Sacar la ropa del placard y ponerla en pilas sobre la cama. Buscar dentro de cajones, tirar todo lo que no sirve. Decidir que se viene con uno. Elegir que se queda para siempre.
En eso anda Muv, la mañana del domingo.
Buscando fotos, porque sabe que aunque uno se aleje, nunca se va del todo. Pero la posibilidad de empezar otra vez, de estar en un lugar nuevo, con gente distinta, con otro aire y otro paisaje, la hace sentirse feliz, liviana como si se sacara una mochila de adoquines de encima. Una felicidad poco conocida para ella. Una especie de tranquilidad, un poco de calma al saber que todo lo que venga, todo lo que tenga que venir, es para mejor.
Se imagina bajando del avión. Cruzando pasillos y pasillos en Barajas; saliendo a la calle. Como si fuera un nacimiento. Nacer pero con experiencia previa. Al menos, hará el intento de no volver a equivocarse como antes.
Un sobre se va llenando de fotos: Muv y su mamá; Muv y su papá; Muv y su hermana. La Oma sola, sentada cerca del cantero de su casa, con los anteojos puestos. Y por supuesto, entre la pila de fotos para elegir, saltan las imágenes de Salvador. En fiestas; cerca del mar; en la nieve; sonriendo en el balcón; soplando velitas; de otro tiempo: de cuándo medían exactamente lo mismo y las otras, en dónde Muv le sacaba una cabeza.
Pensar que te alargaste tanto y creciste tan poco, Salva, les dice Muv a las fotos mientras las separa, no para meterlas en el sobre, sino para confinarlas a la caja de cosas que había que archivar para siempre.
A vos no te llevo, le dice, entonces, a la pila de fotos de Salvador como si hablara con él. Vos te quedás acá, aunque sienta que pasándote al archivo, me paso al archivo también yo.
No llora mientras arma la caja de archivo. Siente que se pela como una cebolla. Se saca años y años de encima.
De todas las oportunidades perdidas, esta es la que más me duele, dice y se apoya las fotos en el pecho, mientras la cara se le llena de resignación.
Pero vuelve a la caja. Ahí van a parar las fotos, algunos libros dedicados, tarjetas de cumpleaños, todos los documentos que durante años y años, Salvador firmó.
Y lo peor de todo, es que me voy sabiendo que me querés. Mal, pero me querés. Peor que como te quiero yo, que te quiero pero no sé qué hacer con vos. Pero por lo menos no te lastimo. Aunque ahora creas que te abandono, nos estoy haciendo un favor.
Lo dice en voz alta, habla con las fotos y las cosas como si Salvador estuviera ahí, mirándola y agachando la cabeza o bufando.
Yo necesito alguien que me quiera bien, sabés, dice. Y vos, mejor que nadie, sabías que por una cosa o por otra, siempre me quisieron poco. No tenías derecho de engrosar la lista de gente que no me quiso.
Caminaba por el dormitorio mientras hablaba con las cosas. Y era la primera vez que sentía que podía decirlo todo, que no se guardaba nada porque todo lo que tenía para decir, se tenía que quedar ahí, en la casa de Buenos Aires que en dos días pasaría a la historia, como el uniforme del colegio, las entradas de los recitales y el himen roto.
Nunca me di cuenta de que me querías tanto, escuchó decir a la voz de Salvador, detrás de ella y pensó que definitivamente se había vuelto loca.
Ahora escucho voces, lo que me faltaba, pensó.
No llegó a darse vuelta. Salvador la abrazaba desde atrás, enroscado a su cintura.
Desde cuándo estás ahí, preguntó Muv, cómo puede ser que no haya escuchado la puerta.
Llegué hace un rato, dice Salvador y la abraza más fuerte y le vuelve a pedir que no se vaya.
No tengo nada por lo que quedarme acá, Salva. No me hagas las cosas más difíciles.
No te vayas por mí, andate por algo mejor, le contestó.
Lo mejor para mí, lo decido yo, dijo Muv y la espantó su frialdad.
Salvador empezó a llorar. A llorar como un chico, ahogándose, haciendo ruido.
Muv corrió las pilas de ropa y le hizo un espacio en la cama. Lo hizo sentar.
Salvador volvió a abrazarse de su cintura, llorando como Muv nunca lo había visto llorar. Repetía un quejido, como si algo le doliera mucho.
No llores más, Salvador, le dijo, acariciándole la cabeza pero sin conmoverse. Se te va a pasar, no tengas miedo. No llores por miedo. Se me va a pasar. Nadie se murió de amor. Nosotros no lo vamos a inaugurar.
Pero Salvador siguió llorando y lloró mucho más cuando vio la caja con todas sus cosas.