miércoles, noviembre 28, 2007

Jurar

Se levantaron después de que Leni y Pedro se fueron a la playa. Habían almorzado juntos. Salvador seguía teniendo los ojos hinchados y la nariz congestionada. Muv miraba la junta de las baldosas sin pestañear. Se sentaron uno frente al otro en la mesa de madera que se usa para comer mientras esperaban que el agua de la pava estuviera a punto para tomar un café reparador después de la siesta.
El televisor estaba encendido en un canal de música.
Cada tanto, Salvador se pasaba los dedos por los párpados inflamados y sonaba para arriba.
No quiero seguir llorando, pensaba Salvador. Quiero dejar de llorar. Dónde tenía tanto llanto que ahora no puedo dejar de moquear.
Muv cortó una cuadrado de papel de cocina del rollo. Se lo alcanzó sin dejar de mirar el piso.
Salvador la recorrió con la vista: la columna encorvada, los hombros hacia adelante, el flequillo parado.
Se levantó de su lugar en la mesa para verla completa: la remera larga a mitad de la pierna, las rodillas juntas, los pies sobre las baldosas mirando hacia adentro. Parado, frente a Muv, puso cada una de sus palmas debajo de sus axilas y la siguió mirando. No se sentía bien. No sabía si la culpa era del sol o del llanto de la noche anterior o de las dos cosas; lo que sabía era que el cuerpo le dolía como si le hubiesen pegado una paliza y que le pesaban los ojos y que se le estrangulaba la garganta, en ese momento, todavía, como en la noche anterior.
Dio media vuelta y empezó a batir café instantáneo. Se concentró en dejar la mezcla de azúcar, café y apenas dos gotas de agua, perfectamente clara. Cuando comenzó a verter el agua sobre la mezcla de cada taza, creyó que iba a volver a llorar y no supo que hacer. Decidió no darse vuelta y seguir sonando para arriba, mientras Muv cortaba otro papel del rollo.
Nunca nadie lloró toda una noche por mí, dijo ella como si hablara sola. Nunca nadie, en todos estos años, lloró de la manera en que vos lloraste anoche. Nunca me quisieron tanto como para llorar. Menos para llorar así. Y yo no sé cómo hacer con tanto amor. No estoy acostumbrada a esto. Me encanta pero no sé cómo hacer. Es como si te dieran lo que siempre quisiste y pensaste que nunca ibas a tener. A veces, me asusta. A pesar de todo, a pesar de lo que parezca, a veces, no puedo creer que me quieras así.
Salvador tomó aire por la boca. Una bocanada larga que contuvo durante unos segundos, sin darse vuelta.
No quiero que llores por mí. Cada vez que lloré por alguien me sentí una desgraciada, un felpudo, una cosa sin valor. No quiero que sientas eso. Ni por mí ni por nadie. No quiero que te sientas así porque vos sos lo mejor que tengo, lo mejor que tuve y porque hay que dejar de llorar, de una buena vez, terminó de decir Muv que cuando levantó la cabeza vio que Salvador se tapaba la cara con las dos manos.
Se paró despacio. Logró que Salvador se destapara la cara. Lo vio llorar. Le secó las lágrimas, le lavó la cara. Lo hizo sentar y se sentó sobre él, frente a él. Las piernas le quedaron colgando a cada lado de la silla, sobre las piernas de Salvador.
Salvador apoyó la frente en la base del cuello de Muv. Ella le acarició el esternón con una mano, lentamente, en círculos, justo donde ella sabía que se amontona la tristeza; en ese lugar que ella conocía mejor que nadie; ese lugar que desde que vivía con Salvador no había vuelto a acariciar porque ya no había nudo, ni temblor ni montón.
Empezó a llover.
Pedro y Leni entraron corriendo y los vieron, una sobre otro, como si fueran una sola cosa, sentados en la silla.
Muv levantó la cabeza y se puso el índice perpendicular sobre la boca. Leni codeó a Pedro y le señaló la escalera con la cabeza. Pedro frunció parte de la cara. Leni señaló la escalera y con un solo gesto le dio a entender a Pedro que subiera, se callara y no hiciera ruido.
Salvador había dejado de llorar.
No me hagas lo de anoche nunca más, le dijo, entre mocos.
Nunca más, dijo Muv, te lo juro por la Oma.
Y lo juró haciendo una cruz con los dedos en la boca que hizo reír a Salvador.
El café se había enfríado.