domingo, febrero 11, 2007

Sol

Se despertó y no había amanecido. Tanteó en la cama para asegurarse que no lo había soñado. El brazo sobre el que dormía era el de Salvador. Y aunque no era la primera vez que dormían juntos y mucho menos la que dormía con alguien, esta vez se sintió una mujer recién inaugurada.
Me había olvidado cómo era acostarse con alguien que uno quiere, pensó.
Estaba contenta. El nudo en la garganta, el ardor en el estómago habían desaparecido, sentía los músculos faciales relajados.
Se levantó despacio, intentando no hacer ruido ni movimientos bruscos. Se sentó al borde de la cama, a mirar, con ojos de primera vez, a Salva que dormía.
¿Cómo puede ser que nunca me haya dado cuenta que Salva era tan alto? se preguntó. ¿Qué estaba mirando? ¿Qué estuve mirando todo este tiempo? ¿Qué se hizo del miedo que sentí todo este tiempo?
Por la ventana empezaba a asomar la luz. Siguió atentamente el ritmo de la respiración de Salvador. Vio como la sábana se pegaba al contorno de su cuerpo.
Volvió a acostarse. Acercó la cara hacia Salvador, lo más próximo que pudo. Siguió mirándolo. La forma de las cejas, el mechón de rulos que se desparramaba por la frente, la forma de la patilla. Cruzó su brazo sobre el abdomen de Salva. Apoyó el oído en su pecho y creyó escuchar el bomp-bomp de su corazón. Levantó la cabeza, después de un rato y volvió a mirarlo.
Si me seguís mirando así, me vas a atravesar con la vista, Muv, y mañana me voy a levantar agujereado, dijo Salvador sin abrir los ojos, no soy un espejismo. Estoy acá.
Salvador se acomodó. La abrazó y cruzó una pierna sobre Muv.
No me voy a escapar, pensó Muv, esta vez no me escapo, y se apretó fuerte contra él.
Se quedó dormida cuándo el sol ya estaba bien arriba. Cuando Salvador se despertó, estuvo un rato largo mirándola dormir.