Decime que no voy a tener que venir toda mi vida, dijo Muv acostada en la camilla, sin mirar al médico, el pantalón desprendido, una bata verde sobre el torso.
No soy tan feo, che. Una vez por año me podés venir a ver, dijo el médico. Sentate.
Muv se sentó. El médico cerró el puño y comenzó a golpearle la espalda.
Duele esto?
No.
Acá?
No.
Acá?
No.
Vestite.
La ayudó a sentarse en la camilla y Muv bajó de un salto. Como si le quemara, se sacó la bata y se puso su ropa, con rapidez.
El médico comenzó a escribir.
El período, preguntó.
Un relojito. Desgraciadamente, dijo Muv.
El trabajo?
Mejor. Un poco.
Tus cosas?
Hermosas.
Mejoramos bastante, entonces, dijo el médico mientras escribía y despegaba recetas del talonario.
Sí. Me estoy portando bien.
Ya veo. Cuando tengas todo, te veo, le dijo acercándole las órdenes.
Muv se paró y se colgó el bolso.
Decime que no voy a tener que venir toda la vida.
Si esta todo bien, con que vengas una vez por año, estamos conformes.
Ufa.
El médico le dio un beso y le abrió la puerta. Muv salió guardando las recetas en el bolso.
Cuando levantó la cabeza, Salvador estaba sentado en la sala de espera.
Hola, dijo él y se paró.
Hola, dijo Muv y se acercó.
Salieron del consultorio, una planta baja al fondo de un pasillo recubierto en madera. Caminaron hasta la calle, como siempre, de la mano.
Emilia o Leni?
Las dos, contestó Salvador. Está todo bien?
Me tengo que hacer mil cosas. Qué embole.
Le dijiste?
No.
Muv, cómo no le decís que te duele.
Hoy no me duele.
Pero te dolió.
Pero hoy no me duele. Contame qué hiciste hoy. Cómo arreglaste para venir. Con lujo de detalles.
Tomemos un helado, dijo Salvador. Tomemos un helado y te cuento.
Caminaron hasta la heladería. Tomaron el helado mientras Salvador contó cómo había pedido permiso y salido de la oficina tres horas antes para llegar a tiempo. El guiño que la secretaria del médico hizo cuándo preguntó si Muv ya estaba dentro del consultorio.
No me dejes afuera de estas cosas, dijo Salvador. Yo no tengo miedo.
Yo tampoco.
Entonces no me dejes afuera.
Es una mierda, dijo Muv.
Igual, no me dejes afuera.
Te está haciendo bien la terapia a vos, eh.
Seh. Mejor me haría no necesitarla.
Se quedaron callados.
Dame las órdenes que yo saco los turnos.
Muv, obediente por primera vez, sacó las órdenes del bolso y vio cómo Salvador las guardaba en el bolsillo interior del saco. Y sintió que no podía más que quererlo. Quererlo tanto como sólo en contadas ocasiones se daba cuenta. Empezó a tener miedo. No iba a demostrarlo.