Antes de que sonara el portero eléctrico, Muv se bañó, se perfumó y se vistió con más cuidado que siempre.
Eligió un vestido verde seco y se pintó la boca de un rojo fuerte que no le gustó para nada. Se pasó la mano por la boca cuidando de no hacer un desparramo de pintura por el resto de la cara y la boca le quedó un poco colorada pero no tanto.
Desconectó el teléfono.
Se miró las manos. La insistencia de Salvador había logrado su cometido. Hacía un mes que no se comía las uñas y sus dedos estaban cercanos a parecerse a los de cualquier humano promedio.
No sé para qué me preparo tanto, pensó, si ya nos conocemos. No tengo que darle una buena impresión. Estoy tarada.
Pero de todas formas, volvió a acomodarse el flequillo, sonrió y notó que le brillaban los ojos.
Sin dudas, dijo, estoy tarada.
Sonó el timbre y reconoció el ritmo como si lo hubiese escuchado ayer. Dos timbrazos cortos y seguidos y la voz en el auricular que decía hola, estirando la a final.
Bajo, dijo Muv y se estiró el vestido y se miró por última vez frente al espejo. Respiró profundo y camino con paso firme y una tranquilidad sospechosa.
Antes de bajar de ascensor, corrigió la postura y sonrió. Asomó la cabeza y saludó con una mano.
Abrió la puerta y se abrazaron.
Hola Rama, tanto tiempo, dijo Muv todavía sonriendo.
Ramiro se acomodó en un hueco de su cuello y dijo sí, mucho tiempo.
Subieron al ascensor y Muv empezó a hablar fuerte y rápido, como nunca habla, y dijo que todavía vive ahí, que sí, que no se mudó y que qué boluda, que Ramiro ya se había dado cuenta si estaba ahí. Ramiro se rió.
Entraron al departamento.
Después de mirar todo, reconociendo el terreno, Ramiro volvió a abrazar a Muv.
¿Qué te pasó? le preguntó, ¿qué te pasó para que te decidieras a llamar después de cinco años?
Te extrañaba, dijo Muv, largó una carcajada y se despegó del abrazo. ¿Qué tomás? preguntó.
Se miró las manos. La insistencia de Salvador había logrado su cometido. Hacía un mes que no se comía las uñas y sus dedos estaban cercanos a parecerse a los de cualquier humano promedio.
No sé para qué me preparo tanto, pensó, si ya nos conocemos. No tengo que darle una buena impresión. Estoy tarada.
Pero de todas formas, volvió a acomodarse el flequillo, sonrió y notó que le brillaban los ojos.
Sin dudas, dijo, estoy tarada.
Sonó el timbre y reconoció el ritmo como si lo hubiese escuchado ayer. Dos timbrazos cortos y seguidos y la voz en el auricular que decía hola, estirando la a final.
Bajo, dijo Muv y se estiró el vestido y se miró por última vez frente al espejo. Respiró profundo y camino con paso firme y una tranquilidad sospechosa.
Antes de bajar de ascensor, corrigió la postura y sonrió. Asomó la cabeza y saludó con una mano.
Abrió la puerta y se abrazaron.
Hola Rama, tanto tiempo, dijo Muv todavía sonriendo.
Ramiro se acomodó en un hueco de su cuello y dijo sí, mucho tiempo.
Subieron al ascensor y Muv empezó a hablar fuerte y rápido, como nunca habla, y dijo que todavía vive ahí, que sí, que no se mudó y que qué boluda, que Ramiro ya se había dado cuenta si estaba ahí. Ramiro se rió.
Entraron al departamento.
Después de mirar todo, reconociendo el terreno, Ramiro volvió a abrazar a Muv.
¿Qué te pasó? le preguntó, ¿qué te pasó para que te decidieras a llamar después de cinco años?
Te extrañaba, dijo Muv, largó una carcajada y se despegó del abrazo. ¿Qué tomás? preguntó.
Lo que quieras. Lo que tomés vos, respondió y Muv recordó que a Ramiro siempre hubo que decidirle todo.
Ramiro puso música. La música que bailaban siempre. Bailaron un rato y bailaron hasta llegar al dormitorio. No cenaron.
Ramiro puso música. La música que bailaban siempre. Bailaron un rato y bailaron hasta llegar al dormitorio. No cenaron.
Muv estuvo contenta. Bueno... casi contenta. Muv nunca supo como ponerse contenta del todo.