Eran las cuatro cuándo sonó el teléfono. Salvador estaba tirado sobre el piso, cerca de la ventana y entraba un viento agradable. Muv leía el horóscopo de la revista del domingo. Y sonó el teléfono.
Salva siguió como estaba. Muv decidió no levantarse. Que atienda el contestador, dijo.
Silbido y Hola Muv, soy Juan Pablo, quedamos en vernos este fin de semana pero no tengo noticias tuyas. Llamame. Clac. Y después, el tono de ocupado.
Salvador se apoyó el antebrazo en los ojos.
Me imagino que todo esto, ahora, se terminó, dijo y esperó una respuesta.
Después lo llamo, dijo Muv, no tiene la menor importancia.
Apoyó su cabeza en el muslo de Salvador.
Si no tiene la menor importancia, no lo llames, le dijo, para qué lo vas a llamar.
Para decirle que no vamos a salir, para eso, contestó ella que en ese momento no se dio cuenta que el estatuto de Salvador, a partir de la noche anterior había cambiado.
Pará, dijo él, ¿cómo va a ser esto? No me salgas con esas pavadas de relación abierta, vínculo free y demás gansadas. Yo quiero una cosa a la antigua. Si vos sos mi novia, sos mi novia y de nadie más. Si querés ver a alguien, yo te acompaño pero nada de andar organizando salidas con gente que no tiene importancia, mientras yo, que soy la importancia hecha persona, me quedo mirando televisión en mi casa.
Muv bufó, se puso de pie y estiró la mano. Arriba, le dijo, levantate.
El se paró frente a ella. La miró a los ojos.
¿Quién es el que tiene miedo ahora?, preguntó.
Yo. Ahora el que tiene miedo soy yo.