martes, mayo 22, 2007

Zapatillas

Pasó la primavera y el verano. Pasó el primer aniversario de la muerte de Oma y el cumpleaños de Salvador. Llegó un invierno helado. El primero después de muchos inviernos tibios.
Muv consigue una entrevista en una editorial. Parece un trabajo serio, con buena remuneración. Le ofrecen escribir sobre discos y libros y a Muv, la oferta le hace latir más fuerte el corazón.
Promete volver dos días después con un sumario y una respuesta, que sabe desde ese mismo momento pero que esconde para crear un poco de intriga.
Cuando Salvador llega a casa, Muv lo recibe a los saltos.
Discos y libros, discos y libros, Salva. Lo que siempre quise hacer, le dice.
Te dijeron cuánto te van a pagar, pregunta Salvador.
No exactamente. Pero con que sea un número más o menos, yo agarro viaje, responde, todavía saltando.
Que sea un número más que menos o no vamos a poder comprar nunca la casa de la otra cuadra, dice Salvador mientras se saca la ropa de oficina.
Esa noche, Muv no pega un ojo. Piensa en todos los libros que le gustan y en todos los discos que va a poder escuchar. Y lo mejor de todo, es que van a pagarle. Sí, por fin. Por fin algo que le encanta y por lo que va a recibir dinero a cambio.
Le cuenta a Oma en su charla nocturna. Le pide que la ayude a que todo salga bien.
Durante el día siguiente prepara el sumario tal como prometió y escribe con furia, como si en eso le fuera la vida sobre algunos autores que le gustan mucho y no le importa si finalmente sobre ellos va a poder escribir. Este trabajo es el acceso a un mundo nuevo. Es un mundo nuevo.
Finalmente, llega el día de la entrevista pero el día empieza mal. Hay paro de subtes y los colectivos van atestados de gente. No consigue taxi. Viaja apretada contra una máquina saca boletos, en el único colectivo al que logró subirse.
Llega a la editorial transpirada y de mal humor, pero un metro antes de cruzar la puerta, se pega un sopapo imaginario, levanta la cabeza, sonríe y entra.
Pero nomás dar un paso, alguien se tropieza con ella y termina en el piso, con tanta mala suerte que la única copia del sumario, la que cuidó con su vida en el colectivo para que no se arrugara, la que llevaba dentro de una carpeta comprada especialmente para parecer prolija, termina debajo de la zapatilla de quién la atropelló.
Ay, la concha de mi madre, dice Muv muy bajito.
No me ves, le dice el que la atropelló, de mala manera, mientras Muv le pega en el pie para sacar la hoja.
Loca, no me viste, vuelve a repetir el atropellador mientras levanta el pie sorprendido por los golpes en la punta de la zapatilla. Venís en colgada, loca, prestá atención.
Recuperada la hoja, Muv se levanta sola del suelo.
Bueno, no te ví, no te ví, contesta ella también de mala manera. Vos tampoco venías mirando.
Se sacude el pantalón y se acerca al mostrador de recepción, con los ojos llenos de lágrimas. Pide que la anuncien mientras intenta borrar la huella de la suela de la zapatilla del papel.
Le piden que espere.
Media hora más tarde, cuando Muv está pensando seriamente en salir a buscar una fotocopiadora, le indican que puede pasar.
Después de pedir disculpas por el estado del sumario y contando con un poco de gracia que un huracán se la había llevado puesta en la puerta, le dicen que el sumario no hace falta. Y a Muv la sorprende que esta vez, conseguir este trabajo sea tan fácil.
Empezás mañana, le dice Esteban, el tipo de cuarenta y pico que la entrevistó y que a partir del día siguiente se convertirá en su editor. Vení que te presento al chico que recibe los libros, le dice.
Lo sigue por un pasillo y después por otro. En el camino, Muv conversa con Esteban. Conversan del tiempo, de qué más.
Finalmente llegan a un escritorio, donde un hombre –un pibe de nuestra edad, dirá luego Muv cuando le cuente a Salvador- está despatarrado en su asiento mirando un monitor y scrolleando con el mouse.
Joaquín, dice Esteban, te presento a Muv. A partir de ahora, ella se va a encargar de las reseñas de los libros y los discos.
Joaquín no se mueve. Muv no puede verlo bien desde dónde está, hasta que asoma la cabeza por detrás del monitor.
Ah, qué tal.
Joaquín se para. Camina hasta al lado de Muv. No es mucho más alto que ella, usa barba y tiene unos cuantos pelos parados, un raro peinado nuevo.
Ya nos conocemos, le dice Joaquín a Esteban y Muv baja la mirada y se encuentra con la zapatilla que arruinó su sumario.
Le hace una media sonrisa.
Bueno Joaquín, dice Esteban, pasensé los mails, contale cuando tiene que entregar los textos. Te dejo en buenas manos, le dice después a Muv. «Cualquier cosa me llamás» es el saludo de despedida de Esteban que Muv interpreta como «no se te ocurra molestarme por cualquier pavada».
Muv agradece con la misma media sonrisa. Esteban se aleja.
Anotá tu mail ahí, dice Joaquín volviendo al monitor y al scroll.
Ahí dónde, dice Muv fingiendo preguntar con una amabilidad que no siente.
Ahí, mujer, ahí. No ves bien, vos, le pregunta.
Muv siente que algo le sube por la vena del cuello. Algo que le llega a la vena esa, a la que se le nota cuando se enoja y que le parte la frente en dos.
Pero quién te crees que sos, piojo resucitado. Como te dicen, Mariano Moreno? Qué te pasa, flaco, tenés poca actividad sexual? piensa pero responde, sí, veo bien. Pero si vos me decís dónde, voy a ver mejor, con voz firme.
Joaquín vuelve a pararse. Acerca una hoja hasta el borde del escritorio, apoyando una mano sobre ella y con el índice dice: Acá, ves? Acá.
Por primera vez, Muv lo mira detenidamente. Lo ve lindo y le sorprende verlo lindo porque desde que está con Salvador no ve a nadie más.
Lindo, piensa. Lindo pero es un idiota.
Ve ojos negros, corte de pelo. Baja la vista hasta el dedo y repasa los otros dedos. No tiene anillo. No tiene anillo, se dice, este se debe creer que todas las minas se mueren por él. No hay caso, loco. Como decía la Oma, si es petiso y no es jodido, no es petiso, es encogido.
Y mientras anota siente algo, algo que no había sentido desde hacía dos años o a lo mejor, un poco más. Como un ahogo, como si le temblara el estómago. Algo que la hace querer salir corriendo, justo a ella, que se prometió dejar de correr.
Ok, dice, después de escribir su dirección de correo. ¿Necesitás algo más?
Nah, nada más. Después te pongo un mail con todo.
Bueno. Listo, entonces?
Listo. ¿Sabés llegar a la puerta o necesitás que te acompañe? pregunta y Muv lo escucha mal, lo escucha como si fuera una provocación.
Sí, infeliz, piensa Muv, no soy tan boluda, pero dice: Muchas gracias. Puedo llegar sola.
Cuando se está yendo, Joaquín pregunta, levantando un poco la voz:
Loca, qué clase de nombre es Muv.
El mío, dice Muv y piensa que Joaquín no sabe con quién se está metiendo.
Sin saber por qué se pone colorada pero apura el paso y dobla en el primer pasillo que encuentra para poder perderse de vista.
Cuando llega a la puerta de calle, todavía le tiembla el estómago. Siente como si le hubieran hecho cosquillas. La sangre le pincha el cuerpo. Si cierra los ojos, puede ver la cara de Joaquín. Se asusta. Ella no es fisonomista.
En la calle, mientras camina, mientras intenta calmarse, dice: No. No, no, no. No, no, no, no.
No.
NO.