jueves, marzo 29, 2007

Oveja

El problema no es salir. El problema es volver. Volver a casa, solo, caminando, en bondi o en taxi, pero solo.
Y no es que el problema sea volverme solo sino que el problema es volver sin Muv, dijo cuándo se despedía de Leni. Hasta yo estoy podrido de pensar en ella, sabés, acotó. De preguntarme si ya habrá conocido a alguien, qué estará haciendo, si piensa volver.
Andá a buscarla, dijo Leni. Pedro ya te ofreció la guita. Aceptá.
No tengo nada que ir a hacer a España. Es su decisión. No puedo ir a torcerle el brazo para que vuelva.
Se dieron un beso, después de que Leni intentó consolarlo. Quedaron en hablar. Era de noche.
Se cruzó con un grupo de chicas que iba a bailar y daba gritos agudos por la calle. Las miró. Ninguna le pareció particularmente bonita.
Ahora llego y prendo la tele, pensó.
Mientras esperaba el colectivo, decidió que debería empezar a hacer algo. Lo de trabajar como un perro durante toda la semana, lo estaba hartando. Empezar alguna cosa nueva. Un deporte, un taller de grabado, cualquier cosa que pudiera hacer con las manos.
Cada día tengo más ganas de agarrarme a trompadas con cualquiera, por cualquier cosa, se dijo.
Se subió al colectivo semi vacio. A los veinte minutos, llegó a su casa.
Revisó el contestador. Nada.
Prendió la computadora. Ningún mensaje nuevo.
Revisó la heladera. Vacía. Cerró la heladera dando un portazo.
Se preparó un café. Encendió el televisor. Se sacó las zapatillas y la remera. Se miró al espejo.
Se vio flaco, ojeroso, con la barba crecida.
Qué desastre. Qué desastre.
Entró al baño, decidido. En el fondo del mueble del lavatorio, encontró la rasuradora que en algún momento usaba para arreglarse la barba.
Respiró profundo. Una vez, dos veces. Se le enrojecían los ojos, pero no sentía tristeza sino una especie de impaciencia, de rabia.
Empezó por adelante. Los rulos iban cayendo sobre el lavatorio. Miraba el espejo pero no se veía. Sentía que una especie de viruta capilar se le pegaba a los párpados. La nariz le picaba y a pesar de detenerse, cada dos por tres, para lavarse la cara, parecía no preocuparle más que terminar de esquilarse la cabeza.
Le costó llegar a la parte de atrás pero como no le importaba el resultado de la rasurada, siguió pasando la máquina con la única guía de la mano libre.
Después, miró el espejo y no se reconoció en la imagen. Se le apareció un hombre diferente. Mayor al que veía habitualmente.
¿Qué estuviste haciendo todo este tiempo? se preguntó.
Sonó el teléfono.