lunes, marzo 12, 2007

Souvenir

Hacía bastante que Muv no se sentía así. Acompañada pero sola.
Algo le había pasado, en los últimos días, en las últimas horas. Algo que tenía que ver sólo y exclusivamente con ella. Un clac adentro que la convertía en uno de esos mujerones hiper sexies, una diva italiana, una chica de calendario, una actriz porno.
Todo lo que hacía, cada uno de sus movimientos eran sugestivos; cada una de sus palabras, estimulantes.
Como si hubiera conseguido una confianza en sí misma que durante años no había logrado, exigía, gritaba y gemía como nunca antes lo había hecho y aunque no tenía demasiado espacio para la delicadeza, aunque parecía furiosa, todo se sublimaba en una maratón sexual sobre el hombre que se movía encima, debajo, delante y detrás de ella. En todos los ambientes y superficies, en una casa que desde hacía unos días parecía vacía o sin alma, repleta de cajas y bolsas y equipaje de viaje.
Muv no pensaba. Sentía. Y estaba bien sentirlo todo por última vez. Llevarse eso sin nombre que le erizaba la piel de los pies a la cabeza, de recuerdo. Como una liberación, como algo que nunca volvería a repetirse de la misma manera.
Nunca estuviste así, decía la voz del hombre, entre suspiros.
Pero no había tiempo para conversar ni palabras para llenar ese momento. Había tiempo para largos sorbos de vino, dos o tres botellas desfilando. Y besos y caricias y tirones de pelo. Un poco de juego, de si pero no, pero solo un poco. Y después, el contacto de los cuerpos, la temperatura, el ritmo y la velocidad.
Manos atadas, ojos vendados, por pedido de Muv y los ojos abiertos, grandes como monedas, del hombre que nunca había esperado un encuentro así.
Ella, entregada, disfrutaba de todo con cada parte del cuerpo que podía mover. Y no demostraba nada de todas aquellas cosas que parecían haberla definido durante gran parte de su vida: la mirada nostálgica, el espíritu conflictuado, las palabras ahogadas.
Ella era otra cosa, ahora, pulsión pura, instinto de supervivencia, la esencia de la hembra en estado salvaje.
Y de repente, el éxtasis, el temblor, el corazón bombeando rápido, un sonido único, cada uno el suyo, por primera vez al mismo tiempo. Y pasado el frenesí, nada. Nada.
Los brazos desatados que cayeron sobre el colchón. La venda en los ojos que no quiso sacarse durante un rato. Un abrazo al que no respondió. El cuerpo laxo, la mente en blanco, la actitud serena.
Me gustaría esperarte, dijo él, cuando su respiración se normalizó y desgarró el silencio con sus palabras.
No voy a pedirte nada, contestó Muv, ni me voy a comprometer a ninguna clase de cosa.
El le sacó la venda. Puso su cara frente a los ojos de Muv.
Soy yo, Muv, dijo él. Soy yo.
Muv lo miró.
No sintió que le sobraba hombre por todos lados, como tantas otras veces, sino todo lo contrario, se sintió larga, extensísima, como si a ese hombre, ella, su cuerpo, le quedara demasiado grande.
No estás acá, dijo él, que no era otro que Salvador, ya estás muy lejos. Y te estás despidiendo.
Muv se movió, encendió un cigarrillo. Lo miró. Caminó desnuda, sin necesitar taparse la cicatríz, hasta la cocina. Se sirvió un vaso de agua.
Era cierto, ella ya no estaba ahí. Pero no se despedía. Apenas, se llevaba un souvenir. Se había despedido hacía rato.