miércoles, junio 27, 2007

Doméstica

Desde hace un buen tiempo, Muv aprovecha las mañanas. Después de que Salvador sale para la oficina, en su nuevo rol de desempleada-ama de casa, con dos alumnos particulares que vienen a preparar Lengua y Literatura de segundo año, dedica casi todas las mañanas a la casa.
A veces, cuando Salvador se queda dormido, lo despierta, saltando en la cama, al grito: Es tarde, es tarde, te tenés que ir.
Y Salvador a medio despertar, se lava la cara y los dientes, se mete dentro de la ropa de oficina y sale, después de darle un beso en la boca en la puerta.
Después de que Muv escucha a Salvador cerrando la puerta reja y el sonido del ascensor funcionando, corre hasta el equipo de música.
Sintoniza una radio de música en castellano. Algo que pueda cantar a voz en cuello mientras pone a funcionar el lavarropas o tiende la cama o plancha.
Y canta. Mientras trabaja en casa, canta. Algo que no se permitiría en ningún sitio, ni con ninguna compañía y que la haría morir de vergüenza si de imprevisto, Salvador volviera a buscar algo olvidado.
Mientras se viste, tararea viejos éxitos, boleros, música romántica.
Cada dos por tres, escucha alguna canción que le recuerda su infancia y no puede evitar dar un minirecital a solas.
Parada de espaldas a la ventana que da a la calle, dónde sabe que nadie puede verla, endereza la espalda, se suelta el pelo y canta, usando lo que tenga a mano como micrófono.
Camina por el departamento, bailando, cantando y haciendo muecas. Se mira al espejo e imagina un primer plano y canta, acercandose el micrófono inventado a la boca, se pone de costado, mueve la cabeza y deja que el pelo le pegue en la cara y en la espalda.
Cuando termina el tema, agradece.
En mi próxima vida, voy a hacer una gran estrella de la canción, asegura.
Después, saca la ropa del lavarropas, ya centrifugada y subida a una banqueta, la cuelga del tender.
Mejor no dejo tantas cosas para la próxima vida. No me va a alcanzar para nada, piensa y pone a hervir unos zapallitos.