viernes, marzo 16, 2007

Huérfanos

Leni y Pedro habían llegado la noche anterior. Al mediodía habían llamado a la casa de Muv y encontraron un mensaje en el contestador que indicaba volver a llamar pero al número de su casa paterna. Optaron por llamar a Salvador, que contó poco a las apuradas.Vení a casa inmediatamente, dijo Leni.
Pero cómo que se fue, gritó Leni cuando Salvador le contó con poco detalle lo que pasó mientras ella estaba de luna de miel. Cómo dejaste que se fuera.
Hice todo lo que pude, contestó Salvador.
Bueno, como siempre, poco y mal, dijo Leni. ¿No se te ocurrió pedir perdón? ¿No te pusiste de rodillas? ¿No saliste corriendo a pararte delante del avión? No sé. No hiciste nada, Salvador. Nada. Ni una bien. Desde el principio. Ni una bien. A veces, yo no sé, eh. No te entiendo. No sé si sos o te hacés.
Pedro abrió la puerta. Venía de la calle. Ya le contaste, le dijo a Salvador y movió la cabeza con preocupación.
Y vos cómo sabés, le dijo Leni que estaba furiosa.
Hablé con mi hermana, contestó Pedro.
¿Con tu hermana? preguntó Leni y después, mirando a Salvador, ¿fue con la hermana de Pedro? No, si vos sos un boludo importante, Salvador. Te cogiste a una mina conocida. Como si tuvieras, no sé, dieciseis años. Como si recién la hubieses puesto por primera vez y quisieras ir poniéndosela hasta a los árboles. No ves que hay que matarte.
Salvador rompía un papel cada vez que Leni decía una palabra. Cada frase, le hacía sacudir la pierna, entrecerrar los ojos, tamborillear los dedos sobre la madera de la mesa.
¿Cómo se te ocurrió cogerte a la hermana de este? Esa mina... Le da lo mismo la pandereta que el violín, por Dios.
Eh! dijo Pedro. Es mi hermana, che.
Leni lo miró. Vos, callate, le dijo y volvió a dirigirse a Salvador.
Cómo puede ser que no tengas criterio ni para eso. Hasta cuándo vas a ser así, hasta cuándo. Crecé, Salvador. Ya no sos un chico. Hay cosas más importantes que...
Salvador no la dejó terminar.
Sabés qué, Elena, le dijo en tono enérgico, me tenés las pelotas por el piso. Vine a contarte que Muv se fue. No vine a que me hagas un juicio. Me tienen las bolas llenas. Ustedes nunca se equivocaron, claro. Ustedes nunca metieron la pata. Ustedes nunca se arrepintieron por hacer algo. Tan perfectos como son.
Salvador se levantó de la silla. Se acercó a Leni. Pedro lo observó.
¿Que pensaban ustedes de Muv y de mi? le preguntó. ¿Qué hablaban de nosotros, cuando no los veíamos? Ustedes, los dos, eran los primeros en decir: Muv ya se va a dar cuenta de que Salvador es un boludo. Salvador no es para Muv. Muv merece otra cosa. Y acá lo tienen, carajo, acá lo tienen. Se cumplió. Yo soy un boludo. Muv se dio cuenta y me dejó. Y nos dejó a todos. Y ya no necesito que alguien me recuerde que me mandé la cagada de mi vida. No preciso que ninguno de ustedes, que nunca fue capaz de decirme " fijate, te quiere, está con vos" cuando yo veía todo nublado y sentía que Muv se me escapaba, me reafirme en mi condición de pelotudo. Nadie me ayudó. Nadie me hizo el aguante. Sólo están ahora, porque hablar de las decisiones de los demás es tan fácil, para decirme que soy un imbécil. Y para eso estoy yo. Me escuchás, Elena. Para eso estoy yo. Todas las noches, durante los últimos quince días pienso en que daría lo que no tengo por volver el tiempo atrás. Pero es tarde. Y no puedo más. Y no necesito que nadie más venga a decirme lo mal que hago todo. Soy un desastre, ya lo sé. Lo tengo comprobadísimo. Ahora, dejame de joder. Si te llama y te dice dónde está, avisame. Ayudame a hacer las cosas bien. Yo quiero hacer las cosas bien. Date cuenta.
A medida que Salvador gritaba Leni se enojaba más.
Y para qué. Para qué querés saber dónde está Muv, preguntó, para joderle la vida, para romperle las bolas pero en otro continente. Ojalá que no vuelva nunca más. Ojalá que se enamore de un gallego, no sé, de cualquiera. Que sea feliz y que no vuelva. Eso le deseo. De mi parte, no vas a tener un solo dato. Enterate. Yo no te voy a ayudar. Idiota. Necesitas ayuda, necesitas aguante, como un chiquito, como alguien que no sabe. Y para cogerte a esa reventada no necesitaste nada, dejame de joder. Aún sabiendo que si Muv se enteraba, no la veías más. Y se fue por tu culpa. Mi amiga se fue por tu culpa, sabés.
Se quedaron callados los dos. Ni siquiera se miraban. Se alejaron dándose la espalda. En el medio, Pedro, que miraba a uno y otro lado.
A ver, dijo Pedro, a ver que podemos hacer con lo que ya está hecho. Vos, le dijo a Leni, te calmás. Muv no es una extensión tuya. Es tu amiga. Se fue, estás enojada, está bien. Pero reconocé que hiciste tu parte, asi como la hice yo, por no hacerles el aguante. Nosotros no ayudamos en nada, Leni.
Se fue sin esperarme, dijo Leni que cambió la furia por la tristeza, si hubiese hablado conmigo, a lo mejor se quedaba. Pedro la abrazó.
Y vos, le dijo a Salvador, qué esperás para ir corriendo a buscarla. ¿No tenés plata? Te presto. ¿No sabés dónde está? Te ayudo a averiguar.
No quiere saber nada conmigo, le dijo Salvador, no me quiere. No me quiere más.
Pasó un rato. Pedro acariciaba los brazos de Leni que hacía esfuerzos por no llorar.
Después de quince minutos, cuando los dos enojados volvieron a mirarse, Pedro dijo: Ninguno de los dos se da cuenta, conociéndola como la conocen, que Muv se escapó de acá porque no quería sufrir. Y ninguno de los dos, cada uno por lo suyo, mientras Muv estuvo acá supo ser lo que ella necesitaba. Vos, mirándo a Leni, lo único que hiciste fue retarla y forzarla a reconocer algo que ella no estaba segura de sentir. Y vos, mirándo a Salvador, la ahuyentaste. Y para mí, los dos estuvieron como el culo. Y no tienen nada que reprocharse, salvo, haberse olvidado de Muv. Asi que se calman. Se toman un vaso de agua y nos sentamos acá, los tres, a ver como solucionamos este quilombo.
Lo obedecieron. Se sentó uno a cada lado de Pedro. No se sabía cuál de los dos estaba más triste.
Hablemos con Muv, dijo Pedro. Hablemos los tres. Escuchemos que tiene que decir. Si nos extraña, si nos necesita. Por más lejos que esté, Muv es Muv. Demosle unos días. Que se acomode, que no esté tan fascinada. Mientras tanto, ustedes hagan las paces.
Vos no estás caliente conmigo, le preguntó Salvador a Pedro.
La vida de los otros, hasta la de mi hermana, es de los otros, contestó Pedro.
Leni salió hacia el dormitorio. Volvió con dos albumes de fotos. Ahí estaba Muv. Pasaron toda la noche contándole a Pedro anécdotas compartidas: disfraces, casamientos, despedidas de solteros, borracheras, caidas. Hablaron de Muv como nunca hablaron delante de ella.
Pedro los miraba. Verlos ahí, sentados uno enfrente del otro, recordando cosas, le inspiró una ternura que casi llegó a conmoverlo. ¿Alguno de mis amigos me querrá así a mí? se preguntó. Si estuvieras acá, Muv, si los vieras como los veo yo ahora, si te enteraras cómo te quieren estos dos y cuánto te necesitan, no te hubieses ido a ningún lado.
Hablaron hasta las cinco de la mañana. Cuando Salvador se levantó para irse, no pudo evitar el abrazo con Leni, un abrazo angustiado como esos que se dan cuando alguien se muere.
Acá no se murió nadie, dijo Pedro mientras abría la puerta para acompañar a Salvador.
Llamame, dijo Salvador cuando se iba.
Si averiguo algo, te aviso, respondió Leni. De alguna manera, la vamos a hacer volver.
Ojalá, dijo Salvador. Ojalá. Pero no sonaba convencido.
Cuando estaban a punto de salir, Leni los detuvo.
Esperá, Salvador, dijo y revolvió el álbum. Encontró una foto que ella misma había sacado. Era un recorte de Muv, un ojo, parte de la nariz y la boca. Una media sonrisa, tan Muv, que no había foto mejor para tenerla presente.
Llevatela, le dijo. Tenela vos. Cuándo vuelva, me la devolvés.
Gracias, dijo Salvador y se fue, sosteniendo la foto de Muv como si fuera una estampita.