lunes, marzo 26, 2007

Salida

Silvina entra al departamento de Salvador.
Che, cuánto hace que no limpiás, le dijo.
Yo te avisé. ¿Querés algo?, contestó Salvador.
Silvina caminó por el comedor, esquivando ropa, sobres de impuestos, zapatillas, vasos y ceniceros llenos de colillas de cigarillos.
Podrías haber vaciado los ceniceros, por lo menos, reclamó.
¿Por qué? dijo Salvador haciendo un gesto burlón.
Porque venía yo, dijo Silvina desafiandolo con la mirada.
Seh, dijo Salvador. No tuve ganas. Sentate donde puedas. ¿Tomás café?
¿Las tazas estarán limpias? preguntó Silvina.
Ahora las escupo un poco, respondió Salvador.
Mientras esperaba que la cafetera dejara de filtrar, Salvador buscó dos tazas. Eligió las que nunca usaba. Unas que le había regalado su madre, cuando se mudó y que descansaban detras de todas las demás, en la alacena.
Cuando se dio vuelta, Silvina estaba casi pegada encima suyo.
Y cómo te va, le preguntó acariciándole un pectoral.
Mal, contestó Salvador y se sacó la mano de encima. Sirvió el café.
Vamos, dijo.
Apoyó una taza en cada punta de la mesa. Se sentó.
Silvina corrió la taza hasta el lugar más próximo a Salvador y se sentó allí.
¿Por qué te va tan mal? preguntó mientras se sacaba el pelo de encima con un ademán gatuno.
Porque Muv no vuelve, no llama, no escribe, contestó.
Bueno, dijo Silvina, estará haciendo su vida, allá. ¿No se fue a empezar de nuevo? Estará empezando. Conociendo gente, esas cosas. Vos tendrías que hacer lo mismo.
No conocés a Muv. No tenés idea de lo que estás diciendo. Debe estar sola todo el día, caminando y escuchando música. Mirando todo pero sin hablar con nadie. No empezó nada. Se fue por cagona.
Silvina se acercó un poco más. Comenzó a acariciar a Salvador entre los dedos.
No vale la pena que sigas pensando en eso, dijo. ¿De qué te sirve una mina miedosa? Además, una histerica que te tuvo a maltraer veinte años.
Qué sabés, contestó Salvador. No hables de lo que no sabés.
Pedro me contó, dijo Silvina. Me contó todo.
Salvador movió la mano.
Muv es lo único que vale la pena, ahora, dijo Salvador. Si acepté que vinieras hasta acá es porque me pareció que no daba decirlo por teléfono. Entre vos y yo no pasa nada. No va a pasar. Y me arrepiento de lo poco que pasó. Tranquilamente podría haberlo evitado.
Silvina lo miró. Respiraba rápido. Se movió de lugar. Tomó un trago de café.
Al final, eras boludo en serio. Aceptaste que yo viniera hasta acá para decirme esto. No vine a proponerte casamiento, Salvador. Quería coger, entendés. Coger. Si querés hablamos de Muv y yo te cuento mis hazañas. Te convertís en el amigo gay que siempre quise tener. ¡Ah! Cierto que a vos ese papel te sale bien. ¿No fuiste eso para Muv durante mucho tiempo?
Estás hablando de más. Demasiado. Entre vos y yo no pasa nada. No va a pasar nada, dijo Salvador. Y es bueno que te quede claro.
Me hubieses ahorrado el viaje, contestó ella parándose. Es una pena. En dos semanas, te olvidabas de Muv para siempre, conmigo.
Me hubieses ahorrado el discurso, la segunda vez que te dije que no, agregó Salvador. No sabés lo que decís.
Te morís de ganas, le dijo Silvina acercándose.
No, respondió Salvador y también se paró.
Sí, te morís de ganas, pero la sacrosanta Muv puede enterarse y esta vez, irse a Japón. ¿Qué tiene Muv de tan importante? A ver, decime. ¿Qué tiene que todos la extrañan tanto?
Todo lo que te falta a vos, dijo Salvador y camino hacia la puerta.
¡Cómo cambiaste de idea! La otra vez no te pareció que me faltaba tanto, le dijo Silvina con furia.
Te acompaño, contestó Salvador y se acercó a la puerta.