lunes, junio 04, 2007

Puñal

Fue la última en entrar a la casa de Leni porque en el pasillo encontró un boleto de colectivo de los viejos, capicúa, tirado en el piso y no pudo resistir la tentación de quedárselo.
Saludó a Pedro abrazándolo y diciéndole: Feliz, feliz, que los cumplas feliz, antes de agacharse y levantar el boleto y guardarlo en el bolsillo.
Cuando apareció por la puerta, Salvador ya había entrado y miraba hacia todos lados, buscándola. Silvina se levantaba para saludarlo, gritando y riendo.
Hola, dijo Muv pero ninguno de los presentes, salvo Leni que estaba a dos pasos de ella, le respondió el saludo.
No pudo, no quiso evitar clavarle la mirada a Salvador.
Ahí estás, dijo Salvador. ¿Dónde te metiste?
Muv mostró el boleto de colectivo y justo cuando Silvina estaba acercándose a Salvador, Salvador se dio la vuelta y se paró al lado de Muv.
Ay, me muevo para saludarlo y se va! gritó Silvina, a vos te parece, le comentó en tono jocoso a un compañero de trabajo de Pedro.
Todo mal, dijo el tipo que recibió un codazo de su mujer y sólo atinó a desviar la mirada.
Muv hizo una panoramica del living de Leni. Parejas, dos familias con niños, parientes de Pedro, familia de Leni. Y Silvina. Silvina que resaltaba demasiado entre todos los que estaban meta sandwichs de miga y coca cola.
No me acordaba que era tan linda, le dijo Muv a Salvador, por lo bajo, cuando nadie les prestaba atención.
Quién.
La trola esta, dijo Muv justo cuando se callaron todos y Salvador largó una carcajada que la dejó aún más en evidencia.
Acompañame a la cocina, Muv, dijo Leni.
Y allá fue Muv, detrás de Leni.
Por qué no te pintaste un poco? le dijo Leni apenas cerró la puerta de la cocina. No ves que esta turra se tiró todo encima. Viniste toda así nomás. Parece que lo hicieras a propósito.
Muv la miró. La miró de arriba a abajo.
Vos no sos el arte de la elegancia, precisamente, Leni. No me rompas las bolas.
No aprendés, Muv. No aprendes.
Qué no aprendo. La otra vez era una muñeca de torta y esta me pasó por arriba igual. Qué querés que haga.
Quiero que de una vez te pongas en tu lugar y defiendas lo que es tuyo, le dijo, mientras cortaba porciones de tarta con una cuchilla.
¿Qué te pasa, Leni?
Que me sacás de quicio, nena. No puede ser que le des tanto espacio a las demás. Porque si vos no defendés lo que es tuyo, las otras no te lo van a cuidar. Porque hay hambre en la calle, nena. O vos no viste la cantidad de minas solas que hay? Como puede ser que no te des cuenta.
Leni le hablaba sosteniendo un cuchillo, moviéndolo de un lado para otro. Muv dio dos pasos hacia atrás y mientras veía a Leni hablar y mover el cuchillo de un lado a otro, escuchaba una especie de blableo distorsionado que no lograba entender.
Leni dejó el cuchillo sobre la mesada. La miró.
Ya sabés que Salvador no es santo de mi devoción pero vos no sabés lo que sufrió ese pobre infeliz mientras no estuviste. No sabés, le respondió. No lo regales.
Leni, estás hablando como si Salva fuera un objeto, algo que es mio. No es así. Si quiere volver a hacer algo - y yo lo mato si se le ocurre, pero ese es otro tema - qué puedo hacer yo para impedirlo.
Volvé al living, plantificate al lado de Salvador y no te muevas de ahí. En la primera oportunidad que encuentre mi cuñadita va a volver a atacar.
Que haga lo que quiera, dijo Muv pero, mientas lo decía, sintió una corriente eléctrica en la espalda. Dio unas vueltas por la cocina. Sin decir una palabra, volvió al living.
Salvador jugaba al truco con Pedro y dos de sus compañeros de trabajo. Las mujeres conversaban entre sí. Los niños veían televisión.
Silvina le clavaba la vista.
Muv la miró desafiante. Caminó hasta donde jugaban a las cartas y aprovechó para besar a Salvador.
Cuando volvió a mirar a Silvina, Silvina movía la boca y le dedicaba, con mímica, una sola palabra: cornuda.