Van al cine y antes de entrar, en la boletería, un pibe le sonríe a Muv. El pibe, que no tiene más de veinticinco años, la mira y le sonríe, la vuelve a mirar y sonríe, mientras Salva saca la entrada.
Muv está apoyada sobre una columna, con la cartera cruzada sobre el abdomen y le da risa que el pibe la mire. Cada tanto, se hace un poco más alta, en puntas de pie, para ver cómo va Salvador y su compra de entradas.
El pibe se acerca.
Dame tu celu, le dice a Muv y a Muv se le escapa una carcajada.
Qué querés, le dice, casi tentada.
Dame tu celu, dale. Vamos a tomar un café, mañana. Cuando no esté tu marido.
A Muv la sobresalta la palabra marido y hubiera dado un paso para atrás si no estuviese apoyada contra la columna.
Qué marido, le dice.
Ese por el que andás cogoteando, le dice el pibito. Me llamo Santiago.
Muv le dice hola pero no le dice su nombre ni le da su número de celular.
Salva viene caminando. Le clava la vista.
Hola, dice cuándo llega y se para al lado de Muv.
Salva, él es Santiago, dice Muv. Me confundió con otra persona.
Te voy a matar, le dice Salvador a Muv y se lo dice en serio.
El pibe se da media vuelta y encara de nuevo hacia la fila.
Muv mira el piso y piensa que en otro momento, hubiese terminado en cualquier bar con ese pibe, aunque no le importara. Pero que ahora todo se volvió demasiado importante y por un momento, una fracción de segundo, se le hace un nudo en las tripas.
Esto no puede ser, loca, dice Salvador, ahora se te tiran todos los pendejos encima, qué te pasa.
Y yo qué sé, dice Muv, yo qué sé qué me pasa.