Después del mar, pasaron los meses. Tres, seis, diez. Para el caso, da igual. El tiempo pasa como siempre. Día tras día.
Pasaron los meses y el mar y Muv se acostumbró un poco a la ausencia de Oma, aunque igual, todas las noches, antes de rezar –porque Muv todavía reza- habla un rato con ella y le cuenta cosas.
Algunos días, los viernes sobre todo, Muv baila y cuando llega Salvador, lo hace bailar también.
En este tiempo, consiguió trabajado dando clases de Lengua a unos chicos de colegio y reparte el día con algunas colaboraciones para una revista de chicas, en donde responde el correo sentimental. Es la primera vez que su trabajo le encanta y por ese lado, anda contenta.
Ve a Leni sólo una vez por mes. Ya no soporta su manía criticona y aunque sabe que la quiere – que se quieren como sólo dos amigas se pueden querer – por momentos, le dan ganas de mostrarle su propia miseria – más que nada, cuando Leni cuenta que Pedro cada vez llega más tarde del trabajo y que durante los fines de semana, no pasa nada. Nada– pero no lo hace, porque es su amiga y porque quién es ella para hacerla sentir mal a Leni.
La vida transcurre tranquila.
Los domingos cenan con papá y mamá y los sábados al mediodía, salen con Estela a caminar.
Cuando está insomne, habla con Salvador de tener hijos. Dos. Clemente y Matilde y Salvador se ríe, aunque después del episodio del viaje, nunca más volvió a reírse como antes.
La vida es buena. Tranquila.
Los días pasan, uno detrás de otro, ninguno demasiado diferente al anterior.
La rutina se instala pero a Muv no le pesa o al menos, no parece notarlo y cuando lo nota, sacude la cabeza y arma la lista del supermercado o cuelga la ropa recién lavada.
A veces, extraña un poco el vaivén emocional pero se convence de que esta vida, la vida después del mar, es la vida que hay que vivir. No se plantea ningún cambio drástico.
Cuando mira a Salvador, cree que hizo bien en volver y salvo cuando hay alguna pelotera – porque siempre las hay – cree que debería darle un susto, pero es tan de cuando en cuando, que al otro día, la idea se le borró de la cabeza.
Algunas noches, después de lavar los platos de la cena y después de rezar, cuando habla con la Oma, a oscuras, acostada boca arriba y los dedos cruzados sobre el pecho, dice:
Estamos bien, vos no te preocupes aunque a veces, en algunos ratos, no llego a decidir si esta es la vida que yo siempre quise para mí. No me hagas caso, Oma, dice después, debo estar ovulando. Te quiero. Te extraño. Hasta mañana.
Y se duerme.
El despertador vuelve a sonar a las siete, como cada día.
Pasaron los meses y el mar y Muv se acostumbró un poco a la ausencia de Oma, aunque igual, todas las noches, antes de rezar –porque Muv todavía reza- habla un rato con ella y le cuenta cosas.
Algunos días, los viernes sobre todo, Muv baila y cuando llega Salvador, lo hace bailar también.
En este tiempo, consiguió trabajado dando clases de Lengua a unos chicos de colegio y reparte el día con algunas colaboraciones para una revista de chicas, en donde responde el correo sentimental. Es la primera vez que su trabajo le encanta y por ese lado, anda contenta.
Ve a Leni sólo una vez por mes. Ya no soporta su manía criticona y aunque sabe que la quiere – que se quieren como sólo dos amigas se pueden querer – por momentos, le dan ganas de mostrarle su propia miseria – más que nada, cuando Leni cuenta que Pedro cada vez llega más tarde del trabajo y que durante los fines de semana, no pasa nada. Nada– pero no lo hace, porque es su amiga y porque quién es ella para hacerla sentir mal a Leni.
La vida transcurre tranquila.
Los domingos cenan con papá y mamá y los sábados al mediodía, salen con Estela a caminar.
Cuando está insomne, habla con Salvador de tener hijos. Dos. Clemente y Matilde y Salvador se ríe, aunque después del episodio del viaje, nunca más volvió a reírse como antes.
La vida es buena. Tranquila.
Los días pasan, uno detrás de otro, ninguno demasiado diferente al anterior.
La rutina se instala pero a Muv no le pesa o al menos, no parece notarlo y cuando lo nota, sacude la cabeza y arma la lista del supermercado o cuelga la ropa recién lavada.
A veces, extraña un poco el vaivén emocional pero se convence de que esta vida, la vida después del mar, es la vida que hay que vivir. No se plantea ningún cambio drástico.
Cuando mira a Salvador, cree que hizo bien en volver y salvo cuando hay alguna pelotera – porque siempre las hay – cree que debería darle un susto, pero es tan de cuando en cuando, que al otro día, la idea se le borró de la cabeza.
Algunas noches, después de lavar los platos de la cena y después de rezar, cuando habla con la Oma, a oscuras, acostada boca arriba y los dedos cruzados sobre el pecho, dice:
Estamos bien, vos no te preocupes aunque a veces, en algunos ratos, no llego a decidir si esta es la vida que yo siempre quise para mí. No me hagas caso, Oma, dice después, debo estar ovulando. Te quiero. Te extraño. Hasta mañana.
Y se duerme.
El despertador vuelve a sonar a las siete, como cada día.