lunes, mayo 07, 2007

Lágrimas

De noche, el pasillo que da a terapia intensiva permanece oscuro. Esa noche, que para el sanatorio no era diferente a las demás, Muv y su familia esperaban sentados en la escalera que está frente a terapia, a oscuras, que pasara algo. Para bien o para mal.
Ninguno quiso irse a su casa después de que el médico de la noche les diera el parte, les dijera que el cuadro era muy grave y les aconsejara que se fueran a descansar, que en estos casos nadie sabe cuánto tiempo puede tardar, que a veces son meses, que a veces son horas, que cualquier novedad ellos los iban a llamar.
Ninguno de los cinco se movió. Todo lo que hicieron fue acomodarse en los escalones y quedarse ahí para seguir esperando.
Eran las dos de la mañana cuando otro médico y una enfermera se les acercaron y dijeron una infinita lista de términos médicos para explicar que ya no había nada más que hacer y que podían entrar a despedirse rápidamente, como excepción, por estar ahí, esperando a oscuras.
Papá bajó los escalones con rápidez. Mamá lo siguió.
Emilia descendió un escalón y se sentó al lado de Muv, que se tapaba los ojos y la boca y apoyaba los codos en las rodillas, mientras las manos de Salvador le acariciaban los hombros. Lloraban silenciosamente, estirando o arrugando pañuelos de papel. Muv se hamacaba despacio y Salvador apoyaba la frente sobre la cabeza de Muv. De los tres, Muv era la única que no lloraba. Los tocaba, los palmeaba, intentaba consolarlos sin que se le cayera una lágrima, como si de repente se hubiese secado de lágrimas, como si no le quedara ni una sola.
Papá se acercó. Chicas, entren a ver a la Oma, ahora, dijo. Pero Emilia no quiso entrar y fue Muv la que se levantó apoyándose en la pared y dio el primer paso.
Te acompaño, dijo Salvador.
Muv se dio vuelta y lo miró. Dijo que no con la cabeza. Avanzó.
La enfermera esperaba con la puerta entreabierta y después de que Muv entró a terapia, la soltó, dejando que el cierra puerta hidráulico hiciera su trabajo. Clac.
Muv se acercó todo lo que pudo. Primero le tocó el brazo y no la asustó sentirlo frío. Subió la mano hasta la cara. Le acarició la mejilla y le acomodó un mechón de pelo. Después de despejar la frente, la besó. No sentía ganas de llorar. Estaba triste, sí. Más triste de lo que nunca había estado y eso que Muv siempre fue una profesional de la tristeza. Esta vez, sentía que algo le quemaba la tripa, que la tristeza se le metía en la sangre. Abrazaba a Oma como podía y no encontraba palabra para decir. Sólo la acariciaba y pensaba, me esperaste, Oma, me esperaste. Y por momentos, tenía la sensación de que Oma le iba a hablar, algo le iba a decir, le iba a tocar la mano y la iba a obligar a no estar triste.
La enfermera se acercó a pedirle que volviera al pasillo. Muv se apuró. Acercó la boca al oído de Oma y le dijo, susurrando: Andate tranquila, Oma. Te prometo que voy a hacer todo lo posible por ser feliz.
Salió frotándose el estómago y cuando encontró a Salvador esperándola, apoyado al lado de la puerta de terapia, lo abrazó y lloró. Y lloró por todo. Por los días y por las noches. Por Oma y por ellos. Pero lloró sin lágrimas. Se dejó abrazar hasta que subieron al auto. Tenía frío. Mucho frío.