viernes, marzo 09, 2007

Viajar

Muv está acostada sobre el piso del living. Un brazo extendido a la altura de los hombros y el otro, que va y viene, de la boca al cenicero, del cenicero a la boca. Ya pasó el mediodía y sospechosamente, se siente tranquila.
Fue lo mejor que te pudo haber pasado, dijo la Oma por teléfono cuando llamó más temprano, siempre pasa lo mejor que a uno puede pasarle.
Y Muv contestó que sí, pero con poca convicción.
Lametablemente, vos no sos de esas mujeres que se lo aguantan todo al hombre, Muv. Otra, en tu lugar, lo dejaría pasar, reconoció la Oma, pero las desilusiones más vale que lleguen temprano antes que tarde. Ese chico no es para vos, nunca lo fue.
Fue lo último que le escuchó decir antes de cortar.
Y cuál es el que es para mí, decime Oma, preguntó Muv mientras colgaba el teléfono. ¿No hay más? ¿Se terminaron? ¿Hasta cuándo voy a tener que seguir con la prueba y el error? ¿Hasta cuándo?
Después de hacerle esas preguntas al aire y de buscar el atado que desde hacía unos días permanecía cerrado, se acostó en el suelo.
Hizo una lista rápida: tres noviazgos importantes y fallidos. Y Salvador. Idas y venidas con todos esos de los que no recuerda el nombre. Demasiado para un solo cuerpo.
Lo mejor de todo es que no puedo llorar más. Se me terminaron las lágrimas, para siempre.
Recordó un juego bestia que jugaba con su papá cuando apenas era una nena. Jugaban a los cocazos. Golpeaban cabeza con cabeza. Ella tenía cuatro o cinco años. ¡Cocazos! decía y cabeceaba a su papá, cuándo lo tenía cerca, en la frente.
El primer cocazo le dolía mucho, el quinto ni lo sentía.
Esto mismo tiene que pasar con el corazón, se explicó. Si te golpeas en el mismo lugar tantas veces seguidas, perdes sensibilidad. No me puede seguir doliendo tanto. No me tiene que doler.
Apretó la colilla contra el vidrio del cenicero. Al tanteo, manoteó el atado de cigarillos, encendió otro y otra vez, una bocanada de humo que le recorrió el cuerpo, los ojos cerrados.
Me tengo que ir de acá, dijo decidida. Viajar, irme a un lugar donde no conozca a nadie y nadie me conozca. Aunque a todos les parezca que me escapo. No me importa. Cortar con todo esto. Desaparecer. Desaparecer un tiempo. Guardarme en un lugar en dónde la gente hable otro idioma, tenga otras formas y otras costumbres. Estar callada mucho tiempo sin que a nadie le preocupe qué me pasa y termine preocupándome porque se preocupan. Dónde haga frío y lo único importante sea que no se me congele la nariz. Donde pueda llorar, venirme abajo, donde no haya consuelo, por que nada me consuela esta vez. Ocuparme todo el tiempo. Conseguirme un trabajo o dos o tres. Trabajar hasta caerme molida sobre la cama y que pasen los meses.
Volvió a pitar.
Eso no lo puedo hacer acá. Como las otras veces, van a querer sacarme adelante entre todos, alegrarme, acompañarme y esta vez, por primera vez, no quiero a nadie cerca. Voy a borrar una gran parte de mi vida. Y no quiero testigos que me recuerden que no voy a poder borrar todo.
Pensó en la Oma, en su hermana, en sus padres. En las caras de terror que pondrían cuándo les dijera que planeaba irse, dejar todo, cerrar e irse. Y volver, en algún momento, cuándo esté lista. Explicarles que esta vez no era como las otras. Que chocarse con Salvador en cada lugar, en cada objeto, le hacía todo más difícil. Se escuchó diciéndoselos, ensayando antes, y notó una seguridad que nunca antes había tenido.
Es lo único que me queda por hacer. Si me hubiera enterado antes de que todo esto que siento, me iba a doler tanto, hubiese puesto distancia antes. Es lo último que me queda: una distancia que mate todo.
Se levantó del suelo de un salto. Caminó hasta el teléfono y marcó el número de Salvador.
Soy Muv, dijo. Me gustaría verte esta tarde, Salvador. Por favor, llamame cuando llegues de trabajar. Tengo que decirte una cosa muy importante.
Después colgó y volvió al suelo. Y así estuvo un largo rato. Hasta ahora.