sábado, marzo 03, 2007

Muñeca

Dos meses antes de que Muv volviera de la peluquería con un peinado que ni a ella convencía, Leni y Pedro anunciaron que se casaban.
Salvador felicitó con alegría a Pedro, en el entretiempo del fulbazo. Muv retrocedió cuándo Leni le extendió la participación.
Quiso hacerla recapacitar: vos estás segura, es demasiado rápido, no hace un año que se conocen, no hace seis meses que conviven y Leni le contestó: agarrá la participación, Mabel y la puta que te parió.
Volvió a casa con la participación en la cartera y sólo atinó a contestar "están chiflados" cuándo Salva comentó la noticia, durante la cena.
Como fuera, siendo la mejor amiga de la novia, Muv hubiese tenido que andar el sinuoso camino que se recorre antes de cualquier casamiento: buscar la ropa, pensar en zapatos en los que pudiera pararse toda la noche, serenarse pensando que esta vez no le tocaría sentarse en la mesa de los solteros disponibles, darse ánimo y predisponerse a pasar una noche entre serpentinas y gorros multicolores, porque si de algo estaba segura era de que Leni iba a tener un casamiento de esos con los que sueñan todas las chicas, menos ella, desde que nacen.
Y esta vez, por pedido expreso de Leni, Muv tenía que estar acorde a la ocasión.
Nada de vestido negro, ni de pantalón, ni de esas cosas estramboticas que solés ponerte, le dijo. Te venís conmigo a lo del chico que me diseñó el vestido. El va a saber qué hacer. Y no le cuentes nada a Salvador. Tiene que ser sorpresa. Que cuando te vea, se caiga de culo.
Muv aceptó de mala gana. Aunque discutiese durante días y días, terminaría aceptando la propuesta de Leni, y, en última instancia, la libraba del complejo proceso de tener que ocuparse de sí misma.
Eran las siete y media de la tarde. La ceremonia religiosa empezaba a las nueve y Salvador, con traje negro nuevo, pasaría a buscarla a las ocho y cuarto, minuto más, minuto menos.
Decidió vestirse en su casa, manteniendo la promesa de que el paquete entero (Muv, el peinado, el vestido y los zapatos) era para Salvador.
Mirándose atentamente al espejo, Muv empezó a notar que el peinado -tal y como estaba- no le quedaba tan mal. Era cierto que tenía el pelo endurecido por el spray y un millón y medio de horquillas sosteniéndole unas torzadas que debía liberar antes de salir para que el pelo le quedara con ondas. Iría así, pensó, y en ojotas. Qué castigo.
Desplegó un arsenal de maquillaje sobre el lavatorio. Base, tapa ojeras, lápiz delineador, rimmel. Polvo compacto, rubor, rouge. Empezó a repartir la base sobre la piel de la cara, del cuello y el escote. De repente, reparó en sus dedos comidos.
Si no fuera marzo, debería ir con guantes. Estos dedos no se pueden disimular con nada, se dijo.
Colgando del picaporte de una ventana, estaba la percha con el vestido, envuelta en una bolsa de esas que dan en las tintorerías.
Era color marfil y Muv hacía casi veintidós años que no se ponía algo tan claro. Desde la comunión. Ni siquiera cuando lucho palmo a palmo - y perdió - contra su madre para no festejar los quince, aceptó un vestido claro. Y ahora, por una amiga, un vestido color marfil con unas pocas lentejuelas que brillaban, la desafiaba colgando frente a ella.
Comenzó a delinearse los ojos y notó la mueca pava que utilizaba para hacerlo.
¿Por qué abro la boca cuándo me pinto los ojos? se dijo. Menos mal que nadie me ve. Desparramó el resto del arsenal sobre su cara. Con calma, se pintó los labios. Después, apretó un papel con la boca y dijo: No parezco yo.
Caminó hacia la habitación. Leni le había comprado unas medias color piel con liga de silicona autoadhesiva. Queda mejor, viste, le dijo cuándo le guardó el paquete en el cajón de la ropa interior.
Muv se miró las piernas. Tengo las rodillas enormes, parezco un jugador de fútbol, se dijo.
Al segundo intento por estirar la media, el pellejo seco del uno de los dedos comidos corrió la malla de la media del talón a la rodilla.
Soy un desastre, dijo Muv. Buscó otro par, pero no tenía. Voy a tener que esconder las manos toda la noche. Todo el mundo se va a dar cuenta de que me lastimo los dedos. Ese vestido tendría que tener bolsillos.
Se calzó los zapatos rasados al tono que domó durante los últimos quince días, olvidando el asunto de las medias. Los zapatos eran demasiado puntiagudos, demasiado altos, demasiado finos para ella que sólo se bajaba de las plataformas para ponerse las zapatillas.
Y bueno, se dijo resignada, es una vez, nada más; un rato y me saco este disfraz.
Se puso desodorante, se perfumó.
Caminó hasta quedar frente a frente con el vestido. Un solero de breteles anchos, siete octavos, que brillaba en el escote y hacía olas en el ruedo. Se lo puso, maniobrando con dificultad para subir el cierre. Se movió hasta el espejo del placcard.
No se reconoció en la imagen. Empezó a soltar el pelo, destrabando las horquillas, que caía en ondas grandes.
Salvador abrió la puerta, cuándo ella había terminado y se asomó al dormitorio
Qué tal, dijo Salvador. Te traje otro par de medias.
Cómo sabías, preguntó Muv, era una sorpresa.
Yo sé todo, contestó Salvador. Leni me llamó temprano para que te comprara un par de medias. Metele que llegamos tarde.
Muv se bajó de los zapatos.
Pará, le dijo Salvador y abrió el paquete de las medias. Enrolló la primera y le hizo una seña con la cabeza a Muv para que estirara la pierna mientras se sostenía la pollera del vestido. Hizo lo mismo por segunda vez.
Con esos dedos todos mordidos, las ibas a volver a romper, dijo Salvador, ahora ya está.
A veces me sorprendés tanto, Salva, dijo Muv subiéndose de nuevo a los zapatos.
Bueno, ahora sí, dijo Salvador, Muv cuándo viene.
Se alejó de ella unos pasos. La miró de arriba abajo.
Sos un tarado. ¿Estoy mal? preguntó Muv que volvía a mirarse al espejo sin reconocerse. Vos estás hermoso, Salva. Muy hermoso.
Salvador caminó alrededor de ella y a Muv le dió una vergüenza casi infantil sentirse tan mirada.
Sos una muñeca, boluda, le dijo, una muñeca.
Sí, de torta, respondió Muv.
Salvador se rió. Ella también. Bajaron agarrados de la mano. En la avenida, esperaron un taxi.
Muv se sintió un poco rara, como una de esas chicas esperanzadas.