Entra con la cabeza a gacha. Cierra la puerta y camina por el pasillo que conduce a la cocina de la casa materna.
¿Má? dice Salvador cuándo entra.
Acá, le contesta la voz de la madre.
Camina hasta encontrarla, se le caen las lágrimas, pero con alguien tiene que hablar y no tiene la entereza suficiente - o teme un cachetazo - para ir a lo de la Oma y hablar con ella.
¿Qué te pasó, Salvador? le dice la madre, al verlo llorando.
Muv se va, responde y otra vez, se le cierra la garganta y llora con la congoja de un chiquito de dos años.
La madre frunce el ceño.
Sentate. Calmate. Contame.
Salvador se sienta. Se calma. Cuenta del casamiento, de la chica rubia, de Muv yendo a su casa y viendo todo.
La madre comienza escuchando atenta, pasa a entrelazar los dedos y observarlo con cara de no entender y después, tamborillea las uñas contra la madera de la mesa.
Y eso me pasa, dice Salvador, sonándose la nariz. Y ahora se va y nada de lo que le diga, le prometa o haga, va a hacer que se quede.
Agacha la cabeza. Mira el piso.
No sé qué hacer, repite Salvador, no sé qué hacer. Decime algo, má.
La madre piensa un momento. Se levanta. Camina cruzada de brazos. Se aleja de la mesa y vuelve. Salvador levanta la cabeza, la mira.
La madre lo mira con seriedad, mueve la cabeza negando, cierra los ojos, estira el brazo, le da envión. La palma abierta. El sopapo suena claro. La mejilla de Salvador se enrojece.
¿Por qué? dice Salvador y ni siquiera se enoja.
Por boludo, le dice la madre y lo deja solo.