martes, marzo 27, 2007

Pierna

A lo mejor porque extrañaba mucho, a lo mejor porque la vieja es todo lo que quedaba de Muv en Buenos Aires o a lo mejor, porque a pesar de todo, la vieja es querible, Salvador pasó por lo de la Oma. Tocó el timbre y esperó. Un rato después, la Oma abrió la puerta en camisón.
Hola, ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
Hola, nene. Me duelen un poco las piernas. Estaba en la cama.
Qué cagada, te hice levantar.
La Oma caminó directo al dormitorio. Salvador la siguió. La casa estaba como siempre pero esta vez no tenía ese aspecto tranquilo que tanto le gustaba. Estaba lúgubre, apagada, como si hubiese estado vacía.
¿Cuánto hace que te duelen las piernas? le preguntó.
Hace unos días empezó. Debe ser el tiempo. Ando cansada, dijo la Oma mientras se metía en la cama con dificultad.
¿Comiste? preguntó Salvador.
Tomé un té con leche con unas tostadas. Sentante, nene. Contame como te va.
Salvador se sentó en el borde de la cama, dijo que le iba más o menos, a veces mejor, a veces peor, pero que con los días se iba acostumbrando a la sensación de extrañar a Muv de 0 a 24.
Ah, yo no me acostumbro, dijo la Oma. Y eso que fui la primera en apoyarla con el viaje pero es como si me hubiesen arrancando un brazo, mirá, le dijo a Salvador. Encima, no llama, no escribe, no nada. Es como si nos hubiese olvidado a todos.
Tu hijo no te viene a ver, aseguró Salvador.
Alfredo llama todos los días, no me puedo quejar. Vos entendés de lo que hablo.
Sí, dijo Salvador. ¿Cuántos días hace que estás en la cama?
Dos o tres, dijo la Oma, pero no todo el día. Cuando me canso, nomás.
Salvador miró la habitación. Se paró y levantó la persiana. Entraba la última luz de la tarde.
Quiero vender la casa, dijo la Oma. Es demasiado grande para mí. No tengo ganas de seguir cuidando las plantas.
No, Oma, si a vos te encantan las plantas. Cómo vas a vender la casa.
Estoy cansada, querido. No tengo ganas de seguir trabajando.
Salvador la miró detenidamente. Los ojos de la Oma estaban enrojecidos.
Me mentís, le dijo, me estás mientiendo, Oma. Vos querés la guita para rajarte a Europa con Muv. ¿Qué les pasa a las mujeres de esta familia? ¿Todas me quieren abandonar?
La Oma largó una carcajada.
¡Qué pavote! Alcanzame el salto de cama, querés, le dijo a Salvador. Si serás mimoso, vos, che. ¿Tomaste la leche?
La Oma caminó hasta la cocina arrastrando las pantuflas. Abrió la heladera, sacó el sachet de leche.
Salvador sonreía. Era la Oma de siempre.
Y los dos eran todo lo que tenían de Muv, en ese momento.