jueves, marzo 15, 2007

La otra

Se sentaron al lado de Muv en el avión. Claramente eran mieleros o novios muy enamorados o una pareja de esas que tiene proyectos. Eso vio Muv cuando le preguntaron si ese asiento, en el que ella estaba sentada, les correspondía. Muv dijo que no, que era el suyo y mostró el pasaje.
Al principio, Muv no reparó demasiado en sus compañeros de asiento. Una mirada por arriba, típica de fotografía. Doce horas sentados uno al lado del otro era demasiado tiempo como para no dirigirles ni siquiera una mirada.
La mujer se sentó en el asiento del medio, justo al lado de Muv. La mujer, la chica en realidad, tenía el pelo largo y con rulos, vestía de colores pasteles, tenía expresión relajada y olía a rosas. El, todavía en el pasillo y preocupado, miraba dónde guardar el bolso de mano y por un minuto, detuvo su mirada en Muv. Una mirada sin importancia. De reconocimiento.
Cuando terminaron de acomodarse, la chica le dijo a Muv que habían anunciado tormenta. Muv movió la cabeza como diciendo "ah" y volvió a mirar la pista de aterrizaje. El avión no se movía y se le hacía larga la espera. Pasaban los minutos. La gente seguía caminado por los pasillos. Muv comenzó a mirar a las azafatas. Siempre le había llamado la atención que las azafatas reales no se parecieran a las de las películas. Eran más feas, más amargadas, en fin, eran distintas.
La chica de rulos le ofreció un chicle a Muv.
¿Querés? le dijo codeándola para atraerle la mirada.
Muv volvió la cabeza y agradeciendo, rechazó el chicle. Miró un momento a la chica y le sonrió. Después lo miró a él y se dio cuenta de que él le clavaba la vista de una forma que casi la hizo sonrojar. Se concentró en la ventana.
Siempre hay otra, pensó Muv y escuchó el aviso para ponerse el cinturón. Siempre hay otra, aunque no me importe el tipo. Siempre hay una mejor que yo. Más buena, más linda, más simpática, más alegre, más cariñosa, más atractiva, más interesante, más inteligente. Siempre hay otra mejor. Siempre hay otra. Una que llegó antes y encontró lo que esperaba. O una que llegó después y arrasó con lo que yo tenía. Siempre hay otra.
La chica de rulos hablaba y hablaba con su pareja. Decía cosas como "mi cielo" o "amor" y lo tomaba de la mano. Hablaba con voz muy suave y él sonreía un poco de costado. Dos o tres veces, ella se estiró para besarlo.
Aburrida de mirar el ala del avión, Muv volvía su mirada sobre los pasajeros, intentando no detenerse demasiado en sus compañeros de asiento. Sabía -algunas mujeres nacen sabiendo, otras, como en el caso de Muv, descubren por experiencia directa- que mirar con más atención de lo normal a una pareja, suele ser problemático. Hay alguna cosa, de índole animal, en las mujeres. Hasta la más segura desconfía de la otra. Se miden. Se comparan. Es como si pudieran olerse las intenciones. Las que están en pareja huelen a las que están solas. Y las que están solas decodifican las señales. Todas hacen algún movimiento, alguna cosa, por la positiva o por la negativa, para delimitar territorio como cualquier animalito.
Qué mala suerte, pensó Muv, ni siquiera me puedo poner a escuchar mi música para abstraerme de esta tonelada de cariño que se me sentó al lado.
El avión empezó a carretear. Muv apretó la nuca contra el respaldo del asiento. Nunca había tenido miedo a volar pero esta vez, la primera vez en toda su vida que viajaba sola con su alma, añoró tener una mano para apretar mientras el avión despegaba.
La primera media hora de viaje, rezó. Que no se caiga el avión, que tengamos buen viaje, que lleguemos bien, pidió, conminando a Dios a cumplirle por lo menos eso.
Cerró los ojos. El efecto de la pastilla que le había robado a la Oma estaba empezando a aparecer. Durmió. Cuando volvió a despertarse, la azafata de su fila servía bebidas. La chica de rulos no estaba a su lado. Estaba el novio/marido.
¡Qué manera de dormir!, le dijo, envidiable.
Muv sonrió y se refregó un poco los ojos. Se acomodó el pelo y se irguió en el asiento.
La azafata dijo: Para tomar.... Y Muv contestó: Coca Cola. Y se corrigió: No, cerveza.
Soy Gustavo, dijo el novio/marido. ¿Vas de vacaciones?
No, respondió Muv y se dio cuenta que otra vez la miraba de una forma lo bastante comprometida como para estar acompañado. ¿Tu mujer?
Iba al baño y después a ver a unos amigos que están más adelante. En un rato vuelve.
Ah, dijo Muv y miró por la ventanilla y vio que el avión pasaba por encima de un montón de nubes. Tomó un trago de cerveza y recordó lo amarga que siempre le pareció.
¿Y a qué vas a Madrid? preguntó Gustavo, tocándole el antebrazo con dos dedos.
Muv giró la cabeza. A vivir, dijo y bajó la vista. No podía soportar esa mirada clavándose en sus pupilas.
Mirá que bien. Y dónde vas a vivir. Yo voy de vacaciones. Tres meses. Estaría bueno tener algún conocido en Madrid.
Yo soy una desconocida. Doce horas de viaje, sentados uno al lado del otro, no te hace conocerme, Gustavo, pensó Muv.
Voy a la casa de unos parientes, mintió Muv.
Y tienen teléfono esos parientes, agregó Gustavo.
Muv frunció el entrecejo. ¿Está diciendo lo que yo creo? ¿Este tipo me quiere levantar? No puede ser. Debo estar escuchando mal.
La verdad es que no lo sé, respondió Muv. No sé el teléfono.
Y cómo hago para encontrarte, entonces, dijo Gustavo.
Muv se replegó contra la porción de pared del avión que le correspondía a su asiento. Puso la espalda contra la ventanilla como si el tal Gustavo hubiese aplaudido frente a sus ojos.
¿Qué mierda pasa? se preguntó Muv, ¿desde cuándo a mí me pasan estas cosas? ¿desde cuándo un tipo que me miró un rato, intenta levantarme de una manera tan... tan... berreta?
Pensaba en esto, cuando vio venir a la chica de rulos por el pasillo. La miraba y lo miraba. Muv se terminó lo que le quedaba de cerveza. El novio/marido se levantó y dejó pasar a la chica de rulos. Te despertaste, le dijo, acomodándose, cuándo vio a Muv con los ojos abiertos.
Sí, dijo Muv, pero ya me vuelvo a dormir.
¿Te espera alguien en Barajas? preguntó la chica de rulos.
Ehm... No. Voy a lo de unos parientes, contestó Muv.
Nosotros vamos de vacaciones, le aclaró.
Ajá, dijo Muv. Qué sueño.
Sí, el viaje cansa, explicó la chica de rulos. Muv afirmó con la cabeza.
¿Viajás sola, no? insitió en conversar.
Sí, respondió Muv.
Me gustan tus aros, dijo la chica de rulos. ¿Dónde los compraste?
Muv se sintió incómoda. De haber visto otro asiento, se hubiese cambiado de lugar.
Me los regalaron. Me los regaló mi novio, volvió a mentir Muv. Me duermo.
¿Y por qué no viaja con vos tu novio? intentó saber la chica de rulos.
Cosas que pasan, dijo Muv.
Ah, sí. Pero siempre aparece alguien, viste, dijo la chica de rulos moviendo el brazo del novio/marido hacia su hombro. Hay que tener fé.
Tengo fé, dijo Muv. Gracias por la charla. Me quedo dormida.
Buscó los auriculares en el bolsillo del asiento de adelante. Los conectó a la entrada de audio del apoyabrazos. Paseó por los diferentes canales. Clásica, Rock & Blues, Latino, Infantil. Pero nada terminó de convencerla.
Se dejó los auriculares puestos sólo para impedir que volvieran a conversarle. Cerró los ojos después de que la azafata se llevó la lata de cerveza vacía.
Siempre hay otra, pensó Muv mientras le sonaba una canción en la cabeza. Siempre hay otra que me gana de mano, aunque "la otra" sea yo.