sábado, mayo 26, 2007

Descalza

El sábado está llegando al mediodía. Están levantados hace unas horas. Salvador se rodeó de facturas, impuestos y estados de cuentas. A la izquierda tiene un bibliorato porque desde que se volvió un tipo serio es el que lleva las cuentas de la casa y no hace más que archivar, un día por mes, todo lo que se pagó y se está por pagar.
Muv lee, en el sillón, uno de los dos libros que tiene que reseñar -Cómo sobreponerse a la tristeza y la desilusión. Usted puede recuperarse- mientras toma notas en un cuaderno de páginas verde agua.
Cada tanto Salvador la mira. La ve con las piernas flexionadas, las plantas de los pies sobre el sillón, el libro sobre los muslos, un lápiz en la boca y los anteojos en la punta de la nariz. La ve leer párrafos en voz muy baja y fruncir la cara.
Después, vuelve a las facturas e impuestos y estados de cuenta. Hace números. A escondidas, Salvador lleva meses ahorrando y visitando bancos y más bancos. Quiere comprar una casa. Una casa que queda a dos cuadras de la que era la casa de Oma. Una casa vieja, que vio, otro sábado con la excusa de salir a andar en bicicleta, solo. Una casa que hay que refaccionar desde la puerta hasta el fondo pero dónde pudo imaginar a Muv caminando descalza sobre la pinotea en verano y en invierno. Con una escalera al fondo y un cuartito arriba de la cocina, que una vez acondicionado servirá para que Muv pueda escribir.
Sí, Salvador lo tiene todo pensado. Lo tiene todo pensado y no dirá nada hasta que haya firmado todos los papeles que lo esposen a quince años de cuotas, capital más intereses, a tasa variable y en dólares.
Y una vez que tenga todo firmado, una vez que ya haya metido a los albañiles, ahí sí. Ahí sacará de entre los papeles que guarda en la caja de impuestos que ya pagó, el anillo que compró mientras Muv estaba de viaje, la vez que, desesperado, pensó en irse a Europa a proponerle matrimonio para que de una buena vez ella se enterara de que no había nadie más en todo este mundo que a él le importara tanto; el anillo que vive cambiando de lugar gracias a la curiosidad de Muv que todo revisa, salvo que sean papeles con números y que dejó escondido en su bolsillo durante la agonía de Oma, sin hacer siquiera alusión a él, en ningún momento.
Reconcentrado en sus cálculos, tiene la precaución de no pensar en voz alta, preguntadole a Muv cosas sin sentido como "cómo vas" "¿garrón?", a los que ella contestaba con onomatopeyas de lo más triviales como mjm o eh o uff, entre largos intervalos de silencio.
Vuelve a concentrarse en los papeles y cada tanto se le aparece una pregunta que lo trastorna desde hace semanas.
¿Alcanzará? ¿Alcanzará todo esto para Muv? ¿Valdrá la pena el sacrificio? ¿Será esto lo que ella quiere?
Y cuando aparece la pregunta, Salvador vuelve a mirarla y por un segundo, tiene la peregrina esperanza de que la respuesta es que sí. Que eso alcanzará y que es lo que ella quiere. O que al menos, es lo que él quiere para ella y se siente más tranquilo.
Salva, dice Muv, por qué llevás tanto tiempo con esos papeles.
Alguien tiene que llevar la contabilidad de la casa, darling, le dice sacándole la lengua. ¿Vos? ¿Qué hacés? le pregunta mientras se para y camina los cinco pasos que lo separan del sillón, dispuesto a acomodarse por diez o veinte minutos entre las piernas de Muv.
Leo este bodrio y puteo a ese forro de Joaquín, responde Muv sacándose los anteojos.
Vení, le dice Salvador, dejá eso un rato. Dame un beso y olvidate de ese boludo.
Muv deja el libro sobre el suelo y besa a Salvador. Olvidarse, por ahora, parece que no, no va a poder ser.