Se despertó angustiada. En la sesión del día anterior había hablado de lo que prefiere no recordar. No era nada espantoso, simplemente la torturaba recordarlo. Y ella tiene, para las cosas malas, buena memoria.
Lo primero que le vino a la cabeza fueron una sucesión de palabras. Frases que alguna vez había tenido que escuchar de gente a la que ella no le había hecho daño alguno y que tampoco le había importado demasiado, pero que de souvenir, le habían dejado una frase tatuada en la memoria. La que encabezaba el top ten de las diez peores cosas que pueden decirsele a alguien era: "No te conforma saber que si ella no existiera, estaría con vos" y por supuesto esa "ella" no era Muv. La segunda era una especie de justificación de la ausencia, dicha por Rama, una semana antes de decirle adiós para siempre y sin aviso: "Si nos vemos todos los días ¿cómo te extraño?" y aunque a Rama lo había querido mucho, a la distancia, se le había convertido en otro de esos innombrables que se iba desdibujando con el paso de los días.
La tercera no la recordó claramente. Era una mezcla entre "espero algo mejor" y "sos poco para mí".
Salvador nunca dijo algo así, aclaró. La primera vez que nos vimos, ganamos todas las vueltas de la pareja loca.
¿Pareja loca? dijo la licenciada.
Sí. Era un juego que estaba muy de moda en mi escuela primaria. Se hacía una ronda intercalando una chica y un chico. Una pareja quedaba afuera, tenían que agarrarse de la mano. Después, daban una vuelta alrededor de la ronda y dónde les parecía, cortaban la ronda -siempre era soltar la mano de una de las parejas que formaba la ronda- y tenías que salir corriendo sin soltarte de la mano de tu compañero. La pareja que llegaba primero al hueco de la ronda, ganaba y la que llegaba después, tenía que volver a dar la vuelta para elegir a otra pareja y así poder ocupar su lugar.
Ajá, dijo la licenciada.
A mi me tocó al lado de Salvador. Era la nueva del colegio y Salvador, el petiso gordito que corría despacio. Teníamos once años. A mí no me importaba con quién me pudiera tocar jugar. Sólo quería jugar, que me dejaran participar del juego. Siempre nos cortaban a nosotros. Y pensaban que nos iban a ganar pero yo corría con fuerza. Más fuerte de lo que corrí nunca. Arrastraba a Salva, pobrecito, que llegaba casi sin aire. Pero bueno, ganamos todos las rondas. Nunca quedamos atrás. Y cuando terminó el recreo Salvador me preguntó si quería ser su amiga. Y yo no dudé. Le dije que sí. Y desde ese día somos amigos.
Vos arrastrabas a Salvador, entonces.
Sí. Hasta que en tercer año, más o menos, Salvador empezó a crecer. Y creció tanto que era el último de la fila. Y se puso flaco, flaco, flaco. Y todas nuestas compañeras se lo querían transar, los sábados en el boliche. Y Salvador me arrastraba a mí, para salir.
Por qué no salías?
Porque justo se había muerto el Opa. Y yo estaba muy triste y prefería quedarme con Oma los fines de semana.
Pero Salvador no te dejaba.
No. Me iba a buscar y me acompañaba de vuelta. Y se quedaba, con la Oma y conmigo, hasta que se hacía de día, otra vez. La Oma dejó de dormir, casi tres meses. Dormía sentanda en una silla o en la galería pero no se acostaba en su cama. Volvió a dormir en su cama, un día que Salva y yo, nos quedamos dormidos en su dormitorio. Para que mi papá no se enojara, la Oma se acostó al lado nuestro. Y, obvio, la venció el sueño y se durmió.
¿Alguna vez le dijiste a Salvador lo que querés? preguntó la licenciada.
Explícitamente, nunca. Pero él se da cuenta solo.
¿No te parece que alguna vez le tendrías que decir claramente lo que querés? Es dificil adivinar, Mabel.
Y salió de terapia con esa pregunta rebotándole en la cabeza. Y con el rebote sin cesar se fue a dormir. Y soñó que estaba viajando en un taxi, con Salvador y que Salvador bajaba y le pedía que lo esperara allí. El tiempo pasaba. El taxista se daba y riendo, le aseguraba que Salvador no volveria.Cuando se despertó, el Salvador del sueño no había vuelto pero el de la vida real, dormía ahí, abrazado a la almohada.
Por eso se levantó angustiada. Y cuando Salvador se fue a trabajar, se sentó a escribirle una carta que decía:
"Ya casi ni te escribo pero lo que te escribo hoy, no me va a salir mientras hablamos. Por favor, prometeme que nunca nunca nunca vas a hablar sin pensar . Y que nunca nunca nunca más me vas a lastimar. Y que pase lo que pase, siempre me vas a querer bien porque eso es lo único que necesito. Yo te prometo que cada día te voy a querer mejor. Y que voy a ser mejor. Te lo prometo.
Te pido estas cosas por escrito para que te quede un documento. No me lastimes porque me duele.
Te quiero (mejor que antes)
Muv."
Cuando releyó la carta, le dió vergüenza. Puta que sos cursi cuando querés, se dijo.
La carta terminó rota en pedacitos muy pequeños dentro de la bolsa de basura.
Lo primero que le vino a la cabeza fueron una sucesión de palabras. Frases que alguna vez había tenido que escuchar de gente a la que ella no le había hecho daño alguno y que tampoco le había importado demasiado, pero que de souvenir, le habían dejado una frase tatuada en la memoria. La que encabezaba el top ten de las diez peores cosas que pueden decirsele a alguien era: "No te conforma saber que si ella no existiera, estaría con vos" y por supuesto esa "ella" no era Muv. La segunda era una especie de justificación de la ausencia, dicha por Rama, una semana antes de decirle adiós para siempre y sin aviso: "Si nos vemos todos los días ¿cómo te extraño?" y aunque a Rama lo había querido mucho, a la distancia, se le había convertido en otro de esos innombrables que se iba desdibujando con el paso de los días.
La tercera no la recordó claramente. Era una mezcla entre "espero algo mejor" y "sos poco para mí".
Salvador nunca dijo algo así, aclaró. La primera vez que nos vimos, ganamos todas las vueltas de la pareja loca.
¿Pareja loca? dijo la licenciada.
Sí. Era un juego que estaba muy de moda en mi escuela primaria. Se hacía una ronda intercalando una chica y un chico. Una pareja quedaba afuera, tenían que agarrarse de la mano. Después, daban una vuelta alrededor de la ronda y dónde les parecía, cortaban la ronda -siempre era soltar la mano de una de las parejas que formaba la ronda- y tenías que salir corriendo sin soltarte de la mano de tu compañero. La pareja que llegaba primero al hueco de la ronda, ganaba y la que llegaba después, tenía que volver a dar la vuelta para elegir a otra pareja y así poder ocupar su lugar.
Ajá, dijo la licenciada.
A mi me tocó al lado de Salvador. Era la nueva del colegio y Salvador, el petiso gordito que corría despacio. Teníamos once años. A mí no me importaba con quién me pudiera tocar jugar. Sólo quería jugar, que me dejaran participar del juego. Siempre nos cortaban a nosotros. Y pensaban que nos iban a ganar pero yo corría con fuerza. Más fuerte de lo que corrí nunca. Arrastraba a Salva, pobrecito, que llegaba casi sin aire. Pero bueno, ganamos todos las rondas. Nunca quedamos atrás. Y cuando terminó el recreo Salvador me preguntó si quería ser su amiga. Y yo no dudé. Le dije que sí. Y desde ese día somos amigos.
Vos arrastrabas a Salvador, entonces.
Sí. Hasta que en tercer año, más o menos, Salvador empezó a crecer. Y creció tanto que era el último de la fila. Y se puso flaco, flaco, flaco. Y todas nuestas compañeras se lo querían transar, los sábados en el boliche. Y Salvador me arrastraba a mí, para salir.
Por qué no salías?
Porque justo se había muerto el Opa. Y yo estaba muy triste y prefería quedarme con Oma los fines de semana.
Pero Salvador no te dejaba.
No. Me iba a buscar y me acompañaba de vuelta. Y se quedaba, con la Oma y conmigo, hasta que se hacía de día, otra vez. La Oma dejó de dormir, casi tres meses. Dormía sentanda en una silla o en la galería pero no se acostaba en su cama. Volvió a dormir en su cama, un día que Salva y yo, nos quedamos dormidos en su dormitorio. Para que mi papá no se enojara, la Oma se acostó al lado nuestro. Y, obvio, la venció el sueño y se durmió.
¿Alguna vez le dijiste a Salvador lo que querés? preguntó la licenciada.
Explícitamente, nunca. Pero él se da cuenta solo.
¿No te parece que alguna vez le tendrías que decir claramente lo que querés? Es dificil adivinar, Mabel.
Y salió de terapia con esa pregunta rebotándole en la cabeza. Y con el rebote sin cesar se fue a dormir. Y soñó que estaba viajando en un taxi, con Salvador y que Salvador bajaba y le pedía que lo esperara allí. El tiempo pasaba. El taxista se daba y riendo, le aseguraba que Salvador no volveria.Cuando se despertó, el Salvador del sueño no había vuelto pero el de la vida real, dormía ahí, abrazado a la almohada.
Por eso se levantó angustiada. Y cuando Salvador se fue a trabajar, se sentó a escribirle una carta que decía:
"Ya casi ni te escribo pero lo que te escribo hoy, no me va a salir mientras hablamos. Por favor, prometeme que nunca nunca nunca vas a hablar sin pensar . Y que nunca nunca nunca más me vas a lastimar. Y que pase lo que pase, siempre me vas a querer bien porque eso es lo único que necesito. Yo te prometo que cada día te voy a querer mejor. Y que voy a ser mejor. Te lo prometo.
Te pido estas cosas por escrito para que te quede un documento. No me lastimes porque me duele.
Te quiero (mejor que antes)
Muv."
Cuando releyó la carta, le dió vergüenza. Puta que sos cursi cuando querés, se dijo.
La carta terminó rota en pedacitos muy pequeños dentro de la bolsa de basura.