jueves, noviembre 15, 2007

Recital

Fue una mañana de llamados telefónicos y organización. Primero, llamó a papá y le pidió tres tortillas de papas de esas que sólo él sabe hacer y le pidió que le pasara con mamá. A las nueve, en casa, les dijo.
Después, llamó a Leni y también les rogó puntualidad. Traete esa torta que tiene merengue arriba, no me sale el nombre. Sí, a las nueve.
Llamó a Isabel. Y ahora qué te hizo, le preguntó cuando recibió la invitación.
Nada me hizo, respondió Muv. Qué me va a hacer. Si me adora. Dejá de tratarlo como un infradotado. Dale, a las nueve en casa. Te espero.
Por último, habló con Emilia.
Ayudame, le dijo Muv a Emilia por teléfono. Venite a la tarde con la guitarra.
¿Cómo te sentís? preguntó Emilia desde el otro lado.
Venite a la tarde y hablamos. No te olvides la guitarra.
Cortaron.
Muv sacó de la bolsa un vestido nuevo. Se lo probó y se miró al espejo. Ñoña, se dijo. Parecés una ñoña. Pantalones. Eso necesito. Pantalones.
Se los puso y volvió a mirarse al espejo. Ahora puede ser. Va queriendo, Muv, va queriendo.
Se le pasó la mañana volando y llegó Emilia, con su Gibson colgando del hombro.
Tuve que revolver toda la casa para encontrarla. Qué vamos a hacer.
Voy a dar un recital, dijo Muv.
Epa! Upa, la nena, dijo Emilia y sonrió. A beneficio de quién.
Mío, por Dios, de quién más. Preguntás cada cosa.
Se metieron las dos en la habitación de escribir y Muv le mostró a Emilia las canciones que había elegido.
Pero no me acuerdo cómo se tocaba esto. Anda el disco cerca?
Ca tá! dijo Muv y le tiró el cd a Emilia casi por la cabeza. Emilia lo atajó.
Vamos a ver si me sale.
Te tiene que salir. El público de esta noche es muy exigente.
Pero hace años que no toco.
Es como andar en bicicleta, Emi. Escuchá.
Escucharon las dos el cd completo. Muv cantó las canciones que había elegido.
¿Cómo te sentís?
Sh.
Nena, dijo Emilia, le voy a contar a mamá. Contame.
Bien. Me siento bien. No me trates como a una enferma. Me siento bien. Escuchá que vas a ser un desastre. Esta Leni y la puta que la parió. Yo sabía que no tenía que decirle nada a nadie.
Sh. No me dejás escuchar.
Escuchá, escuchá.
Emilia escuchó. Tocó tres acordes desafinados hasta que por fin, como si le volvieran a la cabeza los años y años de conservatorio, recordaba las notas una por una.
Ensayaron una vez, dos veces, tres. Después merendaron juntas.
Salvador llegó a las siete. Muv lo mandó al chino.
Dale, Salva. Andá corriendo. Unas cervezas, unos vinos, yo que sé. Andá que se hace tarde.
Salvador salió al chino, todavía con el traje puesto. Muv se metió en el baño. Emilia seguía abrazada a la guitarra.
A las nueve en punto fueron llegando de a uno pero todos juntos. El timbre sonaba y Salvador iba y venía.
No sé qué pasa, decía cuando le preguntaban. No me dice nada. Me dice que espere.
Muv apareció con el vestido nuevo y el pantalón, las botas de siempre.
Pero qué va a pasar, exagerados. No pasa nada. No puedo invitarlos a cenar, parece.
Estaban todos ansiosos. Isabel, en un momento que tuvo sola con Salvador, volvió a preguntarle si le había hecho algo.
No le hice nada, vieja. Qué le voy a hacer, respondió.
No, dijo Isabel, si son tal para cual.
Antes de comer, Muv invitó a que pasaran al living. Los hizo sentar en los sillones largos mientras Emilia ponía una silla frente a ellos.
Bueno, dijo Muv, una vez que todos tenían algo servido algo para tomar y estaban sentados, los hice venir porque la señorita Emilia y yo vamos a dar un recital.
Todos los ojos las apuntaron. Detrás de las chicas, un portaretratos con la foto de Oma se asomaba entre sus siluetas.
Yo no tengo nada que ver, dijo Emilia. No me pregunten, son cosas de ella.
Siempre lo mismo con vos, dijo Muv.
Se rieron incómodos todos, las artistas y el público.
Falta una cosa, dijo Muv. Esperen un minuto.
Salió y volvió arrastrando una silla del comedor que puso frente a ella y de espaldas al resto.
Salvador, sentate acá.
Ahí?
Acá.
Salvador se sentó y giró la cabeza para mirar a Leni que hizo el gesto de no saber lo que pasa.
Empecemos, dijo Muv.
Emilia punteó y después de que Muv moviera el pie unas diez veces, cantó. Cantó con los ojos cerrados, al principio, la garganta temblando y en un tono de voz muy bajo y después, a medida que ganó seguridad, cuando vio que nadie se tapaba los oídos o hacía muecas de asco, comenzó a mirar a Salvador.
Cantó. Le cantó. Le cantó mirándolo a los ojos. Y cuando terminó de cantar se puso colorada.
El aplauso fue cerrado. Pedro y Leni chiflaban con los dedos en la boca, Isabel se sonaba la naríz, mamá y papá estaban abrazados.
Salvador se paró y le dio un beso a Muv que papá se resistió a mirar.
Gracias, dijo Salvador. Nadie me va a creer cuando lo cuente.
Me daba vergüenza darte una serenata, dijo Muv.
El público se fue levantando. Felicitaron a Emilia.
Gracias, Muv, volvió a decir Salvador. Es mucho para mí.
De nada, de nada. Después te firmo un autógrafo, en el camarín, dijo Muv guiñándole un ojo y después, mirando a todos preguntó: Vamos a comer?
Caminaron en fila india hasta la mesa. Comieron y hablaron.
A ver cuándo formalizan esto, dijo el padre de Muv antes del postre y todos lo abuchearon.
Pero qué viejo amargo, se le escuchó a Muv cuando todos se habían callado y volvió a ponerse colorada. Todos se rieron de Muv.
Llegó la torta y el café. Nadie quería irse. Se levantaron a regañadientes porque era mitad de semana y al otro día, había que vivir un día de trabajo.
Muv acompañó a mamá, papá y Emilia hasta la puerta.
Te quiero, hija, dijo mamá.
Yo también, ma, contestó Muv.
Besó a papá y abrazó a Emilia.
Leni y Pedro corrieron detrás de ellos. Más besos.
Isabel lavaba los platos en la cocina. Salvador los secaba.
Isa, te acompañamos, querés, preguntó Muv.
No, querida. Mi hijo me va a llamar a un taxi, no es cierto, hijo de mi alma?
Si, santa madrecita, dijo Salvador y salió de la cocina.
Cuando las dos se quedaron solas, Isabel aprovechó.
Cuando te fuiste, vino a casa a contarme. Le di el sopapo que no le había dado nunca. Si vuelve a meter la pata, creo que le doy una trompada, avisó.
No va a meter la pata. Yo no me voy a ir. Tenenos fé.
Bueno, dijo Isabel secándose las manos con un repasador, a mí fé me sobra. Lo que pasa es que ustedes son una máquina de hacer cagadas.
Salvador volvió a la cocina.
Seguro que estaban hablando mal de mí.
Obvio, contestaron las dos a coro.
El taxi llegó rápido. Isabel besó a Muv y se agarró del brazo de Salvador que la acompañó hasta la puerta.
Le dijiste que llame cuando llegue, preguntó Muv cuando Salvador volvió a la cocina.
Sí. Me dijo que no. Que vayamos a hacer lo que tenemos que hacer.
Ah, si! El autógrafo.
Caminaron hasta el dormitorio. Entraron y cerraron la puerta.