Después de levantarse y tomar una ducha, Muv sacó de la valija la mejor ropa que tenía.
La planchó y se vistió con ella. Se miró al espejo y pensó que más de lo que hacía, no podía hacer.
Por qué no esperás unos días, aconsejó Oma mientras la veía estirar la remera.
Porque si lo dejo unos días, va a seguir así para siempre. ¿Te sentís bien, no? le preguntó.
Oma afirmó con la cabeza.
Revolvió en la mochila y encontró, envuelta en uno de esos plásticos con circulitos, una menina hecha en cerámica del tamaño de su palma. La guardó en su cartera.
Le dio un beso a Oma y salió con paso firme hacia la calle. Estuvo un rato esperando el colectivo que la llevara al centro pero después le entró un pánico feroz a que alguien pudiera verla y detuvo un taxi. Luego de darle la coordenada de su destino, se dedicó a mirar por la ventanilla y le pareció que, en definitiva, todas las ciudades eran iguales.
Por suerte, el conductor iba callado, apurando la marcha entre el caos de tránsito que era, a las seis de la tarde, Buenos Aires.
Bajó solo a pasos del edificio en donde
trabaja Salvador.
Hola, le dijo mirándola de arriba hacia abajo, no te habías ido de viaje, vos.
Volví, contestó Muv devolviendo la mirada. Vengo a ver a Salvador.
No sé si está, contestó la otra, sentate que ahora averiguo.
Muv se sentó y le clavó la mirada a la recepcionista. "Siempre supe que te gustaba, perra" pensó.
Estaba nerviosa. Seguía con atención los movimientos de la recepcionista que sólo después de pasados diez minutos, se dignó a levantar el teléfono.
Salvador, tenés una visita en recepción, le escuchó decir. Muv. ¿Vas a bajar?
Mientras la recepcionista escuchaba la voz de Salvador, también le clavaba la mirada a Muv.
Dice que ya viene, le comunicó mientras empezaba a guardar cosas en los cajones y movía un juego de llaves de aquí para allá.
Gracias, dijo Muv y lo dijo en forma seca y cortante.
Salvador bajó quince minutos después de que la recepcionista se fue. La saludó con un beso y todavía de pie preguntó qué pasaba.
Si es por lo de Oma, me podrías haber llamado, aseguró.
Es por nosotros, dijo Muv. ¿Te falta mucho para salir?
Diez minutos.
Te espero, le dijo. Me puedo quedar acá, no.
Sí, claro. Esperá acá o en el bar de la esquina, es lo mismo.
Decime vos.
En el bar de la esquina, entonces.
Muv caminó hasta el bar ni bien Salvador le dio la espalda. Pidió un café con leche y después del primer trago se dio cuenta que el dolor de
tripa había empezado otra vez. Alejó la taza.
Bueno, qué pasa ahora, dijo Salvador cuando se sentó.
Muv metió la mano en la cartera y sacó la menina.
Te traje esto, le dijo.
Salvador abrió el paquete y sonrió al ver el tamaño de souvenir. Gracias, dijo. No tenías que traerme nada.
En cuanto lo ví, quise comprarlo para vos.
Para esto viniste a buscarme, aseguró Salvador.
Quiero que hablemos, dijo Muv. Ahora puedo hablar, antes no podía.
Hablemos, entonces, dijo Salvador. ¿Volviste embarazada? ¿Te casaste en Madrid? ¿Qué sorpresa tengo que esperar?
No seas estúpido, Salvador, dijo Muv, nos debemos una charla.
Es cierto, soy estúpido, dijo Salvador endureciendo el gesto. ¿Qué tenés para decir? Yo tengo bastante poco. No creo que sea una buena idea que empecemos con esto de vernos como si no hubiese pasado nada.
Bueno, nunca volvimos a vernos como si no hubiese pasado nada.
Salvador llamó al mozo. Pidió un café.
Muv sonó los dedos. Siempre esperé que me dejaran por otra. Siempre, dijo.
Yo no te dejé por nadie, interrumpió Salvador. Yo me quedé acá. No sé si te acordás.
Esperá, dijo Muv. Siempre supe que soy complicada y miedosa. Que la mayoría de las cosas las hago mal y que no me doy cuenta. Que ando siempre triste y que no doy seguridad de nada. Pero nunca pensé que el que me iba a cambiar por otra, ibas a ser vos. Ya no estoy enojada. Todos estos días, todo este tiempo, no hice más que pensar una y otra vez en como había quedado todo. Y yo te quiero, Salvador. Más de lo que vos crees. Y más de lo que yo creía. Pero...
Sólo quererme, no alcanza, Muv. Querernos y nada más, no sirve, dijo Salvador. Y entiendo que te sientas traicionada. Lo que no voy a entender nunca, lo que no puedo descular es cómo están las cosas. Cómo quedó todo a partir de que te fuiste. Porque hasta que te fuiste, yo entendí: no querías volver a verme. Pero después empezaron los llamados. Y dejé de entender. Si estabas allá, lejos, para qué me llamabas. Yo me volví loco, acá. Me vuelvo loco, todavía. No sé qué hacer. No sé qué pensar. Y ya no sé qué sentir.
Yo tampoco sé qué hacer. Tampoco sé qué pensar y menos, cómo quedó todo. Sé que todo está como está y no tiene pies ni cabeza. Y que la mayoría del tiempo pienso en todo lo que te quiero y en cuánto me gustaría estar con vos y al mismo tiempo, no me puedo olvidar que te fuiste atrás de una cualquiera que no importa mientras yo estaba ahí. Porque yo estaba ahí, Salva. Estaba con vos. No sé por qué no me viste.
Muv se quedó muda. Comenzó a rascarse el costado del pulgar con la uña del índice hasta que sintió que le dolía.
Salvador miraba la taza de café.
Me di cuenta que te quería cuando te vi bailando en el cumpleaños de quince de Leni. El mismo día, cuando el polaco, borracho como estaba, te encerró en un rincón del salón y me agarré a trompadas con él, supe que nunca me ibas a registrar. En ese momento, yo era como una sombra, una chica más, una especie de amigo gay, sin serlo, contó Salvador. Quince años después de escuchar todas tus aventuras románticas y sexuales, casi me animo a pedirte que salgas conmigo. Pero apareció
Ramiro y vos estabas tan contenta, tan... tan enamorada de Ramiro que preferí no decirte nada. Y después de Ramiro, volviste a saltar de uno a otro, sin darte cuenta que yo seguía ahí, pasandote pañuelos, acompañandote al cine. Y yo aceptaba que lo nuestro era así. Te acostabas con otros pero me querías a mí. Yo te conocía mejor que nadie.
Mirá hasta dónde llegamos, se lamentó Muv. Preferiría mil veces seguir acostándome con otros, si nosotros estuvieramos igual que antes.
Pero no estamos, dijo Salvador. Y no podemos deshacer lo que pasó. Vos no me perdonas. Yo tampoco me perdono. No es fácil, sabés. No es fácil ver como por una
cagada, todo lo que siempre quisiste se va a la mierda. Pero ya está hecho. Qué puedo hacer.
A mi me gustaría tanto olvidarme de esa noche, Salvador, dice Muv y lo dice sin llorar, resignada.
En este tiempo, nunca pensaste que a lo mejor no nos hace bien estar juntos a vos y a mi, preguntó Salvador, mientras volvía a mirar la taza, ahora vacía, de café.
Nunca. Nunca pensé en vos y en mí. Siempre pensé en nosotros. En que a lo mejor, en otro lugar, sin tanta gente opinando, diciendo, hablando, estaríamos bien, dijo Muv. ¿Vos lo pensaste?
Yo lo pienso todos los días. Lo pienso desde antes de que te fueras. Y todavía no encuentro respuesta, respondió Salvador.
Muv suspiró y se frotó la cara con las dos manos. Salvador se tomó de un trago el vaso de agua que acompañaba el café.
Ni vos ni yo nos hacemos cargo de esto, comentó Salvador. Yo espero que vos decidas, vos esperas que lo haga yo. Así no va. Alguien tiene que decidir. Tenemos que dejar de vernos, Muv. Por un tiempo, por lo menos. Y ver qué nos pasa, le dijo.
A Muv se le escapó una carcajada mientras lo oía.
De qué te reís.
De nada, disculpame. Pero eso del tiempo es una pavada. Si nos dejamos de ver es para siempre. Vos lo sabés y yo lo sé. Y no te puedo decir que no, que tenemos que seguir viéndonos y hablando de lo que nos pasa, porque como bien decís, no te perdono. No me banco lo que pasó y no puedo vivir con la sospecha de que vuelva a pasar.
Salvador levantó la mano. Con los dedos, hizo una seña al mozo para que viniera a cobrarle. El mozo se acercó. Pagó el café y el café con leche.
Para mi tampoco es tan relajado todo, Muv. No tengo idea qué hiciste en Europa. Y no creas que no pensé. Pero como me siento culpable -como tengo el culo sucio, según me dijo tu abuela- no tengo derecho a hacerte ningún planteo.
Volvieron a quedarse callados.
Entonces, no hay mucho más de qué decir, Muv, dijo Salvador después de media hora de mirar, alternadamente, la taza vacía y la cara de Muv. Mandale un beso a tu abuela.
Se quedaron sentados, uno frente al otro, casi por una hora más, en silencio. Nadie podía adivinar cuál de los dos estaba más triste.
Se dieron un abrazo largo como despedida. Salvador caminó hasta la esquina. Muv se quedó parada en la puerta del bar.