jueves, mayo 03, 2007

Muda

Se despertó cuando entró la enfermera a cambiar el suero. Había dormido sentada en una silla con los brazos apoyados sobre el borde de la cama y la cabeza entre ellos. Desde que Oma estaba internada, los días no pasaban. Era un solo día que se extendía hora tras hora, un día único.
Se pasó la mano por los ojos y después, se estiró la remera. Movió el cuello hacia un lado y hacia el otro. Escuchó el crujido de las vertebras y se quejó en voz baja. Miró el reloj. Faltaban dos horas para que Salvador pasara a dejarle una muda de ropa nueva y se quedara con Oma para que ella pudiera desayunar.
Se paró y estiró las piernas y los brazos.
Cada día, Oma pasaba menos tiempo despierta. El cuerpo, el cuerpo, me duele mucho el cuerpo, decía y Muv, que era la que casi se había encadenado a la silla y al borde de la cama ni bien la familia supo que Oma estaba muy enferma y que a su edad no había motivos para un tratamiento, iba y venía hasta el office de enfermeras a pedir más analgesia, algo que le calmara el dolor. Y las enfermeras que la miraban, con la cara que siempre ponen las enfermeras cuando el pariente de algún enfermo se pone insistente, la hacían esperar durante minutos que parecían horas, para llegar a la habitación, tocar el goteo del suero y decirle a Oma, palmeándole el antebrazo: "abuelita, ya va a pasar". A Muv le latía fuerte una vena del cuello cuando las escuchaba hablar.
Cada vez que caminaba ida y vuelta a la habitación para ir a buscar a las enfermeras, recordaba para disimular la impotencia, el nudo doble apretado y las ganas de gritarles: Ustedes no se dan cuenta de que a mi abuela le duele todo el cuerpo. Ustedes no se dan cuenta de que es mi abuela.
Prefería recordar. Recordaba los mediodías, bajando del escolar en la casa de Oma, con Emilia corriendo desde el último escalón del micro hasta la puerta de calle para que el abuelo la hiciera volar, del almuerzo recién preparado y la tarea en la mesa de la cocina. De Oma sumando, restando, multiplicando y dividiendo con dificultad para corregirle las cuentas y de la hora de la merienda, el olor a café con leche o chocolate, en pleno invierno y el cuento de los cabritos desobedientes. De las muestras de bordado para actividades prácticas y la novela de la siesta, cuando se acostaban las tres en la cama, después de la muerte del abuelo.
Llena de esas imágenes, entraba a la habitación, en donde la piel de Oma se confundía con el color de las sábanas, sin ganas de llorar, ni de gritar, ni de nada. Entonces volvía a sentarse en la silla a pasar las horas hasta que Salvador volviese a aparecer por la puerta, como a las seis de la tarde, horas más tarde de que mamá y papá comenzaran con la letanía de "y por qué no te vas un rato a casa" y se iban los dos a tomar algo o a dar una vuelta manzana.
Pero hoy, se despertó justo cuando entró la enfermera y escuchó un ruido pequeño y ahogado. Una especie de quejido que nacía mucho más abajo de la garganta de Oma y que seguía el ritmo de su respiración. Y vio como la enfermera entraba y salía de la habitación, caminando rápido, tomándole la temperatura y la presión a Oma que no mantenía los ojos abiertos. Y después, la llegada del extraccionista que sólo dijo buen día y sacó de su caja de herramientas una jeringa con una aguja larguísima, empapó un algodón en alcohol y se llevó su muestra de sangre, sin siquiera parpadear. Detrás, la mucama y después el médico. Y otra vez la enfermera, con sábanas limpias, moviendo ese cuerpo dormido de un lado a otro mientras hacía la cama.
Muv caminó por la habitación esquivando el desfile. Por el pasillo, pudo escuchar el ruido del carro que llegaba con la bandeja del desayuno, los pasos de los reemplazos de los acompañantes de la noche. La risa de otra enfermera y el saludo del diarero.
Sin saber cómo, mientras la mañana pasaba, se dio cuenta de que durante mucho tiempo había estado en pausa. Perdiendo tiempo. Manteniendo no supo bien qué, en su sitio. Sin pedir, sin decir. Muda. Muda de cosas importantes.
Cuando la segunda ronda de médicos la hizo salir al pasillo, no lo pensó. Caminó directamente hasta el teléfono. Juntó las monedas que tenía en los bolsillos del pantalón y llamó a Salvador.
Después de escuchar un hola asustado y apurado, no pudo evitarlo y dijo todo de un tirón.
Tengamos un hijo. Compremos una casa. Con jardín y terraza. Criemos un perro. Veamos el mar más seguido. Haceme reir. Seguime queriendo. Y por favor, Salva, por favor, no me dejes sola nunca más.
Después se quedó callada.
Salgo para allá, dijo Salvador.
Muv volvió caminando despacio a la habitación.
Oma seguía dormida.