martes, mayo 15, 2007

Color

Unas flores amarillas en el medio de una corona, al costado del ataud de Oma, capturan la vista de Muv.
Está en el medio de la sala velatoria y cada dos por tres, se tilda mirando esas flores que no dicen mucho y que ni siquiera se destacan por ser lindas, sino por darle un golpe de color al verde y al blanco. Ese color le resulta conocido, pero no puede recordar exactamente dónde lo vio antes. Alguien, que ella no registra, la toma del brazo y la aleja del cajón. ¿Tomaste algo? ¿Quéres algo? y Muv dice que no, que no, que no quiere nada y después de desligarse de quién le ofrece "algo", vuelve al lado de Oma.
Vuelve a las flores. Las sigue mirando, mientras alrededor suyo se para gente que reza o que mira con seriedad o que llora. Y cada tanto, Salvador aparece y la invita a salir a fumar.
Muv camina como en babia. Sabe dónde está y qué pasa, pero no siente nada. Le duele ver a su papá con los ojos colorados e inflando las fosas nasales para no llorar o a Emilia, refugiada en el abrazo de su mamá pero ella no siente nada. Como si hubiera perdido sensibilidad, no se muere de tristeza, no está desesperada, no tiene ganas de llorar a los gritos. No le duele, tampoco le encanta. Si hay algo peor que sentir mal, es no poder sentir nada.
Se lo cuenta a Salvador, mientras caminan hasta esquina, fumando.
Estás cansada, dice Salva.
Muv hace un ruido y le pega un beso largo al cigarrillo. Siente que el humo le recorre el cuerpo hasta los dedos de los pies y despues lo larga, en un soplido finito que casi no se nota. Por qué seguiré fumando, se pregunta para sí.
Vuelven a la casa velatoria, caminando lento y en el camino, Muv sigue pensando dónde vio ese color, si fue durante el viaje o cuando era chica, pero no puede terminar de saber dónde lo vio.
Pasa el mediodía mirando las flores y haciendo más de lo mismo, yendo y viniendo, contando cómo, cuándo, dónde y por qué se murió Oma, y sólo repite el resumen de los días como si fuera un loro. Hasta que llegan los autos y se niega rotundamente a subirse al que le toca.
En taxi, con Salvador, dice cuando la hermana le pregunta cómo va a llegar hasta el cementerio, para después arrepentirse y subir igual, de mala gana.
Es un día soleado del otoño.
Nadie debería morirse un día así, dice Muv dentro del auto y no encuentra respuesta.
Y ya en el cementerio, lo habitual: las palabras de un cura joven, quizás demasiado joven, para hablar en un cementerio. Y el entierro, el momento más detenido de todo el día, la imagen congelada entre cruces y montículos de tierra.
Después, empezar a volver a casa, a la vida de siempre pero sin Oma para siempre. Y el silencio del cansancio.
Se despide de sus padres a las seis de la tarde, después de tomar un café negro, el café número mil del día y se va con Salvador.
En el camino algo le pasa. Algo que nunca le pasó en esta circunstancia, porque desde hacía muchos años, no se moría nadie y mientras algo le pasa, piensa en eso, en que nunca estuvo cerca de la muerte siendo adulta.
Necesita tocar a Salvador. Abrazarlo, besarlo, desnudarlo. No puede ni quiere esperar a llegar a casa y se lo dice. Vamos a un telo, Salva, vamos ahora.
Salvador no entiende cómo, después de un día tan largo, Muv está tan predispuesta, con tantas ganas, pero no pregunta, dice: vamos a casa. En casa. Muv protesta. Salvador escucha y repite: en casa, en casa.
Cuando llegan a casa, están tan apurados que no importa donde cae la ropa ni siquiera importa si son un poco brutos, tampoco si el momento es el indicado. Importa coger y sacarse a la muerte de encima, porque coger es el único antídoto contra la muerte para ellos en ese momento y coger con amor, mucho más.
Ellos se quieren. A pesar de todo, se quieren. Y esa tarde, mientras baja el sol, cogen rápido y sin decir nada hasta que no pueden más por todo lo que fue pasando: el encuentro, la separación, el viaje, la vuelta, los rulos que desaparecieron y la Oma muerta.
Quedan desnudos, compartiendo el sofá del living.
Me acordé, dice Muv mientras se le empieza a quebrar la voz. De ese color era la malla de la equilibrista que vi en el circo, una vez, con Oma.
Empieza a llorar.
Salvador se levanta del sillón. Va y viene del dormitorio. Trae un acolchado hecho un bollo entre los brazos.
Vuelve a acostarse pegado a la espalda de Muv. La tapa y se tapa. La abraza.
Lo único que Muv quiere es llorar mientras Salvador la abraza, un rato o toda la noche.
Lo único que Salvador quiere es estar con ella.