jueves, abril 26, 2007

Infelices

Cuando dobló la esquina, se sintió temblar. Se quedó parado un rato, en el umbral de una casa. Metió la mano en el bolsillo y sacó la menina. La miró, pero le temblaban tanto las manos que tuvo miedo de que se le cayera al piso y volvió a guardarla. Caminó, nuevamente, llegando hasta la mitad de la cuadra pero dio media vuelta en la puerta de un garage y desanduvo sus pasos hasta la esquina, otra vez.
Cuando estaba doblando, apareció Muv. Te iba a buscar, le dijo. Esto no puede ser así. No puede terminar así.
Salvador no dijo nada. La agarró de la muñeca, y la llevó, casi arrastrando hasta el chino de la otra esquina. Compró dos botellas de vino todavía sosteniendola de la muñeca, soltándola sólo para pagar.
Al salir detuvo un taxi. Muv preguntó qué pasaba, dónde iban, pero Salvador no contestó.
Muv, quiero que te calles, le dijo. Y lo dijo con tal autoridad que a Muv no le quedó más remedio que obedecer.
La coordenada fue clara. Iban directamente al departamento de Muv.
Ya me podés soltar, dijo Muv en voz muy baja pero Salvador no hizo más que afirmar la mano sobre la muñeca. Logró liberarse sólo para bajar cuando llegaron a destino pero esa libertad le duró poco.
Se quedaron parados a metros de la puerta, mirando en dirección al edificio como esposados uno al otro.
Salvador abrió la puerta. Caminá, le dijo.
Siguieron sin hablar hasta que entraron al departamento. Muv ya no sentía la presión sobre la muñeca. Se dejaba tirar del brazo.
Quiero que veas, dijo Salvador.
La llevó de recorrida por el departamento. La canilla del baño ya no goteaba. El mueble de la cocina estaba pintado, el barral de la cortina en su lugar.
Las plantas estaban todavía más lindas que cuando ella se había ido. Y todo estaba completamente limpio y en orden.
Salvador liberó a Muv de su mano, en el living, cerca del sillón.
Entró a la cocina. Destapó el vino. Sirvió dos vasos.
Esto es todo lo que hice mientras no estuviste, le dijo Salvador. Y tragó de una sola vez el contenido de su vaso de vino. Se levantó y fue por la botella.
Muv se recostó sobre el respaldo del sillón.
No sé qué hacer, Salvador. No sé. Vos te quejás de mí, pero tampoco lo hacés fácil. Hace una hora me dijiste que no me querías ver más. A los diez minutos me agarraste del brazo y me metiste en un taxi y me trajiste hasta acá. Y ahora todo esto. Yo no sé qué vamos a hacer.
Salvador no la escuchaba. Simplemente tomaba y servía vino en su copa.
Yo tampoco sé qué vamos a hacer. Pero sé que no quiero pasarme la vida como un infeliz haciendo y deshaciendo cosas.
Y cuando Salvador estaba a punto de seguir con su monólogo, sonó su celular.
Emilia, la hermana de Muv, le avisaba con la voz entrecortada que Oma estaba internada. Y después del llamado y después de comentarselo a Muv, todo lo demás, todos esos problemas que hasta ahora los habían preocupado tanto, se habían vuelto una reverenda pavada.
Volvieron a la calle. Esta vez, nadie arrastraba a nadie pero iban de la mano.
Tenían un nudo doble en la garganta y no conseguían taxi.




martes, abril 24, 2007

Entripado

Después de levantarse y tomar una ducha, Muv sacó de la valija la mejor ropa que tenía.
La planchó y se vistió con ella. Se miró al espejo y pensó que más de lo que hacía, no podía hacer.
Por qué no esperás unos días, aconsejó Oma mientras la veía estirar la remera.
Porque si lo dejo unos días, va a seguir así para siempre. ¿Te sentís bien, no? le preguntó.
Oma afirmó con la cabeza.
Revolvió en la mochila y encontró, envuelta en uno de esos plásticos con circulitos, una menina hecha en cerámica del tamaño de su palma. La guardó en su cartera.
Le dio un beso a Oma y salió con paso firme hacia la calle. Estuvo un rato esperando el colectivo que la llevara al centro pero después le entró un pánico feroz a que alguien pudiera verla y detuvo un taxi. Luego de darle la coordenada de su destino, se dedicó a mirar por la ventanilla y le pareció que, en definitiva, todas las ciudades eran iguales.
Por suerte, el conductor iba callado, apurando la marcha entre el caos de tránsito que era, a las seis de la tarde, Buenos Aires.
Bajó solo a pasos del edificio en donde trabaja Salvador.
La recepcionista se sorprendió al verla.
Hola, le dijo mirándola de arriba hacia abajo, no te habías ido de viaje, vos.
Volví, contestó Muv devolviendo la mirada. Vengo a ver a Salvador.
No sé si está, contestó la otra, sentate que ahora averiguo.
Muv se sentó y le clavó la mirada a la recepcionista. "Siempre supe que te gustaba, perra" pensó.
Estaba nerviosa. Seguía con atención los movimientos de la recepcionista que sólo después de pasados diez minutos, se dignó a levantar el teléfono.
Salvador, tenés una visita en recepción, le escuchó decir. Muv. ¿Vas a bajar?
Mientras la recepcionista escuchaba la voz de Salvador, también le clavaba la mirada a Muv.
Dice que ya viene, le comunicó mientras empezaba a guardar cosas en los cajones y movía un juego de llaves de aquí para allá.
Gracias, dijo Muv y lo dijo en forma seca y cortante.
Salvador bajó quince minutos después de que la recepcionista se fue. La saludó con un beso y todavía de pie preguntó qué pasaba.
Si es por lo de Oma, me podrías haber llamado, aseguró.
Es por nosotros, dijo Muv. ¿Te falta mucho para salir?
Diez minutos.
Te espero, le dijo. Me puedo quedar acá, no.
Sí, claro. Esperá acá o en el bar de la esquina, es lo mismo.
Decime vos.
En el bar de la esquina, entonces.
Muv caminó hasta el bar ni bien Salvador le dio la espalda. Pidió un café con leche y después del primer trago se dio cuenta que el dolor de tripa había empezado otra vez. Alejó la taza.
Bueno, qué pasa ahora, dijo Salvador cuando se sentó.
Muv metió la mano en la cartera y sacó la menina.
Te traje esto, le dijo.
Salvador abrió el paquete y sonrió al ver el tamaño de souvenir. Gracias, dijo. No tenías que traerme nada.
En cuanto lo ví, quise comprarlo para vos.
Para esto viniste a buscarme, aseguró Salvador.
Quiero que hablemos, dijo Muv. Ahora puedo hablar, antes no podía.
Hablemos, entonces, dijo Salvador. ¿Volviste embarazada? ¿Te casaste en Madrid? ¿Qué sorpresa tengo que esperar?
No seas estúpido, Salvador, dijo Muv, nos debemos una charla.
Es cierto, soy estúpido, dijo Salvador endureciendo el gesto. ¿Qué tenés para decir? Yo tengo bastante poco. No creo que sea una buena idea que empecemos con esto de vernos como si no hubiese pasado nada.
Bueno, nunca volvimos a vernos como si no hubiese pasado nada.
Salvador llamó al mozo. Pidió un café.
Muv sonó los dedos. Siempre esperé que me dejaran por otra. Siempre, dijo.
Yo no te dejé por nadie, interrumpió Salvador. Yo me quedé acá. No sé si te acordás.
Esperá, dijo Muv. Siempre supe que soy complicada y miedosa. Que la mayoría de las cosas las hago mal y que no me doy cuenta. Que ando siempre triste y que no doy seguridad de nada. Pero nunca pensé que el que me iba a cambiar por otra, ibas a ser vos. Ya no estoy enojada. Todos estos días, todo este tiempo, no hice más que pensar una y otra vez en como había quedado todo. Y yo te quiero, Salvador. Más de lo que vos crees. Y más de lo que yo creía. Pero...
Sólo quererme, no alcanza, Muv. Querernos y nada más, no sirve, dijo Salvador. Y entiendo que te sientas traicionada. Lo que no voy a entender nunca, lo que no puedo descular es cómo están las cosas. Cómo quedó todo a partir de que te fuiste. Porque hasta que te fuiste, yo entendí: no querías volver a verme. Pero después empezaron los llamados. Y dejé de entender. Si estabas allá, lejos, para qué me llamabas. Yo me volví loco, acá. Me vuelvo loco, todavía. No sé qué hacer. No sé qué pensar. Y ya no sé qué sentir.
Yo tampoco sé qué hacer. Tampoco sé qué pensar y menos, cómo quedó todo. Sé que todo está como está y no tiene pies ni cabeza. Y que la mayoría del tiempo pienso en todo lo que te quiero y en cuánto me gustaría estar con vos y al mismo tiempo, no me puedo olvidar que te fuiste atrás de una cualquiera que no importa mientras yo estaba ahí. Porque yo estaba ahí, Salva. Estaba con vos. No sé por qué no me viste.
Muv se quedó muda. Comenzó a rascarse el costado del pulgar con la uña del índice hasta que sintió que le dolía.
Salvador miraba la taza de café.
Me di cuenta que te quería cuando te vi bailando en el cumpleaños de quince de Leni. El mismo día, cuando el polaco, borracho como estaba, te encerró en un rincón del salón y me agarré a trompadas con él, supe que nunca me ibas a registrar. En ese momento, yo era como una sombra, una chica más, una especie de amigo gay, sin serlo, contó Salvador. Quince años después de escuchar todas tus aventuras románticas y sexuales, casi me animo a pedirte que salgas conmigo. Pero apareció Ramiro y vos estabas tan contenta, tan... tan enamorada de Ramiro que preferí no decirte nada. Y después de Ramiro, volviste a saltar de uno a otro, sin darte cuenta que yo seguía ahí, pasandote pañuelos, acompañandote al cine. Y yo aceptaba que lo nuestro era así. Te acostabas con otros pero me querías a mí. Yo te conocía mejor que nadie.
Mirá hasta dónde llegamos, se lamentó Muv. Preferiría mil veces seguir acostándome con otros, si nosotros estuvieramos igual que antes.
Pero no estamos, dijo Salvador. Y no podemos deshacer lo que pasó. Vos no me perdonas. Yo tampoco me perdono. No es fácil, sabés. No es fácil ver como por una cagada, todo lo que siempre quisiste se va a la mierda. Pero ya está hecho. Qué puedo hacer.
A mi me gustaría tanto olvidarme de esa noche, Salvador, dice Muv y lo dice sin llorar, resignada.
En este tiempo, nunca pensaste que a lo mejor no nos hace bien estar juntos a vos y a mi, preguntó Salvador, mientras volvía a mirar la taza, ahora vacía, de café.
Nunca. Nunca pensé en vos y en mí. Siempre pensé en nosotros. En que a lo mejor, en otro lugar, sin tanta gente opinando, diciendo, hablando, estaríamos bien, dijo Muv. ¿Vos lo pensaste?
Yo lo pienso todos los días. Lo pienso desde antes de que te fueras. Y todavía no encuentro respuesta, respondió Salvador.
Muv suspiró y se frotó la cara con las dos manos. Salvador se tomó de un trago el vaso de agua que acompañaba el café.
Ni vos ni yo nos hacemos cargo de esto, comentó Salvador. Yo espero que vos decidas, vos esperas que lo haga yo. Así no va. Alguien tiene que decidir. Tenemos que dejar de vernos, Muv. Por un tiempo, por lo menos. Y ver qué nos pasa, le dijo.
A Muv se le escapó una carcajada mientras lo oía.
De qué te reís.
De nada, disculpame. Pero eso del tiempo es una pavada. Si nos dejamos de ver es para siempre. Vos lo sabés y yo lo sé. Y no te puedo decir que no, que tenemos que seguir viéndonos y hablando de lo que nos pasa, porque como bien decís, no te perdono. No me banco lo que pasó y no puedo vivir con la sospecha de que vuelva a pasar.
Salvador levantó la mano. Con los dedos, hizo una seña al mozo para que viniera a cobrarle. El mozo se acercó. Pagó el café y el café con leche.
Para mi tampoco es tan relajado todo, Muv. No tengo idea qué hiciste en Europa. Y no creas que no pensé. Pero como me siento culpable -como tengo el culo sucio, según me dijo tu abuela- no tengo derecho a hacerte ningún planteo.
Volvieron a quedarse callados.
Entonces, no hay mucho más de qué decir, Muv, dijo Salvador después de media hora de mirar, alternadamente, la taza vacía y la cara de Muv. Mandale un beso a tu abuela.
Se quedaron sentados, uno frente al otro, casi por una hora más, en silencio. Nadie podía adivinar cuál de los dos estaba más triste.
Se dieron un abrazo largo como despedida. Salvador caminó hasta la esquina. Muv se quedó parada en la puerta del bar.

lunes, abril 23, 2007

Entender

Salvador entró a la habitación de Oma y se acercó a la cama.
Qué hacés todavía en la cama, Oma, dijo. Levantate, dale. Son las diez de la mañana.
Se sentó sobre una de las esquinas.
Estás bien, Oma, preguntó Salvador y estiró la mano para tocarle el brazo. Desde que tenía llave de la casa de Oma y entraba como si fuera dueño y señor, se había acostumbrado a pasar antes y después de ir a trabajar para hacerle compañía. Desayunaban y merendaban juntos. La mayoría del tiempo, Oma ya estaba levantada cuando llegaba. Pero había días en que no tenía ánimo de levantarse y ahí estaba Salvador, yendo y viniendo con bandejas con tazas y tostadas o galletitas.
Hoy parecía que era uno de esos días. Por más que Salvador le hablaba, no encontraba respuesta.
Tapada hasta la cabeza, era una especie de bollo en el medio de la cama.
Oma, me estás asustando. Contestame, dijo Salvador que no se animó a quitarle de encima la ropa de cama.
Estoy acá, nene, dijo la Oma apareciendo detrás suyo. Me levanté hace rato. Vamos a la cocina.
Salvador estuvo confundido durante un momento. Si Oma estaba levantada desde hacía rato entonces quién estaba en la cama.
Ni siquiera lo pensó. De un solo tirón destapó el bollo escondido en el centro de la cama y la vio.
Hola, dijo Muv con la cara colorada.
Salvador miró a Muv y después miró a Oma. Se paró de un salto, como si la cama estuviera electrificada. Dio un paso hacia atrás. Dos pasos más volviendo a mirar a Muv.
Sos increíble, le dijo con gesto serio. La verdad, sos increíble. ¿Vos sabías? le preguntó a Oma.
Oma negó con la cabeza.
Llegué esta mañana. Nadie sabe que estoy acá. Y no quiero que sepan.
Salvador retrocedió un paso más hasta quedar al lado de la puerta. Sentía ganas de zamarrear a Muv, de tirarle de los pelos, de sacudirla hasta que le dijese por qué se había ido, por qué tantos días sin una noticia, por qué tanto misterio en cada llamado si pensaba volver. Por qué el calvario de los últimos meses, por qué todo. Por qué todo esto.
Sos una pendeja de mierda, dijo Salvador. Volves lo más chota y decís "no quiero que nadie me vea" y te venís a esconder al primer lugar donde cualquiera te buscaría.
Los dejo solos, dijo Oma y después de empujar suavecito a Salvador hacia adentro del dormitorio, cerró la puerta.
Me da vergüenza, dijo Muv. Me da vergüenza lo que hice. Me doy vergüenza.
Hacés bien, dijo Salvador dándole la espalda.
Me asusté cuándo me dijiste que Oma no estaba bien. No pude quedarme allá. Tuve que venir.
Era lo que correspondía, respondió Salvador, girando lentamente sobre su pierna izquierda.
Sentate, Salva.
No tengo mucho tiempo, le respondió.
Sentate, por favor.
Salvador se sentó lo suficientemente lejos como para que Muv no pudiera tocarlo pero Muv se movió hasta quedar lo más cerca que pudo.
Apoyó la frente sobre el hombro de Salva.
No tendría que haberme ido, yo sé, dijo. Pero no sabía qué hacer acá. Tuve que ir tan lejos para descubrir que allá, tampoco sabía que hacer.
Salvador estaba callado, mirando el techo cuando Muv pasó la mano por el pelo.
No te queda mal así, le dijo.
Ajá, dijo Salvador. Qué pensás hacer. ¿Esconderte acá hasta que de a uno nos demos cuenta que volviste?
No sé. No tengo respuestas. No sé qué hacer. ¿Por qué siempre crees que yo sé lo que hago? No sé nada. No tengo nada planeado ni pensado. Lo único que sé es que quería estar acá.
Me tengo que ir, dijo Salvador. Ahora que volviste no va a hacer falta que venga a ver a Oma todos los días. Fijate que coma y que se levante. Cada tanto le da por quedarse en la cama. El jueves tiene que ir al médico.
Escuchar a Salvador hablando de Oma, de esa manera, hizo que Muv recordara por qué Salvador siempre fue Salvador para ella.
Salva, dijo Muv.
Qué.
Me abrazás, preguntó.
No. Me tengo que ir. Cuidá a tu abuela.
Salvador salió de la habitación. Pasó por la cocina a saludar a Oma.
No te enojes con ella, dijo Oma. No tiene idea de lo que hace. Nunca tuvo. Entendela.
Y a mí, Oma, preguntó Salvador, quién me entiende.
Cuando llegó a la vereda, se sentía agotado.
Cuándo terminará todo esto, se preguntó Salvador. Cuándo.



viernes, abril 20, 2007

Sombra

Oma prendió el velador. Eran las cinco de la mañana. Alguien había abierto la puerta y estaba entrando.
Oma se persignó. Quién anda, gritó. Lamentó no haberse llevado el inalámbrico a la cama, como siempre le recomendaba su hijo. Tuvo miedo. Dios mío, pensó. Dios mío.
Se quedo quieta sentada en la cama, tocando el crucifijo que colgaba de su cuello. Empezó a rezar. Dios mío, dios mío.
Quién anda, volvió a gritar mientras comenzaba a transpirar y pensaba que ya no estaba en edad de vivir sola, que había que vender la casa, que para qué estar ahí, tan lejos de todos.
Hola, dijo Muv acercándose desde la puerta y Oma pegó un grito y empezó a llorar.
Ay, Dios mío, gritó Oma. Y mientras miraba no sabía si soltar el crucifijo, si destaparse, si salir de la cama o si taparse hasta la cabeza.
Muv tiró la mochila al piso y corrió a abrazarla.
Hola, Oma, hola. No te asustes, soy yo.
Ay, nena, qué hacés acá. Qué susto me diste, dijo Oma y empezó a llorar con ese llanto silencioso que tienen algunos viejos que solo se les nota en el tono de voz. Cuándo llegaste, qué hacés acá, qué te pasó.
Muv la abrazaba, o mejor, la apretaba contra su cuerpo sin dejarle distancia para mirarla. Le frótó la espalda con la palma de la mano mientras apoyaba su frente en la base del cuello de Oma. Le pareció que en los días que estuvo afuera, Oma se había achicado.
Ya, ya, dijo la Oma suavecito liberándose de Muv. Sabía que ibas a volver, se lo dije a Salvador.
Muv se sacó las zapatillas. Cambió de lugar, recostándose al lado de Oma.
Tengo sueño, le dijo y Oma apagó la luz.
Le avisaste a tu papá que llegabas hoy? quiso saber Oma mientras se acomodaba en la cama.
No, dijo Muv.
Metete adentro de la cama, le ordenó. Mañana sin falta, le avisas.
Por ahora, no quiero que sepan que volví.
Ay, Muv, no empecés con las gansadas.
Muv se sacó el pantalón del joggin. Se metió debajo de las sábanas.
Dormí tranquila, Oma. Me voy a quedar un tiempo con vos.
Se quedaron calladas. A Muv le pareció que Oma respiraba raro. Le tocó la cara para saber si lloraba pero no. Apoyó su mano en el brazo de Oma y después de un rato, se quedó dormida.
Oma se quedó dormida con la mano en el crucifijo.

jueves, abril 19, 2007

Mate

Está tarada, dijo Leni. Para qué te llama a vos si tiene que hablarle a la abuela. Está tarada. Se estará drogando mucho?
Salvador tomaba mate y movía la cabeza. Levantó el pómulo izquierdo y entrecerró un ojo balanceando la cabeza de un lado a otro, dudando.
No se dignó a llamarme nunca. No sé si estará enojada, si creera que tuve algo que ver con tu mocazo, siguió protestando Leni, pero en cuánto me llame, ya va a ver. A esta mina hay que decirle las cosas sin anestesia. Todo el mundo la trata como si fuera un bebé. Qué tanta paciencia, loco. Es una mina grande. Al final, a qué se fue. A tirar guita, a eso. Ya me va a escuchar.
Salvador volvió a servir agua en el mate. Con parsimonia, acercaba la bombilla a la boca y chupaba una vez, dos veces y miraba la mesa mientras oía la voz de Leni.
Y a vos qué te pasa, se puede saber. Estás sentado ahí, como el que escucha llover. No tenés sangre en las venas. Son tal para cual.
Salvador levantó la cabeza.
Me tiene podrido, dijo.
Quién, preguntó Leni.
Muv. Quién va a ser. Me tiene podrido.
Leni cruzó las manos y escuchó atentamente.
Me cansé de echarme la culpa, dijo Salvador con un tono de voz grave y pausado. Me cansé de extrañarla y me parece que me cansé de esperar.
Tenés otra mina, dijo Leni.
Nada que ver. Estoy solo. Y me quiero quedar así. Un tiempo, al menos. Hasta que vuelva a ser yo, el boludo de Salvador que siempre se está riendo.
Leni le sacó el mate de la mano. Esta vez, sirvió ella.
Yo no los entiendo, le dijo. Cuando ella no te registraba, vos eras su sombra. Cuando por fin te empezó a registrar, le metiste los cuernos. Se avivó. Te dejó. Quisiste hablar para arreglar las cosas. Se fue. Estuviste hecho un trapo mojado hasta que te llamó. Ahora que te llama esporádicamente, te pudriste. Por qué no se dejan de joder. Las cosas son mucho más sencillas, Salvador.
Le metí los cuernos. Sí, le metí los cuernos. Flor de cagada. Pero ella no se portó mucho mejor que yo, eh. Ella no me cagó, pero como predije desde el primer día, a la primera de cambio, se rajó.
Y qué iba a hacer, nabo, dijo Leni.
No sé. Quedarse, por ejemplo. Pero yo me mando un "mocazo" como decís vos y ella la embarra peor que yo. Y acá estamos.
Y sí. Son tal para cual, qué digo.
Se quedaron en silencio. El mate pasaba de mano en mano. El agua dejaba de hacer espuma y los palos de la yerba empezaban a aparecer en la superficie.
Sabés que es lo peor, dijo Leni.
Que te va a llamar y te va a decir que te extraña y que le gustaría que estuvieras con ella, dijo Salvador. Y no le vas a poder decir una palabra.
No. Lo peor es que vos la querés y si vuelve, todo lo que dijiste te lo vas a guardar en el bolsillo, contestó Leni.
Quién sabe, dijo Salvador. No sé si piensa en volver. Y yo... yo no sé qué voy a hacer.
El termo había quedado vacío. Leni se paró decidida a recargarlo y de paso, cambiar la yerba del mate. Cuando pasó junto a Salvador, le dió dos golpecitos en la cabeza.
Ya veremos, le dijo hablando con ternura. Ya veremos.
Repentinamente, Salvador se sintió un poco mejor.



miércoles, abril 18, 2007

Reflejo

El mail hablaba claro:

Hola Muv,
no tenía intenciones de volver a escribirte pero hasta dónde sé, nadie en tu familia quiere preocuparte. Tu abuela no anda bien. Anda muy triste, es como si se hubiese entregado a quién sabe qué. No te pido que vuelvas pero te pido que la llames.

S.



Muv se recostó sobre el respaldo de la silla del ciber. Respiró profundo. Salvador nunca utilizaría a Oma para pedirle que volviese a Buenos Aires. Oma nunca le permitiría a Salvador que le escribiese para pedirle un llamado. Algo andaba mal. Comenzó a asustarse.
Y si se muere, pensó. Si la Oma se muere y yo estoy acá y no llego ni siquiera a darle un beso.
Pensó en volver a llamar a su casa paterna, como había hecho el día anterior para dar el parte de situación: Estoy bien, mamá, cómo anda todo por ahí. Esta vez, exigiría que alguien le dijera exactamente cómo estaban las cosas.
Conociendolos, pensó, no me van a decir nada. A veces, me violenta que me sobreprotejan tanto. Qué se creen. No tengo diez años.
Salvador, pensó. Tengo que hablar con Salvador. Es el único que me va a contar lo que le pasa.
Se enojó. Se enojó con Salvador por escribirle, con su madre por no decirle nada, con sí misma por haberse ido tan lejos, con el mundo por torcerle tantas veces el brazo y no dejarla en paz.
Por qué, se preguntó, por qué siempre tiene que pasar algo. Por qué no se puede estar tranquilamente en babia, sin que pase nada. Absolutamente nada.
Sintió un nudo en la garganta.
Ni siquiera puedo salir corriendo y llegar a lo de la Oma y ver si está bien. Qué idiota. Soy una idiota. Qué idiota que soy.
Por un momento, mientras pasaba por el frente de uan vidriera, reparó en su reflejo. Su imagen desentonaba con el paisaje. No pertenecía a ese lugar. Se notaba a leguas que era turista, que pertenecía a otro lado.
A qué vine. A qué vine hasta acá. Por más que miro y miro todo, por más que esta ciudad me deslumbra, no dejo de pensar en todo lo que quedó en casa. Hace semanas que no hablo con nadie, salvo las sonrisas de rigor que hago cuando alguien me habla y yo no entiendo. Estoy cansada. Estoy harta. Qué vine a buscar acá. Por qué pensé que acá lo encontraría. Por qué.
Se sentía agitada, asustada y sola, pero sola de verdad. Repleta de soledad.
Y no era esto lo que querías, se dijo. Que te dejaran sola, que nadie te conociera, empezar de nuevo. Empezar, qué. Nadie empieza de nuevo, Muv. Nadie.
Volvió al hostel antes de anochecer.
Llamó por teléfono desde la sala de usos múltiples. Salvador atendió el teléfono y no habló con alegría.
No se sabe que tiene, le contó. Dice que está cansada. No quiere levantarse de la cama. Habla de que está vieja y de que ya estuvo bien. Tendrías que haberla llamado a ella, Muv. No a mí.
Pero..., dijo Muv.
Pero nada, contestó Salvador. Yo paso a verla todos los días. Me quedo un rato y le hablo o vemos tele. Pero no soy su nieto. Y más de lo que hago no puedo hacer. Dejá de gastar hablando conmigo y hablá con ella. Te tengo que dejar. Tengo cosas que hacer.
Salvador cortó la comunicación. No le mandó un beso, no le preguntó cómo estaba. Lo escuchó triste y enojado, quizás, más triste y más enojado de lo que ella misma se sentía.
Y de repente, entendió todo.
Egoísta, exagerada, se dijo. Saliste corriendo de Buenos Aires y creiste que todo lo que dejabas se iba a quedar ahí, que te iba a esperar hasta que a vos se te ocurriera volver. Ya sabés lo que tenés que hacer. Y es mejor que te apures porque parece que no sólo vas a llegar tarde a ver a tu abuela.
Tragó el café con leche que se preparó como cena y se durmió llorando.
Al otro día, volvió a armar la valija.

viernes, abril 13, 2007

Caminar

Muv está en Londres con los ojos como el dos de oro, mirando todo lo que puede mirar y lo que no, también. Cada esquina, cada calle, cada galería del Museo Britanico. Los pubs, la gente, el Covent Garden. Camina y come fruta por la calle y vuelve a caminar y regresa a la habitación compartida del hostel tan cansada que no tiene fuerzas ni siquiera para hablar con Alma, la manager madrileña.




En Buenos Aires, Salvador acompaña a Oma al médico, obedeciendo a su pedido. "No quiero ir con mi hijo que es tan exagerado. Acompañame vos, nene."
El médico la revisa, le toma la presión. Qué te está pasando, le pregunta. Y la Oma que le cuenta que le duelen las piernas, que ya no tiene fuerza en las manos, que no tiene ganas de levantarse de la cama pero que no está triste. Que está cansada.
Cuántos años tenés, pregunta el médico.
Ochenta y uno, dice la Oma.
Comés bien, sigue preguntando el médico.
Como si tuviera doce años, contesta la Oma.
Salís a caminar?
Pero no acabo de decir que estoy cansada! Cómo voy a salir a caminar si estoy cansada.
Tenés que caminar, le dice el médico. Tiene que caminar, le dice a Salvador. Que salga por lo menos una vez por día, acompañada.
Oma lo mira a Salvador. Después hablamos, le dice dándole dos golpecitos en la mano. Salvador le dice que sí con la cabeza.
Cuando termina la consulta y ya están en la calle, Oma gruñe.
Estos médicos, se creen que una tiene a medio mundo a su disposición.
Bueno, Oma, dice Salvador.
Tomemos un taxi, nene, dice la Oma.
Salvador mira hacia los costados. Es una de las últimas tardes cálidas del otoño.
Vamos hasta la esquina, primero, aconseja Salvador que lleva a Oma colgando del brazo. Y cuando llegan a la esquina la engaña diciendole que les conviene la próxima cuadra y después, que un poco más allá.
Nene, dice la Oma, soy vieja pero no tonta. Un poco más allá, un poco más allá, ya me hiciste caminar cuatro cuadras.
Salvador se rie.
No jodas, Oma. Me escapé del laburo para acompañarte al médico. Acompañame vos un poco tambien, che.
No te hagás el vivo, dice la Oma y sonríe de costado.
Caminan un rato más. Pasan por una panadería y compran una docena de facturas. Después toman un taxi.
Oma llega está tan cansada que va directo a la cama. Salvador prepara café con leche para dos.
Cuando lleva la taza y el plato con facturas al dormitorio, la Oma dice: Va a volver, sabés. Ya debe estar arrepentida.
Salvador escucha y piensa que Muv, en Londres, de lo último que se acuerda es de ellos.




miércoles, abril 11, 2007

Deseo

El reloj marcó las 15.42. Muv terminó de armar la valija.
Revisó los armarios y los cajones. Pasó dos veces por el baño y se aseguró de haber guardado todo.
Cuando bajó al lobby arrastrando la valija, el taxi ya estaba en la puerta. Pagó la cuenta y notó la delgadez de su billetera.
Tengo que buscar trabajo, pensó. Si me voy a quedar, tengo que buscar trabajo. ¿Me voy a quedar? ¿Dónde me voy a quedar?
Arrimó el equipaje hasta la puerta del taxi. Sin ayuda ubicó la valija en el asiento y después de sentarse, cerró la puerta con tanta fuerza que el taxista la miró por el espejo.
Perdón, dijo. A Barajas.
No escuchó respuesta del taxista. El transito se movía lento y Muv movía la pierna como si un ejército de hormigas hubiese subido por la zapatilla. Se llevó la mano a la boca. Buscó con el filo de los dientes alguna piel reseca, pero no encontró ninguna.
No, se dijo. Basta de morderme.
Se dedicó a mirar los autos que pasaban. Cuando llegó a Barajas le sorprendió ver tanta gente, tantos autos, tanto todo, como si fuera nuevo, como si al llegar hubiese pasado por alto todos estos detalles.
Buen viaje, dijo el taxista cuando se bajó. Gracias, contestó Muv, para vos también.
Después de comprar el pasaje, y como faltaban dos horas para que su vuelo saliera, caminó hasta los teléfonos.
Después de marcar la infinidad de números necesarios para llamar a Buenos Aires, escuchó la voz de Salvador.
Pensó en hablar, pero a cambio se quitó un auricular y lo pegó al microfono del telefono. La música le tapó un poco la voz de Salvador aunque pudo escucharlo diciendo "hola, hola, quién habla"
Comenzó bajando el volumen del reproductor.
Quién habla, repitió Salvador con voz nasal.
Soy yo, dijo Muv, no cortes. Escuchá.
Salvador escuchó. Prefiero que hablemos, dijo.
Sh, contestó Muv, escuchá.
Cuando terminó la música, Muv dijo de un tirón:
Voy a Londres. Nada me haría más feliz que llegar y encontrarte. Tengo poco crédito y no podemos hablar mucho. Te extraño. Te quiero. Hagamos de cuenta que no pasó nada. Que estoy de vacaciones y que de un momento a otro voy a volver y que vamos a estar bien. Te llamo desde Londres, te lo prometo.
Muv, dijo Salvador, ¿por qué no volvés?
Todavía no. Se me termina el crédito. Te quiero, Salvador. En serio. Un beso.
Volvé, dijo Salvador pero se había cortado la comunicación.
A las 16, en el museo Thyssen Bornemisza, Cristo caminaba solo buscando a Muv y no la encontraba.

miércoles, abril 04, 2007

Placebo

Se encontraron en un bar. Solos porque Salvador necesitaba hablar con alguien y con Leni no tenía posibilidad. Lo acusaba de traidor, de meter la pata, de echar todo a perder.
A lo mejor, por eso recurrió a Pedro y a su lógica animal. Supuso que quizás, si exponía con esmero todo lo que le pasaba, encontraría un poco de alivio. De contención. Pero no.
Lo que tenés que hacer es buscarte una minita para entretenerte, dijo Pedro el día siguiente a la borrachera de Salvador. Una que no joda mucho, de esas que la van de liberadas, viste. Hay unas cuantas así. Yo tengo algunos contactos que te puedo pasar, si te interesa.
Salvador se masajeaba el abdomen despatarrado en el silla. No había comido en todo el día y a esa altura de la tarde, suponía que no volvería a comer en lo que le restase de vida.
Para qué quiero otra mina si la que quiero que esté conmigo se fue a la mierda, le dijo a Pedro.
Justamente: para ponerla, boludear, tener a alguien a quién llamar por telefono o ir al cine, mientras Muv define que quiere con su vida. Total, vos tenés claro a quién queres. No te vas a enganchar con la minita. Y si le decís de una cómo son las cosas, la mina no tiene porque crearse falsas expectativas. No te parece?
Pedro pelaba maníes y tomaba cerverza. Salvador vaciaba uno detrás de otro, vasos y vasos de agua.
Buscate una mina placebo. Agarrá a cualquier boluda que pase, que te guste un poco, invitala a salir, cogetela. Es la clave para salir de las crisis.
Pff. Qué placebo, dijo Salvador.
Eso, boludo. Un placebo, dijo Pedro sonriendo de costado, capaz te das cuenta que el placebo te gusta más y te olvidás de Muv. Es un negocio redondo.
Salvador lo miró. Se pasó la mano por la cabeza y frunció el entrecejo. Asomó los dientes de arriba y los apoyó sobre el labio interior al tiempo que movía la cabeza hacia atrás rápidamente.
Decís gansadas, le dijo.
No digo gansadas, boludo, dijo Pedro. Yo ya me asenté pero cuando estuve solo, bueno, si tuve que recurrir a un placebo, recurrí. No me digas que vos nunca tuviste una minita placebo.
No, dijo Salvador.
Bueno, conseguite una.
Ajá. Tu hermana, por ejemplo.
Podría ser, dijo Pedro. Es su vida. Qué voy a opinar. Buscate un placebo, Salva. Y cortala con el bajón. Viste como son las minas. En cuanto la otra se entere que vos tenes algo acá, se le termina el delirio europeo.
Pedro lo miraba fijo. Salvador negaba con la cabeza.
Y bueh, loco, si se entera y le da el ataque de no volver, que no vuelva. Pero vos hacé tu vida, le dijo. No podés estar en pausa hasta que Muv vuelva. Después de todo, la que decidió irse fue ella. Nadie la echó.
Salvador respiró hondo. Terminó de tomar el último vaso de agua.
Qué fácil se soluciona la vida de los demás, no?, le dijo a Pedro.
Dejá de mariconear, Salvador. Si Muv encuentra un tipo que le guste, vos crees que va a pensar que estás acá? No la critico. Cualquiera en su lugar haría lo mismo. Yo no te quiero meter fichas, pero, es posible que ya haya conocido a alguien. Si vos te lo bancás, allá vos. Yo no me lo bancaría.
Salvador hizo un silencio. Metió la mano adentro del bolsillo del pantalón, y dejó plata sobre la mesa.
Boludo, pensó Salvador mientras le palmeaba la espalda, cada vez que hablo con vos, me acuerdo por qué mi mejor amiga era mujer.
Haceme caso, dijo Pedro a modo de despedida. Buscate un placebo. Eso te va a curar todo y si no te lo cura, por lo menos te distraés un rato.
No me quiero distraer, dijo Salvador caminando hacia la puerta.
Que solo que me dejaste, Muv. La puta que te parió, fue lo que pensó Salvador mientras caminaba hacia su casa.




martes, abril 03, 2007

Whisky

El teléfono sonó una vez. Salvador miraba de a ratos el lavatorio lleno de pelos y su cara en el espejo.
¿Estará sonando de verdad? se preguntó. Desde que Muv se había ido, y después, desde que dejó el mensaje en el telefóno había corrido muchas veces para atender y caer en la cuenta de que, en realidad, nunca había sonado.
¿Estará sonando esta vez? ¿O seré yo de nuevo?
Abrió la canilla y se lavó la cara. El sonido del teléfono dejó de escucharse. Sólo se dio cuenta de que el teléfono en realidad había sonado cuando en el contestador se escuchó el tono de ocupado.
Corrió. Se sentó en el suelo justo donde estaba la base del aparato y espero.
Llamá de nuevo. Dale. Llamá de nuevo.
Pero no hubo caso. El teléfono no volvió a sonar.
Caminó hasta la cocina.
Por qué no me das un número para llamarte. Por qué, puta que te parió.
Revolvió en la parte de atrás de la alacena y encontró una botella de whisky, de esas que a fin de año, algún cliente del trabajo le regaló. Dio vuelta la tapa hasta escuchar el crac que libero el pico de la botella. Se sirvió medio vaso y lo tragó de golpe. No se quejó mientras el alcohol le bajaba por esófago.
Se llevó la botella y el vaso al sillón. Prendió el televisor. En uno de los canales de películas pasaban una porno soft. Se quedó mirando un rato a las mujeres desnudas que se tocaban con ademanes exagerados.
Bah, dijo dándole otro beso a la botella y volvió a mirar el teléfono. Soná, carajo, soná.
Pero siguió sin sonar.Y no sonó al tercer trago ni al último, cuando después de pasear por todos los canales, se encontró tirado en el piso escuchando una canción familiar.
Y no supo si era la borrachera o la voz del cantante o la mezcla de las dos cosas lo que le produjo ese nudo en la garganta.
No puedo más, dijo. No aguanto más.
Caminó en cuatro patas hasta el baño. Se abrazó al inodoro. El estómago se le dio vuelta.