelices

Cuando dobló la esquina, se sintió temblar. Se quedó parado un rato, en el umbral de una casa. Metió la mano en el bolsillo y sacó la menina. La miró, pero le temblaban tanto las manos que tuvo miedo de que se le cayera al piso y volvió a guardarla. Caminó, nuevamente, llegando hasta la mitad de la cuadra pero dio media vuelta en la puerta de un garage y desanduvo sus pasos hasta la esquina, otra vez.
Cuando estaba doblando, apareció Muv. Te iba a buscar, le dijo. Esto no puede ser así. No puede terminar así.
Salvador no dijo nada. La agarró de la muñeca, y la llevó, casi arrastrando hasta el chino de la otra esquina. Compró dos botellas de vino todavía sosteniendola de la muñeca, soltándola sólo para pagar.
Al salir detuvo un taxi. Muv preguntó qué pasaba, dónde iban, pero Salvador no contestó.
Muv, quiero que te calles, le dijo. Y lo dijo con tal autoridad que a Muv no le quedó más remedio que obedecer.
La coordenada fue clara. Iban directamente al departamento de Muv.
Ya me podés soltar, dijo Muv en voz muy baja pero Salvador no hizo más que afirmar la mano sobre la muñeca. Logró liberarse sólo para bajar cuando llegaron a destino pero esa libertad le duró poco.
Se quedaron parados a metros de la puerta, mirando en dirección al edificio como esposados uno al otro.
Salvador abrió la puerta. Caminá, le dijo.
Siguieron sin hablar hasta que entraron al departamento. Muv ya no sentía la presión sobre la muñeca. Se dejaba tirar del brazo.
Quiero que veas, dijo Salvador.
La llevó de recorrida por el departamento. La canilla del baño ya no goteaba. El mueble de la cocina estaba pintado, el barral de la cortina en su lugar.
Las plantas estaban todavía más lindas que cuando ella se había ido. Y todo estaba completamente limpio y en orden.
Salvador liberó a Muv de su mano, en el living, cerca del sillón.
Entró a la cocina. Destapó el vino. Sirvió dos vasos.
Esto es todo lo que hice mientras no estuviste, le dijo Salvador. Y tragó de una sola vez el contenido de su vaso de vino. Se levantó y fue por la botella.
Muv se recostó sobre el respaldo del sillón.
No sé qué hacer, Salvador. No sé. Vos te quejás de mí, pero tampoco lo hacés fácil. Hace una hora me dijiste que no me querías ver más. A los diez minutos me agarraste del brazo y me metiste en un taxi y me trajiste hasta acá. Y ahora todo esto. Yo no sé qué vamos a hacer.
Salvador no la escuchaba. Simplemente tomaba y servía vino en su copa.
Yo tampoco sé qué vamos a hacer. Pero sé que no quiero pasarme la vida como un infeliz haciendo y deshaciendo cosas.
Y cuando Salvador estaba a punto de seguir con su monólogo, sonó su celular.
Emilia, la hermana de Muv, le avisaba con la voz entrecortada que Oma estaba internada. Y después del llamado y después de comentarselo a Muv, todo lo demás, todos esos problemas que hasta ahora los habían preocupado tanto, se habían vuelto una reverenda pavada.
Volvieron a la calle. Esta vez, nadie arrastraba a nadie pero iban de la mano.
Tenían un nudo doble en la garganta y no conseguían taxi.