Salió corriendo después de desayunar para no darle tiempo a Salva a ponerse serio. Le dio un beso como siempre, le dijo "después hablamos"y salió disparada hacia su casa.
Caminó las doce cuadras como si la estuvieran persiguiendo. Abrió la puerta y entró al edificio tan rápido como pudo y después de esperar el ascensor por un par de minutos, subió a las zancadas la escalera. Cuando colgó la llave, tenía la respiración acelerada. Se miró al espejo y se vio cara de haber visto un fantasma. Eran las ocho de la mañana.
Revolvió el cajón de la mesa de luz buscando la agenda suplente. La encontró y la revisó.
En esa agenda tiene los teléfonos de algunos hombres que vió alguna vez. No son tantos. Un poco más de una decena. Cerró los ojos y apuntó con el dedo a una letra en el índice. E. Ezequiel.
Tuvo que hacer memoria. No recordaba si Ezequiel era el que le contó la historia de su vida en una noche de invierno o el rubio medio lavado que se cruzaba de piernas y de brazos mientras exponía su tesis sobre Brecht para recibirse de "dramaturgo". Descartó a Ezequiel -quién quiera que fuese - y a la letra E.
Volvió a cerrar los ojos.
R. Ramiro. No tuvo que pensar mucho para recordar a Ramiro. Todavía, después de unos cinco años, quedaban cosas de Ramiro en su casa: un sello de madera traído del Museo Británico, un caleidoscopio comprado en Plaza Francia. El primer disco de Portishead, regalo del tercer mes de vivir juntos, dedicado por él para ella: "Render your heart to me. All mine you have to be. R."
Se levantó y buscó el disco. Se dió unos golpes suaves en la cabeza con la caja.
Lo llamo, dijo.
No, mejor no, se contestó.
Sí, lo llamo, se dijo en voz alta, desafiante. Ahora lo llamo.
Se sentó frente al telefono y creyó que era muy temprano.
No lo llamo, no lo llamo, no lo llamo.
Sí, lo llamo a las diez. Ahora tomo café. Después pongo el lavarropas y me baño. Y me hago un baño de crema. Sí, todo eso voy a hacer.
A las once de la mañana, volvió a mirar el teléfono y llamó. La atendió el contestador que decía que ahora no podían atenderla - era la voz de una señora centroamericana- que dejara su mensaje después de la señal y el beep que la asustó.
Rama, soy Muv. Y te llamaba porque....
Levantaron el teléfono. La voz era familiar y decía hola, hola con velocidad.
Pensé que ibas a cortar, dijo Ramiro, hola, tanto tiempo.
Hablaron un rato de pavadas, las familias de ambos, el trabajo, el clima. Ramiro preguntó por Salvador. Muv dijo que estaba bien, todo bien, por suerte.
Todavía no..., quiso preguntar Ramiro.
Es mi amigo, dijo Muv y del otro lado escuchó la carcajada de Ramiro.
Todavía no te mudaste, iba a decir, le aclaró.
Ah, no, dijo Muv y se quedó muda.
Me gustaría verte. ¿Tenés ganas de verme? preguntó Ramiro.
¿Querés venir a cenar? preguntó Muv.
Dale. A las diez estoy por ahí.
Hablaron otro bloque de trivialidades y cortaron.
Cuándo Muv colgó el teléfono, suspiró aliviada. Salvador tampoco iba a poder hablar en serio la noche del miércoles y ella había hecho algo que le mantendría la cabeza ocupada los próximos seis meses. Igual que la vez anterior que decidió llamar a Ramiro para escaparse de Salvador.