jueves, noviembre 22, 2007

Agujas

Se levantó de mal humor. Durmió poco y le parecía tener los ojos llenos de arena. Desde que salió de la ducha, empezó a putear bajito.
Salvador se limitó a escucharla putear mientras se secaba y se vestía y se prohibió desayunar para que Muv no cortara el ayuno.
Mientras Salvador se rascaba la barba, Muv buscaba algo para ponerse mientras repetía "mierda" unas ciento veinte veces por minuto.
Bueno, a ver si cambiamos el humor un poco, dijo Salvador.
Cómo lo voy a cambiar. A mi me agujerean por todos lados, viste.
Son dos pinchazos, che. No exageremos.
No me rompas las bolas. Son dos pinchazos pero el brazo lo pongo yo.
Que día me espera, pensó Salvador y respiró profundo.
Cuando Muv estuvo vestida, se miró al espejo. La concha de mi madre, dijo cuando se pasaba el peine y descubría que tenía un nudo. Tiró fuerte tres veces. La concha de mi puta madre, gritó.
Y ahora qué, dijo Salvador.
Tengo un nudo en el pelo. No me lo puedo desenredar. Me voy a cortar el pelo, te lo digo. No voy a seguir luchando con estos nudos de mierda.
Dame, dijo Salvador y agarró el mechón enredado y comenzó a pasar el peine despacio.
Te tiro?
No. Qué mierda. Qué mierda.
Salvador pasaba el peine concentrado en las hebras de pelo que formaban una pelota minúscula. Con paciencia, lo fue desarmando.
Ya está.
Gracias, dijo Muv. Estuve pensando que si los análisis llegan a salir mal...
No van a salir mal, dijo Salvador. Vamos?
Escuchame.
Se hace tarde, vamos.
Si los análisis llegan a salir mal, yo no me hago nada, eh.
Vamos, por favor, dijo Salvador. Levantó el bolso de Muv, se lo alcanzó. Muv se lo colgó y caminó como pateando el suelo por el pasillo.
En la calle se dejó agarrar de la mano. Escuchó a Salvador silbar un tema y recordó que la última vez que se hizo los análisis, fue sola. Esa mañana, Muv no podía decidir qué era mejor: sola o con Salvador. Sola, al menos, no tenía que dejar de putear y podía ir fumando hasta la puerta del sanatorio. Con Salvador, ni una cosa ni la otra.
Ya saqué los pasajes, dijo Salvador.
Pensé que íbamos con Pedro y Leni en el auto.
Prefiero que me mate un desconocido en la ruta.
Eso es lo que me gusta de nosotros, dijo Muv, somos uno más optimista que el otro.
Salvador se rió y dijo "viernes, 17.30"
Pensá en eso, ahora, cuando te pinchen. Pensá que vamos a la playa a divertirnos. Y que va a estar todo bien.
Lo intento, dijo Muv.
Llegaron al sanatorio apurados. Esquivaron mujeres con chicos en brazos que Muv, por primera vez no miró y ancianos del brazo de gente más joven a los que Salvador les clavó la vista.
Después del papeleo habitual, se sentaron en la sala de espera. Iban por el número siete y Muv tenía el veintiséis.
En la sala de espera, el canal de noticias pasaba el resumen internacional.
Ponen este canal para que te sientas menos desgraciado, dijo Muv. En lugar de matarte tu propio cuerpo, te puede matar cualquiera.
Es para ver los números de la quiniela, dijo Salvador. Sólo para eso.
Salvador sacó del bolsillo el reproductor de música. Compartió un auricular con Muv.
Querés que te acompañe, cuando te toque, le preguntó.
No. Voy sola. Pero no te vayas.
Cómo me voy a ir.
Ni a fumar un cigarrillo.
Me quedo acá sentado.
Escucharon música hasta que llegó el turno. Muv se sacó el auricular del oído y le dio un beso en la frente a Salvador.
Ahora vuelvo, dijo y cuando se alejó un paso, dijo muy bajito "la puta madre que lo parió".
Intercambió las palabras habituales con el extraccionista. Puso un brazo, sintió la presión de la goma, un poco más abajo de su axila. Los dedos del extraccionista caminaron por la cara interna de su codo, buscando la vena.
Este boludo me va a dejar llena de moretones, pensó Muv.
No miró cuando el extraccionista le dio el primer pinchazo. Cambió de brazo. El segundo pinchazo, a la altura de la muñeca, le dolió cien veces más que el primero. La aguja entró despacio a la arteria y Muv sintió como si le estuviesen pasando metal liquido por la jeringa.
Esto duele, dijo el extraccionista y a Muv le dieron repentinas ganas de darle una patada en la frente.
Salió apretando los algodones que el extraccionista le puso cuando terminó su trabajo.
Salvador seguía ahí sentado. Con los ojos cerrados, movía una pierna al compás de la música que entraba por sus oídos.
Ya está.
Vamos a desayunar. Me muero de hambre, dijo Salvador.
Se sentaron en el bar de la esquina del sanatorio. Cuando llegó el desayuno, Muv miró cómo Salvador devoró dos medialunas en medio minuto.
Pensó: "Si me llega a pasar algo, cuando esté arriba -porque voy a ir para arriba- te cago a trompadas, Dios. No podés ser tan hijo de puta. No podés."