martes, marzo 13, 2007

Solo




El taxi llegó a la hora acordada. Tal como Muv lo planeó, nadie estaba ahí para despedirla. Le bastó una cena de bocados atragantados con toda la familia. Era más que suficiente. No quería irse con el ladrillo en el estómago ni el adoquín en la garganta.
Ezeiza, le dijo al chofer y se calzó los auriculares para evitar la charla. No tenía ganas de explicarle a un extraño que se iba porque ya no le quedaba nada en Buenos Aires. Y aunque se iba contenta, algo le pasaba con eso de irse. Dejarlo todo, volver a nacer, todo muy lindo. Enfrentarse, pasados los treinta, a un mundo todo nuevo estaba bastante lejos de ser el final del plan que se había trazado cuando era una nena. Ella creía, cuando tenía cinco, seis, siete años, que cuándo fuera grande, grande como su mamá, tendría una casa llena de hijos corriendo por el parque y un marido, un hombre, alto, alto como su papá, con el que ir al cine y que la iba a abrazar cuando la película fuera muy triste y ella llorara.
Pero no quería recordar. No iba a subirse al avión con la caja de recuerdos abierta.
Eran las cinco de la mañana y la ciudad estaba mojada y brillaba como cualquiera de esas madrugadas en las que volvía, con Salvador generalmente, a dormir un poco o a tomar mate y fumar.
Pase lo que pase, siempre vas a ser mi mejor amigo. Aún a pesar mio, pensó.
El paisaje cambió en la autopista. Se detuvo a mirar los autos que pasaban fugaces cerca del taxi en el que viajaba. Jugaba a seguir a cualquier auto, hasta que se le perdiera de vista para no pensar, mientras escuchaba la música que había seleccionado especialmente.
"It's easier to leave than to be left behind, leaving was never my proud. Leaving New York, never easy. I saw the light fading out" cantaba Stipe, mientras el taxi se acercaba a Ezeiza.
Pagó el viaje. Arrastró su valija hasta el mostrador de la aerolínea.
Unos chicos con tablas de surf dormían en los asientos de alambre. Una familia despedía a un hombre de traje. Otros hombres compraban diarios y revistas.
Despachó el equipaje. Aún faltaban dos horas para embarcar. Se sentó en el bar a tomar café. Seguía con los auriculares puestos. Revolvía el café mirando el vórtice que formaba la cuchara, cuando alguien se sentó frente a ella.
Estiró la mano, le sacó un auricular.
Uff, pensé que no llegaba.
Muv levantó la vista y otra vez, como salido de abajo de la tierra, Salvador.
¿Por qué viniste? dijo Muv.
Porque quiero ser el último que te vea. Tu abuela fue la única que me quiso decir la hora del vuelo.
Muv sonrió apenas. Siguió tomando su café. Hablaron del tiempo, de las horas de vuelo, de la película que darían en el avión. Salvador se rió como en los tiempos en que Salvador se reía y a Muv le dio un poco de tristeza que todo hubiese salido tan mal pero se sacudió esa idea de la cabeza.
Te voy a extrañar, dijo Salvador dos veces, pero no, no te enojes. No vengo a decirte nada más que eso.
Y yo también, pensó Muv. Cuánto te voy a extrañar.
A Muv cada tanto se le fruncía un poco el mentón. Se le ponían los ojos colorados.
Salvador le acariciaba la espalda, le tocaba el pelo. La acompañó hasta que embarcó.
No tiene sentido que te vuelva a pedir que te quedes, no? preguntó Salvador y ahora fue a él al que se le frunció el mentón y se le pusieron los ojos colorados.
Muv negó con la cabeza y lo agarró del brazo. Caminaron los metros que quedaban hasta la fila para preembarcar.
Antes de entrar al pre embarque, Muv abrazó a Salvador. Nos vemos, le dijo.
Sí, nos vemos pronto, contestó Salvador, te espero. De verdad.
Siguieron abrazados un rato más. Muv empezó a soltarse.
Cuidate, Salvador. Cuidate mucho.
Te espero. Volvé. Te quiero, dijo él.
Se separaron. Muv empezó a caminar. Llegando a la puerta del pre embarque, giró.
Salva, dijo.
Salvador se acercó.
Le sonrió. Lo hizo agachar un poco, le dio un beso en la frente.
Estoy contenta, le dijo, ¡me voy!
Volvió a caminar, el corazón le latía fuerte, pero se obligó a no llorar. Vos no llorás más, Muv, nunca más.
Se internó dónde Salvador ya no pudo verla.
Salvador se quedó un rato ahí. Secretamente, esperaba una resolución alla Hollywood, en dónde Muv, arrepentida, saliera del preembarque. Pero no sucedió.
Y, fue ahí dónde se dio cuenta, rodeado de extraños que lo empujaban con las valijas y le pedían disculpas, que después de tantos años, se había quedado irremediablemente solo y que Muv, bueno... Muv tenía el mundo, todo para ella.