miércoles, marzo 28, 2007

Sabor

No supo cómo pasó. Caminaban por la Calle de la Cebada, de regreso al hotel.
No recordaba haber dado ninguna clase de señal clara y a lo mejor fue eso. Decir no, claramente, en voz alta, hubiese sido bueno.
Sólo recordaba dos botellas de cerveza y un shot de vodka pero había aprendido a no echarle la culpa al alcohol en estas situaciones. Conocía el procedimiento. Algo sucedía, una mirada, un gesto, un roce y después, era sólo ceder. Así había vivido dos años, antes de Salvador, y según parecía, volvería a eso, después de él.
Estaba apoyada sobre la pared de una casa de puerta angosta y larga con llamador. El gringo le besaba el cuello. Ella con los brazos colgando no hacía nada. Ni por tocarlo, ni por alejarlo.
Estaba ahí. El cuerpo. Sólo el cuerpo y los ojos cerrados. Intentaba no pensar. No hacerse ninguna imagen mental sobre lo que estaba pasando. Si algo le había hecho bien durante los últimos dos días, había sido no plantearse absolutamente nada. "Dejar fluir" le había dicho su psicoanalista en la última sesión: "Ocupate en dejar fluir las cosas"
Y en eso estaba cuando el bigote le hizo cosquillas sobre la piel de la cara. Los dedos que le acariciaban el cuello le resultaron demasiado ásperos. Ni siquiera el olor del gringo le resultó cómodo.
Algo pasó cuando recibió el primer beso. Los ojos cerrados, los brazos colgando y el beso que llegó no era el que esperaba. El que había guardado en la memoria. Esperaba una boca acolchonada y suave y se encontró con dos labios rígidos y demasiado agresivos para su gusto.
Pero si algo la hizo volver a la realidad fue el sabor del beso y no porque fuera desagradable, sino que no correspondía al sabor que conocía y que, ahora sabía, había traido puesto desde Buenos Aires a Madrid.
Mejor no, dijo Muv, separándose del gringo y moviéndose de la pared.
Ia, dijo el gringo haciendo sonar el cuello y respirando profundo.
No da, pensó Muv, pero cómo te lo digo. Cómo te explico que todo bien, que sos la única persona que conozco en Madrid, pero que yo no vine hasta acá para esto.
Yo acompaña Muv a hotel, dijo gringo y cuando Muv intentó negarse, con un ademán dio por terminada la conversación. Chica anda.
A pesar de que casi no hablaban, Cristo intentó que la caminata fuera agradable mientras silbaba La vida en rosa y Muv le hacía gestos de "chiflas muy mal"
Mañana Thyssen Bornemisza, dijo el gringo en la puerta del hotel. En Antonia de Modigliani. A cuatro horas. Si chica quiere.
Bueno, dijo Muv y se despidió con la mano mientras entraba.
Cristo la tomó de un brazo. Le dió un beso alla española y después le dijo:
Muv, llama amigo de Cristo mañana. Cristo no vive ahí. No miedo. No.
Muv agradeció moviendo la cabeza. Tenía la tripa hecha un nudo y por primera vez, le dieron ganas de llorar. Y de volver.
Esa noche volvió a llamar por teléfono a Buenos Aires.