lunes, marzo 19, 2007

Desalmado

Sonó el teléfono y Salvador se sobresaltó.
Capaz, pensó, capaz es Muv. Pero no. No era, como no fue ninguna de las veces anteriores.
Era Carolina, la recepcionista de su trabajo. Lo invitaba al cumpleaños de la amiga de una amiga. Necesitaban hombres. Y estando él tan triste, salir le vendría bien.
Al principio, Salvador se negó.
No estoy de humor, no tengo ganas de salir. Pero la chica insistió tanto, tan entusiasmada, tan bien intencionada que sólo por quitársela de encima, porque dejara de ocupar el teléfono, Salvador dijo que sí.
No es nada fá, le dijo Carolina, es una reunión tranquila con música y unas botellitas de vino.
"Botellitas" repitió Salvador y se sintió tan Muv.
Sí, vení. Va a estar bueno. Por lo menos te despejás, le dijo antes de cortar.
Le quedaba toda la tarde por delante. Tenía que llegar cerca de las nueve de la noche. Y no estaba del todo convencido de haber aceptado.
Qué voy a hacer en una fiesta de la amiga de una amiga de la recepcionista del laburo. No voy.
Al rato, mientras miraba qué ropa quedaba limpia, se corrigió.
¿Qué me voy a quedar haciendo acá? Me voy a pasar la noche relojeando el teléfono a ver si suena. Y no va a sonar.
Se hizo la hora mientras daba vueltas. Se puso la peor remera que encontró. No tuvo voluntad de afeitarse.
¡Qué suerte que viniste! le dijo Carolina sonriente y pasandole el brazo por el cuello al saludarlo. Vení que te presento.
Salvador dijo hola mientras escuchó una lista infinita de nombres que no hizo esfuerzo por retener.
Eligió un lugar entre tantos desconocidos. Se quedó parado en una de las esquinas del balcón terraza en dónde estaban todos los fumadores, en su mayoría hombres, que hablaban de esas cosas que suelen hablar los hombres: fútbol, autos, minas. Cada tanto, alguno hacía referencia a alguna película, mientras alguno de los otros acotaba lo buena que estaba la actriz. Salvador los miraba. Escuchaba, acordaba algunas veces, pero no intervenía. Se sentía un dibujo animado. Alguien en dos dimensiones. Como si no fuera él el que estaba ahí, tomando ese vino y escuchando esa charla. Como si anduviera desalmado, como si todo lo que quedaba de si mismo fuera solo una caricatura de lo que fue.
En una mirada panorámica, descubrió un grupo de chicas que se reía a carcajadas. Las miró un rato. Le parecieron demasiado jóvenes o demasiado alegres. Por un momento le hubiese gustado estar con ellas, sentado entre ellas, riendose a lo pavo de cualquier cosa sin importancia.
En eso pensaba cuando Carolina se acercó y se paró a su lado.
Te aburrís, aseguró. Qué podemos hacer para que te diviertas.
Nada, dijo Salvador. Te avisé que ando caído.
Y sí, dijo ella, pero ya que viniste... Voy a buscar más vino.
Salvador la siguió con la vista mientras se iba. Buen culo, pensó, digno de ver.
Alguien dio más volumen a la música. El grupo de chicas muy jóvenes se puso a bailar y a Salvador le pareció que de los veintinco o treinta que estaban ahí, eran las únicas que realmente se divertían.
Carolina volvió con una botella de vino recién abierta. Bailemos, le propuso a Salvador.
Salvador comenzó a moverse en el rincón del balcón en donde estaba parado. Carolina también comenzó a bailar timidamente, acercándose de a poco, mientras lo miraba y le sonreía o le dedicaba alguna parte de la canción.
A medida que Carolina avanzaba hacia Salvador, Salvador se movía. Terminó en el medio de esa improvisada pista de baile, lejos del balcón. Soy un tarado, pensó. ¿Para qué vine?
El vaso de Salvador nunca estaba vacío. Alguien, Carolina, cualquiera, se ocupaba de mantenerlo con vino.
Él miraba todo, veía a todos y se preguntaba para qué estaba ahí. Por qué no estaba dónde quería estar. Por qué no estaba dónde estaba Muv.
Cuándo quieras nos vamos, le dijo Carolina en plena pista de baile.
No, contestó Salvador e intentó suavizar el desprecio con una sonrisa.
Cómo que no, le dijo ella sonriendo. Cuando quieras nos vamos, está todo bien.
No. No, Carolina, no.
Ay, dale, Salva. Está todo bien. Dale. ¿Por qué no? Decime, dale. ¿Qué? ¿Me vas a decir que no te gusto? Dale.
Salvador negó con la cabeza.
Todo bien, pero no. Es mejor así, le dijo. No tengo mucho más para decir.
Dale, Salvador.
No, Caro. No tengo ganas. No quiero.
Carolina lo miró enojada. Y ahora por qué no. Si ya no tenés novia. Por qué no, y le puso una mano en la cintura.
Salvador devolvió la mirada. También apoyó su mano en la cintura de ella. Porque no quiero, porque no da, porque no me voy a acostar con vos. Me voy a acostar con Muv y me voy a despertar y te voy a ver ahí y me voy a querer matar. Y lo único que voy a conseguir es darme cuenta que Muv no está y que estás vos y que vos no existís. Aunque estés ahí. Aunque estés acá, pensó
Pero dijo porque no y dio por terminada la conversación. Se cruzó de brazos, pegó media vuelta y encaró a un pibe que estaba cerca de la puerta para que bajara a abrirle.
Quedate, Salvador, dijo Carolina. Salvador negó con la cabeza. Se llevó dos dedos a la sien y en un movimiento rápido, los acercó y los alejó de su frente.
Caminó unas cuadras a pasos largos y lentos, mirando las veredas. Y caminaba triste pero caminaba tranquilo.
Si tan solo hubiese pensado antes. Un rato antes, dijo y se subió a un colectivo, directo a su casa.