Me voy, dijo Muv cuándo Salvador se sentó frente a ella en el bar en el que habían convenido verse.
No llegué tarde, respondió Salvador haciéndole una seña torpe al mozo.
No. No me voy ahora, aclaró Muv, me voy en cinco días.
¿Dónde vas? preguntó Salvador cuando el mozo se acercó. Pidió una coca.
El pasaje es a Madrid, respondió Muv, pero no creo que me quede ahí. No tengo planes. Cuando llegue, veré.
No entiendo. Pará. ¿Dónde vas?, repreguntó Salvador.
Me voy, Salvador. Me voy de acá. De esta ciudad, de esta provincia, de este país, de este continente. Me voy.
Llegó el mozo con la botella de coca cola. Sirvió un vaso. Salvador lo tomó de un trago.
¿Por qué te vas? le preguntó.
Porque no puedo estar más acá, dijo Muv.
Pero por qué te vas, Muv. Nosotros no tomamos ninguna decisión definitiva hasta ahora, dijo Salvador. Estamos esperando un tiempo para hablar más tranquilos, no?
No. Nosotros ya tomamos todas las decisiones que teníamos que tomar hace nueve días, Salva. No quiero tener una de esas conversaciones dramáticas, no tengo ganas de decir nada, ni de reprochar, ni de pedir explicaciones. Sólo creí que era justo que supieras que me iba.
A Salvador se le llenaron los ojos de lágrimas.
No la ví más, le dijo. No la volví a ver.
Ya no importa, Salvador, en serio. No tiene importancia.
Salvador se movió de silla, se sentó en la que estaba al lado de Muv. La agarró de la mano y ella se dejó agarrar.
Esa mina no tiene importancia, dijo Salvador, no es nadie, no existe. No te vayas. Hacemos lo que vos quieras, no sé, nos casamos. ¿Queres que nos casemos? Nos casamos.
Dijo todo de un tirón, casi sin respirar mientras le sujetaba la mano más fuerte.
Calmate, Salvador, dijo Muv y se sorprendió de su frialdad. No vine hasta acá a hacer una escena. Vine a contarte sobre una decisión muy importante que tomé.
Salvador respiró hondo.
¿Por qué tan rápido? ¿Por qué sin dejarme hablar aunque sea una vez? ¿Por qué no esperás a que yo te diga lo que quiero, Muv?
Muv suspiró y separó su mano de la de Salvador.
Porque no hay nada qué decir, Salva. Porque si no es esa chica, va a ser otra y si no es otra, va a ser el color de las cortinas o en el peor de los casos, vamos a ser vos y yo, sentados en un bar como este, sin tener nada de qué conversar.
Nunca, en diecinueve años, nos quedamos sin tema de conversación, dijo Salvador.
Nunca, en diecinueve años, me habías traicionado, pensó Muv y no lo dijo.
No te vayas, por favor, repitio Salvador acercándose al cuello de Muv, yo no pensé, me equivoqué, no sé que me pasó. ¿Qué hago si te vas? Yo no sé qué hacer si vos no estás. No creí que fueras a enterarte, ni pensé que algo como lo que pasó fuera tan definitivo para vos. Yo creía que no me querías, que te daba lo mismo, que en cualquier momento te ibas a ir.
Muv lo acarició con una mano. Calmate un poco, le dijo.
No, no me puedo calmar. Cambiá el pasaje. Dejalo en suspenso hasta que hablemos bien, cómo te vas a ir así sin siquiera darme la oportunidad de decirte todo lo que siento, lo que pienso.
Salvador, dijo Muv, no hay palabra que yo te pueda decir que te haga ver lo que no ves. Lo que no viste durante este último tiempo. Y a mí, no hay razón que me saque este agujero en el estómago. Porque yo estaba con vos. Hice todo lo que pude porque te dieras cuenta que no me iba a ir. Además, te lo dije y vos no me creíste.
Pero yo te puedo creer, dijo Salvador, te puedo creer todo lo que me digas, si te quedás. No te vayas, Muv.
Salvador le acarició la mano.
Tenés mejor los dedos, dijo Salvador con los ojos colorados.
No hay mal que por bien no venga, dijo Muv y sonrió con tanta tristeza que Salvador tuvo que agachar la cabeza.
¿Qué puedo hacer para que me perdones? le preguntó Salvador.
Desearme buen viaje, contestó Muv.