viernes, febrero 23, 2007

Tripa

Muv se sienta en el banco de una plaza. Hace sonar los dedos, algo por lo que la retan desde que tiene conciencia y que le gustaría dejar de hacer, tanto como le gustaría dejar de morderse los pellejos de los dedos cuando está muy nerviosa.
Pero hoy, los pellejos son historia. Se mordió tanto el costado del pulgar que logró hacerlo sangrar. La sangre es lo único que detiene a Muv y ella lo sabe, asi que, no más dedos por hoy.
Todo empezó cuándo se despertó y se dió cuenta que, otra vez, de nuevo, de vuelta, tenía la tripa hecha un nudo.
No tenía nada que ver con que Salvador hubiese decidido quedarse a dormir en su casa porque era verdad que ya no le quedaba ropa limpia en lo de Muv y tambien era cierto que ya habían estado demasiado pegoteados y si no se separan, cómo se extrañan. Salvador no pone excusas para irse a su casa. Si Salvador se quiere ir es porque pasa algo concreto: no hay más ropa limpia o no la aguanta más, pero se lo dice, aunque vuelva a las dos horas con la muda de ropa limpia o la pelea dispuesta
Esta vez estuvo raro mientras metía las cosas en la mochila pero Salvador es Salvador. El Salvador de siempre.
No, no era por la ausencia de Salvador durante la noche. No podía ser eso. Ni siquiera había pensado en que él no quisiera volver esa noche o la noche de mañana. No se le ocurrió ni por un momento que una vez en su casa, solo y levantando los mensajes del contestador, encontrara la voz de otra mujer, alguna de esas que no le dirigía ni siquiera la mirada y lo tenía esperando eternamente. No se le había pasado por la cabeza. Tampoco pensó en si estaba siendo todo lo que Salvador quería y necesitaba. Esas cosas no se piensan. Se sienten y chau. A quién se le ocurriría pensar así, si está bien. Si está todo bien, a quién.
No son celos, no, se dijo, yo no soy celosa. No soy celosa. No soy.
Una picazón le empieza a recorrer el antebrazo y mientras piensa y se rasca con fuerza para que se detenga, vuelve a preguntarse "y ahora qué, qué es lo que me pasa, por favor".
Se da cuenta que no lleva música colgando de las orejas. Y que durante todo el día no sólo no escuchó una sola canción sino que además, el sonido de la calle, de la plaza, de la gente del subte cuándo viajó, se parecía más a ese ruido horrible de interferencia que a veces hace el teléfono o a cierto vibrar de las impresoras.
Siente que el antebrazo le arde y mira. Con los dedos, de tanto rascado, dejó una mancha roja en el lugar que le picaba. Se mira de cerca, puede ver cómo la piel se abre en diminutos puntos de sangre y por un momento tiene la sensación de que está a punto de desintegrarse como cuando escucha que hablan de átomos y supone que ella, todo su cuerpo, no es más que una concentración de microburbujas unidas por capricho que de un momento a otro se pueden enojar y volverla un charco de agua o un pequeño montículo de polvo.
Pasa una mujer de la edad de la madre de Muv, quizás un poco más. La ve sentada en el banco. Se acerca y se sienta con ella.
No lo tomes a mal, le dice la mujer, pero te vi tan triste, tan triste.
Muv mueve la cabeza. Intenta sonreir pero le sale una mueca también triste que no convence a nadie de su alegría.
¿Estás bien? le pregunta la mujer que tiene ojos de cachorro y el pelo entrecano y olor a lavanda o a perfume de abuela.
Muv mueve la cabeza. Dice que sí con el gesto pero el resto del cuerpo le lleva la contra.
Rezá, le dice la mujer. Cuándo estés así, vos rezá.
Muv cierra los ojos. Los aprieta.
Dice: Yo nunca te pido nada, ni para mí, ni para otros. Sacame el nudo de la tripa. Por favor, Dios, por favor. Que esto no sea que tengo miedo que Salvador se escape. Dios, por favor. Por favor.