En la fiesta del sábado, Salvador conoció a una chica.
Al principio, como siempre, Muv trató de desaparecer de al lado de Salvador porque lo primero que le preguntan, cuando la ven cerca, es si son novios o qué.
Inevitablemente, después de recorrer todo el lugar, salir a la vereda a fumar, volver a entrar y pedir algo para tomar, terminó al lado de su amigo que le presentó a la chica.
Muv hizo lo que hace siempre, achinó los ojos y sonrió con cara de "soy la amiga más buena del mundo". La otra hizo un gesto raro, una mezcla entre una sonrisa y un "sí, claro".
Los tres tomaron vino, quizás por cortesía; a lo mejor, porque no había mucho más que hacer.
Después de varias copas, la otra comenzó a soltarse. Bailó frente a Salva. Se le acercó. Cantó y le cantó sólo a él.
Voy a buscar a un amigo, dijo.Salva miró a Muv arqueando los ojos, con cara de confusión.
Hasta que llegaste vos, ni la hora, le cuenta a Muv.
Es el vino, dice ella, a veces, necesitamos unas copas de vino.
La otra fue y volvió con un personaje de anteojos de marco grueso que se creía la gran cosa importada y era apenas una imitación berreta. Querés ir a tomar algo, linda? le dijo, en obvia combinación con la otra, para quitarla de encima de Salvador.
Y dale, le dijo Muv más por intentar que su amigo levantara un poco el ánimo que por otra cosa. El personaje le ofreció un vino espumante de ese que toman las chicas, Muv prefirió un cabernet de ocho pesos que le hizo fruncir la cara al personaje. Conclusión: a los veinte minutos, Muv daba vueltas, sola otra vez por la fiesta hasta que Salva salió a buscarla.
Venís y te quedás conmigo. Y se terminó, le dijo.
Muv obedeció como obedece siempre que le hablan con autoridad. A la otra se le borró la sonrisa cuándo la vió, de nuevo, al lado de Salva. Se pusieron a bailar. Los tres.
Por momentos, mientras saltaban, la otra dejaba de mirar a Salva y le clavaba la vista a Muv que volvía a poner cara de buena, intentando ser amigable o canturreaba la canción casi sin mover los labios.
La chica le cayó mal de entrada. No eran celos ni ninguna de esas cosas estrafalarias que podrían llegar a pensarse. Era otra cosa, como si tuviera un olor rancio, alguna cosa de esas habituales entre mujeres de las que Muv suele escapar.
De sólo verla bailar, Muv reconoció a una de esas chicas que se creen porno stars y terminan siendo productos de Sprayette, que se peinan, se pintan, se visten para otras mujeres y ni siquiera porque les gusten las mujeres sino porque quieren competir con otras, ganarles lo que sea que esté en juego, aunque no haya nada en juego.
Y algo de lo que pensaba, se le debe haber notado porque a Muv todo se le nota en la cara.
La tercera vez que se encontró con la mirada de la otra era una mirada agresiva, casi en pie de guerra. Muv bufó y puso su cara de culo número dos superevidente para que no hubiera una cuarta oportunidad.
Salva, que hacía rato se había cansado de saltar, estaba sentado sobre una mesa, con las palmas apoyadas sobre el filo de la tabla y las piernas separadas. Muv se movía, al lado, ni pegada ni alejada, cruzando un brazo sobre el estómago, sosteniendo el vaso con la punta de los dedos y balanceandose de un lado para el otro.
La otra, escondiéndose en el baile, terminó metida entre las piernas de Salva. Le olfateó el cuello como un cachorro medio desesperado. Deslizó las manos por los hombros de Salva y no recibió a cambio ni siquiera un pellizcón en la mejilla.
Mejor me voy, dice Muv guiñándole un ojo a Salva. No, dijo Salva.
No qué, intervino la otra que entre lo que bailó y cantó y miró y tocó, estaba en otro planeta.
Que no se vaya, le dice Salva, que Muv no se vaya.
Ah, contestó, entonces, la otra con bastante desilusión, no, no te vayas. Quedate. La que se va soy yo.
Y caminó hacia el lado opuesto del lugar, pero antes de desaparecer entre otros bailarines, lo miró a Salva, dándole una última oportunidad.
No hacemos negocio así, Salva, dijo Muv mientras caminaban de regreso a casa. Tenemos que dejar de ir juntos a las fiestas.