Descendió cuando ya casi habían bajado todos los pasajeros. Esperó que la pareja con la que había compartido el viaje estuviera lo suficientemente lejos como para no tener que esquivar invitaciones de ningún tipo.
Bajó del avión. Pisó suelo español. En Barajas hacía frio y su buzo con capucha no lograba repararla del todo del viento. Antes de colgarse la mochila en la espalda, sacó el reproductor de música. Lo colgó de su cuello, como un crucifijo y caminó hasta el ómnibus que la transportaba a la cinta del equipaje. Play.
Respiró. Una bocanada de aire frío le entró por la boca y el viento le voló el pelo que por un momento se le metió en los ojos. Al fin, dijo, por fin. Sonrió por primera vez. Una sonrisa amplia que mostraba todos los dientes y ojos brillantes, pero brillantes de alegría, esta vez, después de tanto tiempo. Alguna gente del omnibus, al verla, le sonrió.
Se acercó a la cinta. Esperó con ansiedad su equipaje. Cuando lo vió aparecer, extendió el brazo y de un solo tirón lo depositó en el piso. El marido/novio de los asientos vecinos se acomodó a su lado.
Bajó del avión. Pisó suelo español. En Barajas hacía frio y su buzo con capucha no lograba repararla del todo del viento. Antes de colgarse la mochila en la espalda, sacó el reproductor de música. Lo colgó de su cuello, como un crucifijo y caminó hasta el ómnibus que la transportaba a la cinta del equipaje. Play.
Respiró. Una bocanada de aire frío le entró por la boca y el viento le voló el pelo que por un momento se le metió en los ojos. Al fin, dijo, por fin. Sonrió por primera vez. Una sonrisa amplia que mostraba todos los dientes y ojos brillantes, pero brillantes de alegría, esta vez, después de tanto tiempo. Alguna gente del omnibus, al verla, le sonrió.
Se acercó a la cinta. Esperó con ansiedad su equipaje. Cuando lo vió aparecer, extendió el brazo y de un solo tirón lo depositó en el piso. El marido/novio de los asientos vecinos se acomodó a su lado.
¿Dónde te encuentro? le dijo en voz baja. Muv lo miró y aumentó el volumen del reproductor. Le tocó la mano. Muv se sacó un auricular. ¿Dónde te encuentro? volvió a preguntarle. Muv bufó, volvió a ponerse el auricular y comenzó a caminar, siguiendo a esos, que antes que ella, habían recuperado su equipaje de la cinta.
Boludo, pensó. Mirá si yo voy a venir hasta acá a engancharme con un tipo que conocí en el avión con su pareja de por medio, y encima argentino. Increíble, pensó Muv por un momento y ese pensamiento le causó gracia.
Mientras caminaba, recordó todo el tiempo en el que le tocó jugar de segunda. En la risa del inicio, la comodidad, los regalos y las escapadas. En las esperas, en los llamados que no se podían hacer, los planteos y el llanto del final. En la forma en que de a poco, todo se fue diluyendo hasta quedar solo el recuerdo de un hombre importante, a lo mejor, más importante que Salvador pero tambien más equivocado.
Salvador. Hacía doce horas que no pensaba en él. Por un momento, se le metió en la cabeza. Unos rulos que aparecieron cruzando un pasillo, cerca de Migraciones, la asustó.
Por suerte, Salvador nunca va a sacar un pasaje para venir a buscarme, pensó y se sintió tranquila. Por primera vez no se sintió en peligro. Nadie podía acecharla. No iba a tener necesidad de esconderse, de atrincherarse para resguardarse de algún potencial daño. Todo era nuevo y todo, a lo mejor porque recién llegaba, parecía tener un sentido diferente al que siempre tenían las cosas de su vida.
Caminó apurada. Hizo una fila corta para tomar el taxi. Toledo 111, le indicó al conductor. Al Finisterre, dijo el chofer. Sí, respondió Muv.
Muv cantaba susurrando mientras el taxi avanzaba a paso de hombre por la salida de Barajas.
El camino a Finisterre, un hotelucho que Muv había tenido la precaución de contratar por tres días, era igual a cualquier camino del aeropuerto a la ciudad. Zonas despobladas, monoblocks, autos y más autos.
Llegó al hotel. Gastó los primeros euros de su estadía. Entró, arrastrando su valija. Mabel Holm, 32, argentina, escribió. Y luego, tachó Mabel y puso Muv. Habitación 301. Subió la valija arrastrando las ruedas por los quince escalones que llegaban al ascensor. Hoy podría levantar un elefante, dijo Muv, cuando abrió la puerta de la habitación y encontró una cama doble, una mesa minima, una silla y la puerta de un baño.
Dejó la mochila sobre la cama, la valija cerca de la ventana. Se sacó la ropa. Caminó, descalza y desnuda, hacia el baño. Abrió la ducha. Se metió debajo del agua.
Ahora sí, Muv, se dijo, esto es empezar de cero. Es un cuaderno nuevo, no lo vayas a arruinar.
Se sintió suelta. Se felicitó por haberse ido. Se abrazó el cuerpo, se acarició la cara. Se quedó debajo de la ducha, dejando que la lluvia le recorriera el cuerpo.
Esta es la oportunidad, Muv, se dijo en voz alta, mientras se secaba con cuidado, como si su cuerpo, su cicatriz, cada uno de los golpes que le dolían por todos lados fueran parte de un objeto precioso y frágil, una nueva oportunidad. Vos ya sabés como es esto: barajar y dar de nuevo.
Se miró al espejo. Notó que tenía lindos ojos y linda boca, que si se reía, las pecas sobre su nariz, resaltaban. Que los huesos de su clavícula se asomaban y que en el medio, un lunar parecía un pequeño adorno decorativo.
Va a estar todo bien. Vamos a estar bien, le dijo a la imagen del espejo. Todo lo que necesitamos es una oportunidad, o dos, o tres o cuatro. Por primera vez, estar sola, no era un problema. Salió del baño. Abrió la cama. Se acostó. Después de tantos días, después de resolver a las apuradas, después de hablar, de llorar, de viajar, Muv, por fin, durmió.
Caminó apurada. Hizo una fila corta para tomar el taxi. Toledo 111, le indicó al conductor. Al Finisterre, dijo el chofer. Sí, respondió Muv.
Muv cantaba susurrando mientras el taxi avanzaba a paso de hombre por la salida de Barajas.
El camino a Finisterre, un hotelucho que Muv había tenido la precaución de contratar por tres días, era igual a cualquier camino del aeropuerto a la ciudad. Zonas despobladas, monoblocks, autos y más autos.
Llegó al hotel. Gastó los primeros euros de su estadía. Entró, arrastrando su valija. Mabel Holm, 32, argentina, escribió. Y luego, tachó Mabel y puso Muv. Habitación 301. Subió la valija arrastrando las ruedas por los quince escalones que llegaban al ascensor. Hoy podría levantar un elefante, dijo Muv, cuando abrió la puerta de la habitación y encontró una cama doble, una mesa minima, una silla y la puerta de un baño.
Dejó la mochila sobre la cama, la valija cerca de la ventana. Se sacó la ropa. Caminó, descalza y desnuda, hacia el baño. Abrió la ducha. Se metió debajo del agua.
Ahora sí, Muv, se dijo, esto es empezar de cero. Es un cuaderno nuevo, no lo vayas a arruinar.
Se sintió suelta. Se felicitó por haberse ido. Se abrazó el cuerpo, se acarició la cara. Se quedó debajo de la ducha, dejando que la lluvia le recorriera el cuerpo.
Esta es la oportunidad, Muv, se dijo en voz alta, mientras se secaba con cuidado, como si su cuerpo, su cicatriz, cada uno de los golpes que le dolían por todos lados fueran parte de un objeto precioso y frágil, una nueva oportunidad. Vos ya sabés como es esto: barajar y dar de nuevo.
Se miró al espejo. Notó que tenía lindos ojos y linda boca, que si se reía, las pecas sobre su nariz, resaltaban. Que los huesos de su clavícula se asomaban y que en el medio, un lunar parecía un pequeño adorno decorativo.
Va a estar todo bien. Vamos a estar bien, le dijo a la imagen del espejo. Todo lo que necesitamos es una oportunidad, o dos, o tres o cuatro. Por primera vez, estar sola, no era un problema. Salió del baño. Abrió la cama. Se acostó. Después de tantos días, después de resolver a las apuradas, después de hablar, de llorar, de viajar, Muv, por fin, durmió.