Ahora es de noche y Muv todavía no se levantó de la cama. Siente los párpados pesados y le duele todo. El teléfono no sonó en todo el día.
No duerme, ni siquiera piensa. Está metida en la cama, enroscada entre las sábanas y la colcha, como si fuera una larva en el capullo. Tampoco mira, aunque tiene los ojos abiertos.
Se da vuelta, se acomoda. Siente como si le hubieran dando una páliza. Le duele el cuerpo: las articulaciones, los músculos. Desde la planta de los pies hasta el cuero cabelludo.
Vuelve a moverse y termina acostada en el medio de la cama. Cierra los ojos.
A lo mejor, se durmió un rato. Cuando se despierta, Salvador está acostado al lado de ella, el velador está encendido.
Estaré soñando, piensa Muv pero lo toca y ahí está el cuerpo.
No te levantaste en todo el día, asegura Salvador.
No tuve ganas, contesta ella. ¿Llovió?
Sí, le responde.
Muv se da vuelta.
Estuviste llorando, dice él cuando nota los ojos hinchados.
Sí.
Salí a tomar un café con Silvina, a la tarde, cuenta Salvador mirando el techo.
Ay, dice Muv, apretando los ojos, como si se hubiese clavado algo, o peor, como si alguien le hubiese tocado una herida abierta. Profecía autocumplida.
No pasó nada, explica Salvador. Me llamó pasado el mediodía porque andaba cerca de casa. Salimos un rato, conversamos. Caminamos. Después vine para acá.
Muv se incorpora. Pasa el brazo por encima de Salvador y orienta el reloj que está sobre la mesa de luz, hacia sus ojos.
Son las ocho de la noche, Salvador, le dice.
Llegué hace un rato. Estabas dormida.
Pero son las ocho de la noche. ¿Desde el mediodía hasta las ocho de la noche?
Salvador se sienta en la cama. Acomoda una almohada para apoyar la espalda.
¿Preferís no saber? pregunta Salvador.
Prefiero que no te pase, dice Muv.
Que no me pase qué, dice Salvador.
Que no te pase querer ir a ver a una mina que conociste en una fiesta en la que yo estaba presente, mientras yo estoy acá.
Salvador se cruza de brazos.
Ya te dije que no pasó nada.
Y a mí, dice Muv levantándose de la cama, qué carajo me importa si pasó o no pasó. A mi - Muv empieza a levantar el tono - lo que me importa es que desde hace semanas estás esperando que sea yo la que haga una cosa así: que me vaya con otro, con un boludo cualquiera, que no sabe nada ni de vos ni de mí, que eche todo a perder por sentirme no sé qué cosa, que te lastime al pedo porque me calenté un rato con un tipo con pintita y que después, te lo venga a contar con la misma cara con la que te digo buenos días.
Estás loca, dice Salvador, te volviste loca. Hacés quilombo por algo que no pasó.
Muv se sienta en la cama y se pone las zapatillas.
Vos me estás jodiendo. Que haya pasado o no, ni siquiera importa. Que haya pasado o no, es simplemente una consecuencia. No me podés decir que fuiste porque tenías ganas de conversar. Fuiste a ver qué onda. Fuiste a ver si pasaba algo. Y si no pasó, bueno... lo habrás arruinado. Pero no te preocupes, seguramente tengas otra oportunidad.
Ah, dice Salvador soltando una carcajada, sos una idiota.
Muv se levanta, camina hasta el baño y cierra de un portazo.
La puta madre que me remil parió, dice mientras se baja la bombacha y hace pis, por qué me tuve que meter en esto. Por qué.
Salvador abre la puerta. Se apoya contra el lavatorio.
Boluda, tengo derecho a tomar un café con alguien. ¿Desde cuándo sos tan celosa, Muv?
No entendés nada, dice Muv después de secarse y apretar el botón. Sale del baño directo al dormitorio. Se saca la ropa de dormir. Se pone un pantalón, una remera y un buzo.
¿Dónde vas? pregunta Salvador, tomándola de un brazo.
Me voy. Cuando vuelva, espero que no estés acá. Esto no va más.
Se suelta de la mano de Salvador con fuerza. Cuando pasa por el comedor, ve el vestido de fiesta colgando de la silla.
La concha de mi madre, vestido de mierda.
Salvador la sigue.
No te vayas, hablemos, le dice pero Muv cierra la puerta.
La puerta del ascensor se abre y se cierra.
Salvador se sienta en una silla.
El no se va a ningún lado.