Camina por el pasillo. Cuenta los pasos. Siempre los cuenta. Doscientos doce, desde el escritorio hasta la calle. Avanza los primeros seis pasos y el clac de la cerradura de la puerta del box, lo pone de mejor humor.
¿A quién se le habrá ocurrido poner puertas a cubículos hechos con paneles de tela azul grisada que no llegan al techo?, se pregunta.
Ilusión de intimidad, se contesta y piensa que sería un buen nombre para un soneto o una canción de amor roto. Le da risa.
Setenta y nueve pasos y alguien le palmea la espalda y le desea buen fin de semana, campeón. Gracias, gracias, contesta.
En el paso noventa y tres nota que está caminando demasiado rápido, casi corriendo, se está olvidando de vociferar el "hasta el lunes" que indican las buenas costumbres pero es que ya está ahí, casi llegando, casi afuera. El momento más esperado de toda la semana. Escalera.
Treinta y dos escalones. Casi su edad y arriba de todo, la luz clarita que viene de la calle, el ruido de las voces de los cadetes que todavía llegan a entregar sobres. Pasillo.
Ciento setenta y uno, ciento setenta y dos. Tarjeta magnética y la voz de la recepcionista que pregunta: ¿Planes para el fin de semana? Lo de siempre, contesta él e imagina a Muv hecha un ovillo en el sillón de su casa, comiéndose las uñas y contándole en detalle cómo se cruzo con el ex del tercer puesto, de casualidad en la calle y la forma en que haberlo visto tapando años con reflejos dorados en el pelo y piel bronceada, le amargó el día. Lo de siempre es estar descalzo y tomar cerveza o vino o mate, no importa, pero tomar algo sin remera, olvidándose por dos días de que tiene que comprar una corbata nueva porque la que usa no da más.
Llamame, le grita la recepcionista mientras llega al paso ciento noventa y cuatro y él que se da vuelta, sin dejar de caminar y le dice, que sí, que si se arma algo la llama pero lo dice sin convicción sabiendo que no la va a llamar porque bastante hay con verla de lunes a viernes con sus ojos de gato y sus ansias de profesional forrado de billetes, algo de lo que él está muy lejos.
Doscientos cuatro, doscientos cinco: suena el celular. Ya salgo, contesta.
Doscientos nueve, doscientos diez: el envión a la puerta de vidrio. Aire.
Doscientos once, doscientos doce: vereda.
Autos, árboles, gente que camina, Muv que espera y Salvador que se saca la corbata.
¡Por fin, libertad!, le dice antes de darle un beso.
Se van caminando despacio. Empieza el fin de semana.